Mientras disfrutaba en la plaza de mi tarrina de helado de chocolate con naranja, observaba a los niños que, en el pequeño parque infantil, jugaban en el columpio. Un niño y una niña, ambos de unos seis o siete años, se entretenían mientras sus padres, desde los bancos de la plaza, charlaban de sus cosas bajo el sol de mediatarde.
El chico se columpiaba con vehemencia, dispuesto a alcanzar la máxima altura posible. Sudando, fruncía el ceño y estiraba o encogía las piernas de una forma sincronizada, buscando instintivamente realizar la mayor parábola posible. Parecía no importarle nada salvo alcanzar las ramas de los eucaliptos que envolvían la plaza.
La chica, sin embargo, no se columpiaba. Risueña, se concentraba en
trenzar la cadena del columpio, girando sobre si misma con los pies apoyados en el suelo. Cuando ya no podía girar más, y las dos cadenas formaban un sólo nudo, se soltaba y, echando el cuerpo hacia atrás, dejaba entre risas que la violencia de los movimientos la sacudieran hasta marearla.
La luz daba a la plaza una atmósfera de tranquila irrealidad. Mientras mi helado se derretía y los trozos de naranja confitada flotaban en la crema de chocolate, pensé divertido que las formas de jugar revelan qué busca cada persona en la vida. Aquellos dos niños, ajenos a mis reflexiones, se me antojaron dos arquetipos de la gente que me rodea.
Muy cerca, tras la valla, otro niño los observaba muy serio mientras comía un cucurucho. Absorto, dejando derretir su helado, no mostraba interés alguno en que los columpios se quedaran libres. Al contrario, parecía que jugara a retener cada una de las pinceladas que percibían sus sentidos...
El chico se columpiaba con vehemencia, dispuesto a alcanzar la máxima altura posible. Sudando, fruncía el ceño y estiraba o encogía las piernas de una forma sincronizada, buscando instintivamente realizar la mayor parábola posible. Parecía no importarle nada salvo alcanzar las ramas de los eucaliptos que envolvían la plaza.
La chica, sin embargo, no se columpiaba. Risueña, se concentraba en

La luz daba a la plaza una atmósfera de tranquila irrealidad. Mientras mi helado se derretía y los trozos de naranja confitada flotaban en la crema de chocolate, pensé divertido que las formas de jugar revelan qué busca cada persona en la vida. Aquellos dos niños, ajenos a mis reflexiones, se me antojaron dos arquetipos de la gente que me rodea.
Muy cerca, tras la valla, otro niño los observaba muy serio mientras comía un cucurucho. Absorto, dejando derretir su helado, no mostraba interés alguno en que los columpios se quedaran libres. Al contrario, parecía que jugara a retener cada una de las pinceladas que percibían sus sentidos...
Cuando me marché del parque, pensé que aquel niño será algún día escritor.