Hay quien dice que trabajaba hace diez años de cajera en un supermercado de dos pasillos y más polvo que mercaderías, cerca de San Marcos. Otros la sitúan con la misma edad cuarenta años antes, en reuniones de política y amores clandestinos que se celebraban a espaldas de La Gavidia, cuando los grises. Los más viejos y lúcidos aseguran haberla visto vendiendo tabaco en la Plaza de España, en el año de la exposición. Y como me juró el bibliotecario entre la mística y el rigor científico, hay un grabado fechado en el siglo XVIII con su viva imagen junto a otras mozas de la fábrica de tabacos.
Unos la recuerdan por su belleza, otros por su estilo, todos por su extrañada mirada. Nada se sabe con certeza de su origen y materia, salvo que aunque aparenta veinte años, la chica que vende sus cuadros cada domingo en la plaza del museo, lleva siglos paseándose por las calles de Sevilla.
Unos la recuerdan por su belleza, otros por su estilo, todos por su extrañada mirada. Nada se sabe con certeza de su origen y materia, salvo que aunque aparenta veinte años, la chica que vende sus cuadros cada domingo en la plaza del museo, lleva siglos paseándose por las calles de Sevilla.
Para Violeta, a la que espero ver pronto por mi calle.
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