28 mayo 2008

LA EDAD DEL FAISÁN

Prohibido consumir drogas en este local es el típico cartel de los garitos donde es fácil conseguir de todo, un mensaje en clave para los no demasiado ingenuos parecido al que lanza Silvia cuando dice que tras dejarla Sandro está abierta a todo. Una frase que significa, para quien la conoce un poco, que ni de coña lo ha superado y que le aterra empezar una nueva relación. La música no está mal, pero hay demasiado humo y hasta yo, que fumo, tengo la sensación de estar asfixiándome lentamente. Mientras saboreamos lo que dicen que es ron, y que como el cartel significa que en realidad es garrafón, observamos como Silvia charla animadamente con un chico que se le ha acercado, moviendo el cigarrillo descontroladamente y mirando al cielo cada vez que exhala el humo. Aunque sabemos que el cortejo acabará en nada, y que a Silvia estos escarceos improductivos la debilitan como a Superman la kriptonita, no podemos dejar de observar la poderosa feminidad que es capaz de desplegar con aquellos que no somos sus amigos y que potencialmente pueden hacerla feliz. Pobre Silvia. Tan lista, tan guapa, tan torpe. Y es que a veces, por mucho que diga el barquero, las niñas bonitas sí acaban pagando dinero...

Iván rompe el ensimismamiento colectivo para dar cuenta de que ha descubierto que todos en el bar o, superamos los treinta, o no llegan a veintipocos, y lo hace señalando a un grupo de chicas que se han comprado las gafas de lucecitas esas que venden los chinos y se afanan en bailar una canción de Gotan project, en lo que es una demostración palpable de que son residentes de colegio mayor sin cultura musical. No son ni guapas y sin embargo, las estamos mirando con una mezcla de envidia y deseo que está lejos de la condescendencia y candor con el que mirábamos a Silvia. Entre ella y las danzantes no habrá más de cinco o seis años de diferencia y, sin embargo, parece que nuestra amiga fuera la inocente adolescente y las otras las experimentadas mujeres. Lo que hace el mercado laboral. Hay una edad, entre los veintipocos y los treinta años, de una extraña madurez en la que las personas nos adentramos en busca de la estabilidad, como si ésta fuera patrimonio inexpropiable de trabajadores con pareja que se dejan los sueños de sol a sol. De personas que salen al cine o a cenar fuera pero en ningún caso a garitos en los que se prohíbe explícitamente lo que todos sabemos que es ilegal. Y lo hacemos con vehemencia y serenidad, asumiendo los golpes que nos vienen en forma de ojeras como una granizada necesaria antes de ver el sol, antes de encontrar el equilibrio más allá de defecar con regularidad. Y aunque es una madurez falsa, por supuesto, la fe que ponemos en ella es casi tangible. Desgraciadamente, quien más quien menos, tarda poco tiempo en descubrir que sólo estaba viviendo una transición entre lo malo y lo peor, que todo es un rodar cuesta abajo en el que de vez en cuando hay baches que nos hacen sentir inmortales.

...Como el que está viviendo Silvia que, contra todo pronóstico, está enrollándose con el chico que se le acercó a probar suerte. Iván y Pedro, contagiados de su éxito, han decidido lanzarse al grupo de chicas, bailando torpemente y haciendo comentarios que de seguro tratan de sonar a chico interesante y mileurista lleno de experiencias, lo que es sin duda patético pero irreprochable, cada cual utiliza sus armas. Y en la barra hemos quedado Javi y yo, fúnebres como Tip y Coll, saboreando dignos el brebaje éste que nos sabe a humo y a domingo. Aunque todavía no son las dos de la mañana y esté sonando Dizzy Gillespie, creo que va llegando el momento de festejar la madrugada en solitario. El humo me asfixia y, como tomo ansiolíticos, no acabo de sentirme a gusto en un local en el que se prohíben las drogas. Así que decido irme. Para evitar el protocolo de “quédate éstas hecho un viejo media hora más y me voy contigo”, le digo a Javi que voy al baño y me pierdo entre la multitud camino de la salida. Y entre chicas en la edad del pavo y chicos en la edad del faisán, dejo solo en la barra a Javi con su vista cansada y su novia de toda la vida, ésa que trabaja a cientos de kilómetros y a la que sólo ve cada dos semanas. El bueno de Javi, el estoico de Javi, el único de nosotros que aún cree en el Mañana.