08 enero 2006

LA RIBERA DE LOS DIFERENTES

Fue en la ribera porque allí era donde solíamos pasar todas las tardes del verano. El resto del pueblo prefería ir a la piscina municipal, más limpia y con menos mosquitos, pero Rodrigo y yo desde pequeños nos acostumbramos a dormir la siesta bajo los pinos, bañarnos en el río y pescar peces no comestibles. Allí jugábamos a espadachines, allí empezamos a fumar y allí fue donde, borrachos, los dos conocimos a la vez los misterios de las chicas del pueblo, las primeras que nos quisieron. Allí matábamos el tiempo arreglando el mundo o renunciando a él, despotricando sobre nuestros amigos o soñando planes de futuro lejos del pueblo. Allí también nos separamos una tarde para siempre.

Era el último verano antes de comenzar la Universidad. Por entonces yo iba detrás de Merche, más por su fama de chica fácil que por su atractivo o simpatía. Rodrigo acaba de terminar con Lucía, la hija del alcalde, la chica más deseada por sus pechos y sus modales de niña bien. Estábamos tumbados desnudos después de habernos bañado, secándonos como lagartijas mientras los mosquitos revoloteaban a nuestro alrededor. Yo me lamentaba en voz alta de que Merche no me hiciera ni caso, entregada como estaba al joven policía municipal. Y Rodrigo, para animarme, me decía que hasta las chicas más guapas como Lucía dejaban de ser interesantes pasado un tiempo, ya que todas empezaban a verte como el futuro padre de sus hijos y eso les quitaba el encanto. Se es joven para siempre si nunca te atas a una chica, Antonio, sentenciaba. Y a mí me parecía que tenía más razón que un santo, qué lastima que ningún amigo tuviera el culo que tenía Merche. Ambos nos reíamos de nuestras desgracias, y el sol secaba nuestros cuerpos preparando el terreno para los mosquitos, que amenazantes, esperaban darse un banquete a nuestra costa.

En uno de esos silencios que se dan cuando dos personas hablan más para sí mismas que para el otro cerré los ojos, y mientras pensaba al calor del sol en Merche y Lucía juntas conmigo en la ribera, me quedé dormido. No sé cuánto tiempo transcurrió antes de despertarme, pero lo hice excitado, tocado por unas manos que me acariciaban las piernas de abajo a arriba, fuertes y temblorosas. Me levanté sobresaltado y vi que era Rodrigo, que acurrucado junto a mí, me miraba sin mirarme a los ojos, delatado y sudoroso. Qué coño haces, maricón, grité, y sin que pudiera reaccionar le pegué un puñetazo que me hizo sangrar los nudillos y a él hinchársele la cara por momentos. Pero Rodrigo no se defendió, se limitó a quedarse sentado en el suelo y a decirme que me quería. Fuera de mí, desconcertado y poseído por un odio tan visceral como contradictorio, me vestí lo más rápido que pude y le dije que no volviera a dirigirme la palabra en su puta vida, recalcando maricón de mierda como si con mis palabras pudiera matarle.

Esa tarde la recuerdo como una pesadilla de imágenes rápidas e inconexas. Me fui a casa corriendo, llorando de miedo y rabia. Me duché frotándome fuerte con la esponja mientras mi mente sólo barajaba qué clase de castigo podría infringir a mi amigo, el traidor que había osado tocarme y decirme que me quería. Me vestí atormentado por la visión de su cuerpo desnudo junto al mío, y mientras mi madre me miraba asustada por mi estado de nervios, le dije que Rodrigo era maricón y que había intentado propasarse conmigo. Como sólo quería hacerle daño, sabía sin ningún tipo de dudas que contárselo a mi madre era la garantía de que todo el pueblo lo supiese, como efectivamente ocurrió.

Fue el último verano antes de la Universidad, en la ribera, donde tantas tardes me había sentido dichoso de tener a mi lado a Rodrigo. Cuando el escándalo se hizo público, porque para el pueblo ser homosexual era equivalente a ser un violador o un exhibicionista, Rodrigo fue enviado por sus padres interno a un colegio mayor de curas, lejos de la vergüenza de saberse padres de un enfermo. Ninguno de sus antiguos amigos nos despedimos de él, lejos de eso recuerdo que incluso algunos plantearon ir a pegarle una paliza. Pero el caso es que todo fue tan rápido que prácticamente nadie lo vio después de aquella tarde. Lucía sí lo había hecho, y mientras lloraba en mis hombros, avergonzada de seguir estando enamorada de él, me contó que cuando le preguntó si era verdad lo que yo había dicho, él sólo respondió entre sollozos que me quería como nunca había querido a nadie y que quería morirse. Yo, consciente del daño que había hecho, sólo podía apagar los remordimientos reafirmando su traición, convenciéndome a mí mismo de que Rodrigo me había intentado violar, tapando con mi odio algo que, ahora lo sé, siempre había sabido pero nunca había querido aceptar.

Han pasado los años y Rodrigo no ha vuelto a aparecer por el pueblo. Dicen que se peleó con sus padres, abandonó la Universidad y ahora vive en Londres, a salvo de las bestias que nos hacíamos llamar sus amigos. Han pasado los años, el mundo ha cambiado y la ribera ya no es nuestra, son otros los chicos y las chicas diferentes que pasan las tardes en ella, disfrutando al sol de la libertad de saberse exentos de dudas y pesadillas. Ahora entiendo porqué me levanté excitado, porqué me sentí sucio, porqué lloré con miedo, porqué intenté hacerle todo el daño que pude. Ahora entiendo las tardes desnudos, los juegos en el agua, nuestro natural desprecio por las mujeres... Destruí a la única persona importante para mí en el mundo sólo para proteger mi secreto, el que me ha condenado a una vida sin amor. Sin Rodrigo, mi hombre, el mejor amigo que he tenido y al que ya nunca podré besar.


A todos los hombres y mujeres que sufren o han sufrido por ser diferentes.

04 enero 2006

RARA COMUNIÓN

Quedaron en el apartamento de ella a las siete. Él llevó el ron y un par de libros de poemas. Ella las velas, el incienso y los discos de Pompougnac. Dos amigos y sólo un par de reglas para conducirlos a la planeada comunión, tantas veces hablada en noches de bares y humo, fantasías que bromean entre verdades como dardos. La primera no esconder nada; por eso apenas llegó él, ambos se desnudaron y se sentaron en la alfombra verde, cómodamente pero sin tocarse, dejándose anestesiar por la música relajante y el mantra de algunos versos de Jaime Gil, aquellos que a él se le antojaron más vitales y perturbadores. La segunda norma, beber hasta no distinguir el bien del mal. Vasos anchos de ron, limón exprimido y mucho hielo que apenas descansaban entre calada y calada, entre verso y canción.

Era la primera vez que se veían desnudos desde que se conocieron, hacía ya muchos años. Nunca habían sentido una especial atracción el uno hacia el otro, pero tenían una amistad tan fuerte que ambos sabían que aquella tarde era la cima de su mutuo conocimiento. Él descubrió en ella los lunares más íntimos, los tonos más maternales. Ella el vigor de su torso, la ternura de su sexo. Y quizás entre Días de Pasanjan y Yachts llegó el momento en que descansaron los vasos y callaron los cigarros, sus manos se rebelaron y primero con la boca, después con todo el cuerpo, ambos descubrieron sonidos desconocidos, sabores primitivos y olores misteriosos. Borrachos, sin distinguir al fin la amistad del instinto, hicieron el amor de una forma lenta pero inconsciente, carente de toda afectividad anterior. Se miraron fijamente cuando llegó el orgasmo, y a través de sus pupilas penetraron en sus mentes los años de experiencia, las vivencias compartidas, los secretos revelados de tanto tiempo, de tantas tardes de café y libros.

Bebieron una última copa y fumaron un último cigarrillo, desnudos y sudorosos, recuperando poco a poco la cordura y el pudor. Conscientes de que nunca más se repetiría aquello, de que jamás lo mencionarían entre ellos o a cualquier otra persona, dejaron que sus cuerpos se enfriaran sin decir una sola palabra, porque todo estaba ya dicho. Y mientras las velas, el incienso, la poesía y la música volvían a los rincones de aquella casa, ambos se vistieron y se dijeron adiós, hasta mañana, entendiendo al fin los mejores versos del poeta.

31 diciembre 2005

Feliz año nuevo


Dicen que las palabras se las lleva el viento... Nunca pude imaginar que mis palabras pudieran llegar a la Argentina, Uruguay, Chile, Brasil, Estados Unidos, Reino Unido, Italia, Portugal... Gracias a los que desde tan lejos han recogido las botellas que he ido tirando al mar y también a los que me ayudaron a soltarlas, los que están cada día en mi vida, compañeros de viaje, agua en el camino.
...Puede que las palabras se las lleve el viento, pero nunca pensé que yo pudiera volar con ellas.


Feliz año nuevo, a volar.
...
¿Os venís conmigo?

23 diciembre 2005

NONADAS #9

(madrugada, encuentro sorprendente en una sala de estar)


-¿Papá Noel?

-Jojojó, esto... Buenas noches, ¿Qué tal está?

-Muy bien, gracias, aunque me temo que se ha equivocado, yo soy de los reyes magos...

-Ya... Pero les han dado la jubilación anticipada, por eso me han enviado a mí, ¿sabe?

-¿Jubilación anticipada?

-...Sí, han reducido plantilla y bueno, ahora yo soy el que se encarga de todo.

-De todas maneras, estamos en el mes de marzo... ¿Qué le trae aquí en primavera?

(Noel saca una guadaña del saco)

-Verá, es que también han prejubilado a la muerte...

-No es posible... ¿Entonces usted viene a...?

-Esto es muy embarazoso...

-Dios mío, es terrible... No sé, nunca pensé que la muerte pudiera llegar así...

-Ni yo tampoco, la verdad... Es tarde, si me permite...



FELIZ NAVIDAD A TODOS.