10 abril 2008

ESTA CALMA

Cada dos minutos despega un avión del aeropuerto. Desde la terraza, que está en la decimoquinta planta, puedo verlos ascender en silencio, perdiéndose al poco en la bruma marina, buscando a ciegas el destino a seguir. Apoltronado en la tumbona, con un cigarrillo en la mano, espero tontamente ser testigo de un eventual accidente aéreo que me saque del aburrimiento pero nada, todavía no he visto ni la más mínima anormalidad en sus maniobras.

Todos duermen dentro. Anoche nos acostamos a las tantas pero, como yo no bebo y extraño la cama, me he levantado sobre las nueve y no he encontrado nada mejor que hacer que irme a la terraza a fumar. Son las once y aún no hace calor, pero la playa empieza a llenarse de gente, seguramente turistas que no pueden permitirse el lujo de perder ni un solo día sin la oportunidad de opositar a un melanoma. Entre avión y avión, con los prismáticos del padre de Jaime, los observo como Rodríguez de la Fuente a las gacelas, con esa sensación de demiurgo que permite el distanciamiento y la ocultación. Junto al chiringuito hay varias chicas en topless y, alrededor de sus pechos, varios ancianos fingiendo leer la prensa. Como Rodríguez de la Fuente con las gacelas, el mundo me parece estúpido, cruel y previsible.

Un boeing 747 asciende lentamente por mi izquierda. Me pregunto qué gente irá allá dentro, y qué estarán pensando. Los aviones, o mejor dicho, los viajes en avión, son ideales para reflexionar. También para vomitar o tener relaciones sexuales, claro, pero fundamentalmente para pensar, porque son lugares en los que la sensación de proximidad a la muerte, aunque sea más improbable que en un coche o incluso en tren, siempre está en el subconsciente. Intento recordar cuando fue la última vez que viajé en avión, y en qué estaba pensando. Hace mucho y poco interesante, concluyo, una frase que pueden definir gran parte de mi vida.

Los pezones de la pelirroja son muy oscuros. O está teñida o debería ir al médico. Debería ir al médico en cualquier caso, resuelvo. Si está teñida porque necesita un psicólogo que le ayude a resolver porqué con esos pezones tan negros pretende ser pelirroja. Y si no lo está debería ir al ginecólogo, porque una mamografía no está de más hacérsela de vez en cuando. Por un momento he pensado en bajar a la playa y comentárselo, pero dudo que mi preocupación por su salud le parezca sincera. Chicas como ella ante tipos como yo, en lugares como la playa con conversaciones tan trascendentales son del todo incompatibles.

...Como el alcohol y los antidepresivos. Cuando la calma comienza a medirse en miligramos, uno no puede buscarla en mililitros, o al menos no pretendiendo que el resultado sea inocuo, si es que hay algo inocuo en la vida. Me enciendo otro cigarrillo mientras un Airbus A-320 sigue la estela invisible que dejó el anterior avión. Me imagino en él junto a la pelirroja y al viejo salido, hablando de nuestras cosas mientras nos pitan los oídos y planificamos un trío en el cuartito de azafatas. Tan improbable como un accidente aéreo, es que esta calma de prospecto me lleva a algún destino interesante. Tan improbable como que el avión se estrelle contra el hotel de viejos apolillados de enfrente y la pelirroja, fruto del pánico, decida raparse y acudir a las urgencias.

Jaime se ha despertado, y se ha sentado junto a mí con un zumo y un porro, somnoliento y resacoso. Me ha comentado algo de un sueño de bañeras en la nieve y no se qué de la comida, que estaba harto de... no me importa. Los amigos de verdad son esos a los que quieres y a los que puedes ignorar la mayor parte del tiempo, como a los perros. Mientras observo un Learjet que seguramente pertenecerá a algún jeque, Jaime me ha gritado no se qué de un tipo que se había tirado por la terraza. He girado los prismáticos y, en el parking del hotel de al lado, sobre un mercedes amarillo, un tipo con bermudas se ha estrellado como a cámara lenta, dejando el coche perdido de sangre y a una chica que pasaba por allí desmayada en el suelo. Jaime se ha ido corriendo con el porro y el zumo a llamar a la policía, torpe y resacoso mientras a mí, con esta calma tan artificial como el tinte de la pelirroja, sólo me ha dado por pensar cuántos aviones más que yo habrá visto aquel pobre desgraciado.

Decido, contra las recomendaciones de mi médico, comer hoy con cerveza.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Volar y estar cerca de la muerte. No lo hubiera pensado así. A mí me hace sentir más ingrávido. La muerte es algo muy terrenal, la siento cuando piso el suelo, como si de un momento a otro me pudiera descomponer en miles de pedazos. Pero volar... ir lejos, las nubes... es algo tan etéreo!!

Abrazos

PD: ¿te contaban algo los aviones?

spulzeer dijo...

Los aviones han empezado a aburrirme ultimamente. Se hace eterno el vuelo, aunque suelo oir musica mientras leo.
Sin embargo, me ha llamado la atención la caída al vacío sobre el mercedes amarillo de un pobre hombre que se tira desde la terraza.
¿Cómo es posible que haya personas que tengan miedo a volar? Lo terrible siempre es no tener suelo bajo los pies.

Anónimo dijo...

De acuerdo contigo en cuanto a los aviones y la muerte...en cuanto a los miligramos y los mililitros... sublime, sublime

Maleta

Patricia M. Domínguez dijo...

A estas alturas de nuestra "amistad" o como quieras llamarlo... ¿te he dicho alguna vez cuantísimo te admiro?

laveron dijo...

Esto es una vuelta triunfante!!!!