18 junio 2008

LA MUERTE DE GABRIEL

La industria de los ataúdes no gasta demasiado en diseño. A Gabriel le hubiera gustado otra cosa seguro, el aglomerado marrón caca no le hace justicia a su pasión por el surf. De todas maneras, supongo que morir joven tiene esas cosas. Su madre nos acaba de decir, aunque estoy seguro que no nos lo decía a nosotros, sino que hablaba a la nada, que habían decidido esparcir sus cenizas en la casa de campo de los abuelos, en El Bosque, porque a Gabriel le encantaba aquel sitio. Y no nos hemos reído de milagro, la verdad, porque si había algo que odiaba Gabriel con convencimiento era tener que irse con toda la familia a aquel sitio un par de semanas al año. Qué poco nos conocen los padres. En esa increíble puesta en común de recuerdos que suponen los velatorios, he podido escuchar mil y una historias suyas que son de todo menos equilibradas. Que si Gabriel era un deportista, que si Gabriel era vago pero muy inteligente, que si Gabriel... Pobre Gabriel, acabo de comprobar que lo han vestido de chaqueta y corbata.

Gabriel siempre fue nuestro líder. Desde parvulario no recuerdo decisión importante como grupo en la que su opinión, de una forma natural, no se impusiese. Gabriel constituía para nosotros una especie de oráculo al que se consultaba si debíamos irnos a la playa o quedarnos para ir al cine, si debíamos hacer botellón o por el contrario ir de bares, si debía caernos mal una persona o si el más cabrón de los mortales era, en el fondo, buena gente. Ahora que lo pienso, es muy triste pensar que en el momento más importante de su vida, su muerte, no tenga la más mínima capacidad para imponerse a sus padres y la funeraria.

Objetivamente Gabriel siempre fue un chico desgarbado. Físicamente era muy corpulento, muy alto, y sin embargo viéndole simplemente caminar sus medidas no eran capaces de atemorizar a nadie. Como si estuviese siempre a punto de caerse, Gabriel daba más sensación de torpeza que de fuerza. Aquello, unido a un carácter bastante plano, ni gracioso ni serio ni inteligente ni corto de miras, no suponía precisamente una ayuda a la hora de conocer a gente nueva. Nunca le conocimos a nadie a quien atrajese o por el que se sintiese atraído y, fuera de algún esporádico conocido por Internet, su círculo de amistades era, simplemente, cuadrado. Debió morir virgen, como los curas. De chaqueta y corbata, hemos bromeado resignados, tiene pinta de pastor de iglesia apocalíptica.

Gabriel siempre fue nuestro líder y, sin embargo, ahora que ha muerto, empiezo a darme cuenta que en realidad sólo fue nuestro esclavo. Su influencia no provenía de unas dotes naturales para el mando, sino que derivaba de su dedicación absoluta a nosotros. Desde pequeños, y es algo que no me atrevería a comentar en voz alta, Gabriel supo que sólo era fuerte entre nosotros, y que sólo sería feliz junto a nosotros. Mientras sus amigos estudiaban una carrera, se echaban novia y, en definitiva, avanzaban en la conquista de nuevas relaciones sociales, Gabriel, por miedo a la vida o a la soledad, sólo era capaz de pensar en la siguiente fiesta. Como las monjas, que dicen casarse con Dios, Gabriel entregó su vida al concepto etéreo del grupo testosterónico.

Su liderazgo, sin embargo, estaba en franca decadencia. La última vez que estuve con él fue en la despedida de soltero de César, en Los Caños. Se pasó toda la semana organizándola: Casa, bebidas, strippers. Me llamó por teléfono al menos tres veces para confirmar mi asistencia. Montó una gran fiesta de acuerdo a su gusto para, ya borrachos, entrar en un estado de ensimismamiento que, ahora lo entiendo, venía motivado por el reconocimiento de una nueva fractura en su familia. Con una lógica impecable, inocua para casi todo el mundo, pero fatídica para gente como Gabriel, nuestro líder debió pensar que una esposa son hijos, que hijos son familia, y que familia no son amigos. Y si estoy convencido de que de haber ido a la boda no habría desentonado en ningún momento, también lo estoy de que para él ver a César pronunciando el “sí, quiero” hubiera sido una especie de funeral a la irlandesa. Aquel fin de semana, en Los Caños, los altibajos entre la euforia y el silencio definieron a Gabriel. Y sin embargo nadie le echó demasiada cuenta. Debimos pensar, inconscientemente, que su soledad formaba parte del precio del poder.

Gabriel se mató solo en su scooter, camino de la playa, conduciendo por el carril que existe entre Jerez y El Puerto para evitar una multa por conducir por la autovía. Al parecer perdió el control del ciclomotor por un bache de arena y se fracturó el cuello. Una verdadera lástima, una muerte tonta, una pérdida injusta. Todos estamos destrozados. Acompañamos a sus padres en el tanatorio y los arropamos con un hiperbólico muestrario de anécdotas virtuosas de su hijo. Nos abrazamos entre nosotros y lloramos. Nos reímos bromeando sobre el asunto del ataúd y las cenizas. Nos consolamos con su recuerdo. Pero como el pueblo que asiste al funeral de su dictador, algo por dentro nos dice que todo ha cambiado aunque nada haya cambiado, y que nuestra misión ha concluido permitiendo morir al líder en el poder. La vida sigue, no somos tan amigos, o es normal que cada uno tome su camino son frases que nos abordan a cada instante, pensamientos que nos atrevemos a compartir y a los que no queremos ceder. Pero mientras Gabriel asiste en silencio, de chaqueta y corbata, a la pompa de su despedida, la realidad es que el suyo fue un reinado triste al que se vio condenado y del que nadie quiso liberarlo por comodidad o egoísmo.

La industria de los ataúdes no gasta demasiado en diseño. Las cenizas de Gabriel...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Cada vez que leo algo tuyo me dejas pensando. Me gusta leerte.
Nos vemos este verano, no? Te llamo en cuanto sepa qué días bajo.
ABRAZOS!

laveron dijo...

Mal momento mío pa comentar este relato. Prefiero callar.
Es bueno que estés escribiendo de vuelta.
Y...antes de irme....LOS EXTRAÑOOOOOO

Anónimo dijo...

Los velatorios siempre me han parecido la cosa más siniestra y más inútil que existe, al menos como los vivimos por aquí.
Pero tu relato me ha gustado. Mucho. Más.

Besines, hermoso.

spulzeer dijo...

Hace ya más de un mes que te leí. Y sucedió que no sabía hasta donde se puede pasar por la puerta de un alma que llora la perdida de un amigo.
Con el paso de las semanas parece que un pequeño comentario/caricia sea oportuno.
Podría decir que esto son sólo palabras de una admiradora, pero nada son sólo palabras.
Tú no escribes sólo palabras.
Gracias a ti, Gabriel formó parte de mi vida.