No sé si recuerdas cuando hicimos el amor en casa de mis padres, aquella tarde lluviosa en la que ellos iban al supermercado y tú aparecías llamando a mi puerta con tus jeans y tus encuestas, tu súbito y mal remunerado interés por mis preferencias de compra. No sé si recuerdas que estabas mojada y cansada, que apenas sostenías el bloc y la sonrisa bajo un impermeable amarillo a lunares rosas. Que te invité a un té hecho en leche, sin azúcar, y que lo aceptaste sólo porque contestaría a las preguntas y porque no parecía un tipo raro, porque parecía decente. Lo tomaste con gesto serio en la salita, concentrada en las marcas de soja y mis hábitos de desayuno mientras el calefactor, no sé si recuerdas, iluminaba tu cara de tonos naranjas. Me dijiste tu nombre entre pregunta y pregunta, entre sorbo y sorbo, y era Marcela o Martina o Marita o Marta. Mientras, en la radio, creando atmósfecha, sonaba sweet lorraine con chet baker desde la ultratumba pero ni con su ayuda, pese a que yo insistía, cediste terreno a ninguna de mis pequisas. Empezaba a anochecer, fuera escampaba, y todavía te quedaban tres bloques para volver a casa.
No sé si recuerdas que hicimos el amor apenas te fuiste, seca y cansada, a seguir con tus margarinas y tus brioches, tus leches y tus chapatas. No sé cómo nos desnudamos, ni en qué momento de la encuesta se desataron las pasiones. Pero recuerdo bien tus pechos pequeños, tus escápulas aladas, tus mejillas naranjas y el impermeable amarillo. Y recuerdo también que fue nuestro amor tierno y privado, rápido y triste. Porque mientra te abrazaba, después del orgasmo, llegaron mis padres del supermercado sin avisar, como de costumbre, cargados de bolsas, cargados de realidad.