30 enero 2006

NONADAS #10

(Extraña autoestopista en la carretera, la típica de las leyendas urbanas, se sube a un vehículo con su cara de muerta y sus ademanes de presagio.)

-¿Adonde te llevo?

-Yo ya no voy a ninguna parte.

-Pues tú me avisas, que casi me pego una leche por no hacerme la señal con tiempo.

-Ibas muy rápido... Yo también solía ir muy rápido por esta carretera.

-Ya, los límites de velocidad, que están muy mal puestos.

-Yo me maté en ese punto de la carretera.

-No jodas...

-Te he parado para evitar que te mataras tú... Ahora me tengo que marchar.

-No, no, espera un segundo... ¿Y con qué derecho te crees tú a impedirme que yo me mate si me da la gana?

-¿Qué?

-Que ya estoy hasta los huevos de que todo el mundo intente dirigirme la puta vida.

-...Soy un fantasma, un espectro, un espíritu.... ¿No te doy miedo?

-Mira, bonita, me parece muy bien que andes por ahí haciendo de guardia civil del purgatorio, pero bastante película de miedo tengo yo a diario con el curro y la hipoteca.

-Esto...

-Nada, que te bajes y me dejes tranquilo. La culpa la tengo yo, por ir subiendo al coche a todos los putos majaras del mundo.

-...Perdona

(desaparece el espectro, quedan la noche y el conductor)

-Miedo me dan a mí los vivos, no te jode la tía rara...

23 enero 2006

TIEMPO DE ESPERA

Como hay noches
en las que da miedo

dormir o soñar
hay días en los que da pena
vivir sin darse cuenta.

Como hay tardes
en las que leer o escribir

da pereza,
hay mañanas en las que me da miedo
tanta realidad.

Es éste, estoy seguro,
un tiempo de espera.
A veces, incluso para llorar
hay que tener paciencia.

19 enero 2006

En respuesta al reto...

He sido invitado por Victoria y Carlos a describir cinco de mis extraños hábitos. Hay un reglamento detrás de este reto que podéis consultar en sus respectivas páginas, pero yo prefiero no cumplirlo a rajatabla porque hay pocas cosas que me desagraden más que el rollo pásalo pisha que tanto abunda en Internet. Así que, si bien acepto con gusto la parte principal del reto, permitidme que sea el cortafríos que rompa la cadena.


Dicho esto, sí, lo reconozco, soy el típico que cuando todos tienen el punto en una fiesta dice que se va a su casa. La gente que no me conoce mucho se sorprende, pero lo cierto es que siempre he preferido retirarme a tiempo antes de sacar a relucir mi punto más patético. Con todo, hay veces que no consigo evitar que mi instinto payasete tome el control, y no son pocos los que conocen mi punto cupletera en los lugares más insospechados. Francisco alegre y olé, vaya vashilón chim pon.


También me da por ponerme el despertador muy temprano, incluso en días de resaca. Bueno, el despertador, no, los cuatro despertadores que tengo. Evidentemente cuando suenan o no los oigo o no puedo levantarme, pero si hay algo que me caracteriza como persona es que nunca llevo a cabo lo que me prometo a mi mismo, como por ejemplo madrugar y disfrutar de un saludable día de domingo después de salir la noche anterior hasta las mil.


Fumo. Extraño hábito porque además soy hipocondriaco, soy el típico que cambia de canal cada vez que oye la palabra tabaco. Soy una pura contradicción. Lo peor del caso es que no lo termino de reconocer, es decir, sigo afirmando a propios y extraños que o lo estoy dejando o que no fumo tanto. Incluso mi madre, que grande eres guapísima, no lo sabe después de cinco años. Pretendo dejarlo antes de que lo descubra, otro propósito para no cumplir.


Soy melindroso con la comida, pero al contrario que casi todo el mundo me encantan los potajes, las berzas y las habichuelas, pero odio la paella y el pescado con espinas. Desde que de pequeño oí en la tele que alguien murió atragantado con una espina, juré que yo no acabaría mis días retorciéndome y babeando espuma delante de Matías Prats Jr. y sus chistes.


Se me saltan las lágrimas con facilidad. Esto podría parecer algo normal e incluso tierno, pero cuando a uno le pasa incluso con algunos anuncios de la tele es para preocuparse. Me he sorprendido a mi mismo con los ojos brillantes ante un anuncio de un coche de lujo. Y no por el coche en sí, sino por el tipo que juega con su mano y le encanta conducir. Mi chica dice que eso es porque soy un niño muy lindo y sensible, pero la verdad es que yo creo que es más bien porque soy gilipollas. No tiene mucho sentido que me emocione un anuncio y sea capaz de comer viendo el telediario.


No me gusta que me hagan fotos, no soy cinéfilo, no me gusta leer libros traducidos... Todo un regalito, como dice mi churri.


...Angelito de la O, que desgraciaito gitano tu eres teniendolo tó.

12 enero 2006

VER, OIR, OLVIDAR

Olvidar es más fácil de lo que cree. Yo mismo olvido a cada instante dónde he dejado aparcado el coche o a qué hora tengo que recoger a mis hijos del colegio. De acuerdo, puede que sea en parte por la edad, no se lo niego, pero también creo que es porque la mente es muy eficiente, ¿sabe? no gasta energía en recordar cosas sin importancia. Incluso las escenas más escabrosas puede que no se olviden nunca, pero sí es posible “aparcarlas” en la memoria, como mi coche. En un sitio donde al rato no recuerde uno muy bien dónde las dejó.

Claro que entiendo que denunciara en comisaría aquel secuestro, como lo llama usted. Yo también lo hubiera hecho, es un gesto de buena ciudadanía acudir a la policía si uno cree que ha presenciado un delito. Lo que no acabo de entender es que no se conformara con las explicaciones que se le dieron, sobre todo teniendo en cuenta que le dijeron la verdad. Cualquiera que hubiera sido testigo de una operación secreta antiterrorista aceptaría las explicaciones y se marcharía a casa orgulloso de su país. Pero usted, en lugar de eso, se ha dedicado a jugar a bombardear nuestras instituciones con teorías tendenciosas y carentes de pruebas. Sinceramente, no entiendo por qué se ha complicado la vida de esta manera tan absurda.

¿Sabe? A veces uno tiene la mala suerte de ver escenas desagradables y oír comentarios inquietantes. Yo tampoco he sido ajeno a eso, créame que he vivido momentos muy tensos a lo largo de diez años en la Unidad. Pero yo no voy pidiendo explicaciones de los sucesos que no me incumben. Estamos de acuerdo en que usted vio lo que vio, y entiendo perfectamente el desasosiego que le debió producir aquella aparatosa detención. Pero debería haberse limitado a denunciarlo y seguir con su vida, no que ahora, después de todo el revuelo que ha montado... La verdad, no quiero asustarle, pero le aseguro que le ha quitado el sueño a personas muy importantes de este país.

Ya sé que usted no sabía, que se le ha ido de las manos, que está dispuesto a ayudarnos a pasar página de todo esto. Yo sé que usted es buena persona, y crea que estoy dispuesto a hacérselo a entender a mis superiores. Mire, si usted se porta bien, prometo que en pocos meses recuperará la vida que tenía antes sin cajones revueltos, correspondencia manipulada y coches de vigilancia a la puerta de su casa. Un par de apariciones en televisión, unas cuantas declaraciones juradas y todo habrá sido, con su esfuerzo y el nuestro, un episodio sin importancia aparcado en su memoria y nuestros archivos. Ya sé que usted lo hará, si no ni siquiera me habría tomado la molestia de hacerle venir aquí. Pero no, ahora no es el momento, tiene que descansar un poco, quitarse el susto de encima. Váyase a casa tranquilo, duerma el comienzo de su nueva vida y mañana le llamaré por teléfono para citarle con los periodistas.
...

Cuando el joven salió del despacho, el oficial espero un par de minutos en silencio, intentando borrar de su mente la cara del muchacho. Después realizó una llamada. -Todo bien, señor, este asunto está liquidado-. Abrió una lata de cerveza y empezó a ojear el periódico. Una breve reseña hacía referencia a los quince muertos en accidentes de tráfico en el último fin de semana. –Por suerte la mitad de la gente no se entera de nada- pensó. Y mientras comprobaba felizmente que su memoria empezaba a desfigurar los rasgos de su último trabajo, trató de calcular cuánto tiempo pasaría desde que el joven firmara las declaraciones hasta que los del equipo especial, como siempre hacían en estos casos, consiguieran que su muerte pareciera otro terrible suceso en la carretera.

08 enero 2006

LA RIBERA DE LOS DIFERENTES

Fue en la ribera porque allí era donde solíamos pasar todas las tardes del verano. El resto del pueblo prefería ir a la piscina municipal, más limpia y con menos mosquitos, pero Rodrigo y yo desde pequeños nos acostumbramos a dormir la siesta bajo los pinos, bañarnos en el río y pescar peces no comestibles. Allí jugábamos a espadachines, allí empezamos a fumar y allí fue donde, borrachos, los dos conocimos a la vez los misterios de las chicas del pueblo, las primeras que nos quisieron. Allí matábamos el tiempo arreglando el mundo o renunciando a él, despotricando sobre nuestros amigos o soñando planes de futuro lejos del pueblo. Allí también nos separamos una tarde para siempre.

Era el último verano antes de comenzar la Universidad. Por entonces yo iba detrás de Merche, más por su fama de chica fácil que por su atractivo o simpatía. Rodrigo acaba de terminar con Lucía, la hija del alcalde, la chica más deseada por sus pechos y sus modales de niña bien. Estábamos tumbados desnudos después de habernos bañado, secándonos como lagartijas mientras los mosquitos revoloteaban a nuestro alrededor. Yo me lamentaba en voz alta de que Merche no me hiciera ni caso, entregada como estaba al joven policía municipal. Y Rodrigo, para animarme, me decía que hasta las chicas más guapas como Lucía dejaban de ser interesantes pasado un tiempo, ya que todas empezaban a verte como el futuro padre de sus hijos y eso les quitaba el encanto. Se es joven para siempre si nunca te atas a una chica, Antonio, sentenciaba. Y a mí me parecía que tenía más razón que un santo, qué lastima que ningún amigo tuviera el culo que tenía Merche. Ambos nos reíamos de nuestras desgracias, y el sol secaba nuestros cuerpos preparando el terreno para los mosquitos, que amenazantes, esperaban darse un banquete a nuestra costa.

En uno de esos silencios que se dan cuando dos personas hablan más para sí mismas que para el otro cerré los ojos, y mientras pensaba al calor del sol en Merche y Lucía juntas conmigo en la ribera, me quedé dormido. No sé cuánto tiempo transcurrió antes de despertarme, pero lo hice excitado, tocado por unas manos que me acariciaban las piernas de abajo a arriba, fuertes y temblorosas. Me levanté sobresaltado y vi que era Rodrigo, que acurrucado junto a mí, me miraba sin mirarme a los ojos, delatado y sudoroso. Qué coño haces, maricón, grité, y sin que pudiera reaccionar le pegué un puñetazo que me hizo sangrar los nudillos y a él hinchársele la cara por momentos. Pero Rodrigo no se defendió, se limitó a quedarse sentado en el suelo y a decirme que me quería. Fuera de mí, desconcertado y poseído por un odio tan visceral como contradictorio, me vestí lo más rápido que pude y le dije que no volviera a dirigirme la palabra en su puta vida, recalcando maricón de mierda como si con mis palabras pudiera matarle.

Esa tarde la recuerdo como una pesadilla de imágenes rápidas e inconexas. Me fui a casa corriendo, llorando de miedo y rabia. Me duché frotándome fuerte con la esponja mientras mi mente sólo barajaba qué clase de castigo podría infringir a mi amigo, el traidor que había osado tocarme y decirme que me quería. Me vestí atormentado por la visión de su cuerpo desnudo junto al mío, y mientras mi madre me miraba asustada por mi estado de nervios, le dije que Rodrigo era maricón y que había intentado propasarse conmigo. Como sólo quería hacerle daño, sabía sin ningún tipo de dudas que contárselo a mi madre era la garantía de que todo el pueblo lo supiese, como efectivamente ocurrió.

Fue el último verano antes de la Universidad, en la ribera, donde tantas tardes me había sentido dichoso de tener a mi lado a Rodrigo. Cuando el escándalo se hizo público, porque para el pueblo ser homosexual era equivalente a ser un violador o un exhibicionista, Rodrigo fue enviado por sus padres interno a un colegio mayor de curas, lejos de la vergüenza de saberse padres de un enfermo. Ninguno de sus antiguos amigos nos despedimos de él, lejos de eso recuerdo que incluso algunos plantearon ir a pegarle una paliza. Pero el caso es que todo fue tan rápido que prácticamente nadie lo vio después de aquella tarde. Lucía sí lo había hecho, y mientras lloraba en mis hombros, avergonzada de seguir estando enamorada de él, me contó que cuando le preguntó si era verdad lo que yo había dicho, él sólo respondió entre sollozos que me quería como nunca había querido a nadie y que quería morirse. Yo, consciente del daño que había hecho, sólo podía apagar los remordimientos reafirmando su traición, convenciéndome a mí mismo de que Rodrigo me había intentado violar, tapando con mi odio algo que, ahora lo sé, siempre había sabido pero nunca había querido aceptar.

Han pasado los años y Rodrigo no ha vuelto a aparecer por el pueblo. Dicen que se peleó con sus padres, abandonó la Universidad y ahora vive en Londres, a salvo de las bestias que nos hacíamos llamar sus amigos. Han pasado los años, el mundo ha cambiado y la ribera ya no es nuestra, son otros los chicos y las chicas diferentes que pasan las tardes en ella, disfrutando al sol de la libertad de saberse exentos de dudas y pesadillas. Ahora entiendo porqué me levanté excitado, porqué me sentí sucio, porqué lloré con miedo, porqué intenté hacerle todo el daño que pude. Ahora entiendo las tardes desnudos, los juegos en el agua, nuestro natural desprecio por las mujeres... Destruí a la única persona importante para mí en el mundo sólo para proteger mi secreto, el que me ha condenado a una vida sin amor. Sin Rodrigo, mi hombre, el mejor amigo que he tenido y al que ya nunca podré besar.


A todos los hombres y mujeres que sufren o han sufrido por ser diferentes.

04 enero 2006

RARA COMUNIÓN

Quedaron en el apartamento de ella a las siete. Él llevó el ron y un par de libros de poemas. Ella las velas, el incienso y los discos de Pompougnac. Dos amigos y sólo un par de reglas para conducirlos a la planeada comunión, tantas veces hablada en noches de bares y humo, fantasías que bromean entre verdades como dardos. La primera no esconder nada; por eso apenas llegó él, ambos se desnudaron y se sentaron en la alfombra verde, cómodamente pero sin tocarse, dejándose anestesiar por la música relajante y el mantra de algunos versos de Jaime Gil, aquellos que a él se le antojaron más vitales y perturbadores. La segunda norma, beber hasta no distinguir el bien del mal. Vasos anchos de ron, limón exprimido y mucho hielo que apenas descansaban entre calada y calada, entre verso y canción.

Era la primera vez que se veían desnudos desde que se conocieron, hacía ya muchos años. Nunca habían sentido una especial atracción el uno hacia el otro, pero tenían una amistad tan fuerte que ambos sabían que aquella tarde era la cima de su mutuo conocimiento. Él descubrió en ella los lunares más íntimos, los tonos más maternales. Ella el vigor de su torso, la ternura de su sexo. Y quizás entre Días de Pasanjan y Yachts llegó el momento en que descansaron los vasos y callaron los cigarros, sus manos se rebelaron y primero con la boca, después con todo el cuerpo, ambos descubrieron sonidos desconocidos, sabores primitivos y olores misteriosos. Borrachos, sin distinguir al fin la amistad del instinto, hicieron el amor de una forma lenta pero inconsciente, carente de toda afectividad anterior. Se miraron fijamente cuando llegó el orgasmo, y a través de sus pupilas penetraron en sus mentes los años de experiencia, las vivencias compartidas, los secretos revelados de tanto tiempo, de tantas tardes de café y libros.

Bebieron una última copa y fumaron un último cigarrillo, desnudos y sudorosos, recuperando poco a poco la cordura y el pudor. Conscientes de que nunca más se repetiría aquello, de que jamás lo mencionarían entre ellos o a cualquier otra persona, dejaron que sus cuerpos se enfriaran sin decir una sola palabra, porque todo estaba ya dicho. Y mientras las velas, el incienso, la poesía y la música volvían a los rincones de aquella casa, ambos se vistieron y se dijeron adiós, hasta mañana, entendiendo al fin los mejores versos del poeta.