04 septiembre 2008

MELANINA

Elvira suspira mientras se unta por enésima vez crema protectora. Su piel es tan blanca que su máxima aspiración cuando toma el sol debería ser, simplemente, no achicharrarse, y sin embargo no hay día que vayamos a la playa o a la piscina en la que no me pregunte insistentemente si está cogiendo algo de color. Tumbada a mi lado como un reptil, estirada y latente, parece que estuviera negociando con el sol un acuerdo de mínimos para no sentirse cubierta de cal viva.

-Te falta melanina, Elvira, acéptalo, es genética- bromeo cuando observo que en un gesto de atrevimiento ha cambiado de factor de protección. Cada verano hace lo mismo. Cambia varias veces de marcas, factores, composiciones y formatos como si la clave entre broncearse o ingresar en la unidad de quemados estuviese en elegir entre una crema con extracto de zanahoria o un spray water-proof. –Ya sé que es cuestión de melanina- Me responde, -pero tampoco soy albina, coño, que me hablas como si fuera powder- Y mirándome con ese gesto de vete-al-carajo tan propio de ella vuelve a su posición de caimán en época de sequía.

Elvira y yo tenemos una relación muy especial, una de esas amistades que surgen mitad de un amor sin germinar, mitad de la necesidad de no sentirnos solos. Cuando la conocí, hace ya algunos años, me gustó su piel blanca y su pelo negro, su cuerpo menudo y sus maneras de niña asustada. Y a ella de mí, según me contó después, mi inseguridad segura, mi manera de huir de todo aparentando mantenerme firme en cualquier situación. Como éramos los únicos de nuestros amigos sin pareja y sin planes inmediatos de estabilización, nos hicimos inseparables, de tal manera que sin serlo, estuvimos bastante tiempo actuando como una de esas parejas de novios antiguos que hacen de todo menos tocarse.

Hasta que nos liamos. Objetivamente nos teníamos ganas el uno al otro, pero siempre achacamos aquella noche a la cama de tres posiciones de Luisa y Alberto. Habitualmente soportábamos estoicos las conversaciones de nuestros amigos sobre el euríbor y el Ikea, los menús de boda y las listas de compromiso. Apartándonos a un lado, Elvira y yo pasábamos la noche charlando de vídeos musicales y de libros, de cualquier cosa que no fuera demasiado seria. Pero aquella noche sólo salimos los cinco: Elvira, Luisa, Alberto, su cama de tres posiciones y yo. La habían comprado aquella misma tarde, les había costado una pasta, y como estaban ansiosos de justificar las treinta y seis mensualidades que se les venían encima, estuvieron dos horas disertando severamente sobre los claros beneficios de comprar una cama que sólo se suele comprar a personas con movilidad reducida. Que si el mando inalámbrico, que si las ruedas para limpiar debajo, que si la viscolástica y que si los cómodos plazos, siempre hemos comentado entre risas que hablar de tanta cama acabó por ponernos cachondos. La cama de Luisa y Alberto se jodió a los pocos meses. Nosotros, sólo nos liamos aquella noche.

Elvira y yo tenemos una amistad especial que nació de un amor sin germinar y quizás se mantiene por la necesidad de no sentirnos solos. Pasados los años, mientras nuestros amigos pasan de las conversaciones de boda a las conversaciones de faltas y tratamientos de fertilidad, Elvira y yo nos mantenemos juntos como dos aprendices de viejas cacatúas, riéndonos de todo y tomando el sol, huyendo de la sensación de que vamos en una dirección que casi nadie toma. Solos pero juntos, juntos pero sin saber muy bien qué esperamos del otro, hemos congelado un tiempo en el que no hay prisa por sentar la cabeza, en el que el trabajo es un postgrado y nuestros amigos hermanos mayores. Sin embargo, yo todavía recuerdo la sensación de haber descubierto algo maravilloso y definitivo aquella noche: La revelación de Elvira desnuda y sonriente. Aquel cuerpo que, con cada dedo que lo tocaba, quedaba marcado por una aureola rojiza. Aquel cuerpo en el que, con mis besos, tracé un itinerario errático. Aquella noche en la que, entre risas y silencios, entre suspiros y murmullos, nuestro amor abortó en algún lugar de su dormitorio.

Elvira ha salido de su estado de latencia y me ha mirado sonriente, esperanzada. –Qué, ¿me ves más morenita?- -Mucho- sonrío divertido. Y mientras contemplo su cuerpo pequeño y hermoso, blanco como la nieve, me ha dado por pensar, con un poco de tristeza, que quizás nuestra relación es como la de Elvira con el sol: Cuestión de melanina.

24 agosto 2008

MIRADAS DONDE FLOTAN ICEBERGS

Mi amigo José Luis Baños de Cos acaba de publicar su segunda novela. Si queréis saber más sobre ella (y podéis fiaros de mí que merece la pena), os doy el enlace de su editorial.


No digo más porque se me ve el plumero. Pero si os dáis una oportunidad, descubriréis en MIRADAS DONDE FLOTAN ICEBERGS una historia (y un autor) que, con algo de suerte, darán mucho que hablar.

30 julio 2008

normal que se cansen

No puedo escribir

Y este silencio, mucho me temo,
tiene poco de productivo.

Como mi tos

sólo logro sacar de mí
palabras torpes sin reflejo:

Esputos de tedio.

18 junio 2008

LA MUERTE DE GABRIEL

La industria de los ataúdes no gasta demasiado en diseño. A Gabriel le hubiera gustado otra cosa seguro, el aglomerado marrón caca no le hace justicia a su pasión por el surf. De todas maneras, supongo que morir joven tiene esas cosas. Su madre nos acaba de decir, aunque estoy seguro que no nos lo decía a nosotros, sino que hablaba a la nada, que habían decidido esparcir sus cenizas en la casa de campo de los abuelos, en El Bosque, porque a Gabriel le encantaba aquel sitio. Y no nos hemos reído de milagro, la verdad, porque si había algo que odiaba Gabriel con convencimiento era tener que irse con toda la familia a aquel sitio un par de semanas al año. Qué poco nos conocen los padres. En esa increíble puesta en común de recuerdos que suponen los velatorios, he podido escuchar mil y una historias suyas que son de todo menos equilibradas. Que si Gabriel era un deportista, que si Gabriel era vago pero muy inteligente, que si Gabriel... Pobre Gabriel, acabo de comprobar que lo han vestido de chaqueta y corbata.

Gabriel siempre fue nuestro líder. Desde parvulario no recuerdo decisión importante como grupo en la que su opinión, de una forma natural, no se impusiese. Gabriel constituía para nosotros una especie de oráculo al que se consultaba si debíamos irnos a la playa o quedarnos para ir al cine, si debíamos hacer botellón o por el contrario ir de bares, si debía caernos mal una persona o si el más cabrón de los mortales era, en el fondo, buena gente. Ahora que lo pienso, es muy triste pensar que en el momento más importante de su vida, su muerte, no tenga la más mínima capacidad para imponerse a sus padres y la funeraria.

Objetivamente Gabriel siempre fue un chico desgarbado. Físicamente era muy corpulento, muy alto, y sin embargo viéndole simplemente caminar sus medidas no eran capaces de atemorizar a nadie. Como si estuviese siempre a punto de caerse, Gabriel daba más sensación de torpeza que de fuerza. Aquello, unido a un carácter bastante plano, ni gracioso ni serio ni inteligente ni corto de miras, no suponía precisamente una ayuda a la hora de conocer a gente nueva. Nunca le conocimos a nadie a quien atrajese o por el que se sintiese atraído y, fuera de algún esporádico conocido por Internet, su círculo de amistades era, simplemente, cuadrado. Debió morir virgen, como los curas. De chaqueta y corbata, hemos bromeado resignados, tiene pinta de pastor de iglesia apocalíptica.

Gabriel siempre fue nuestro líder y, sin embargo, ahora que ha muerto, empiezo a darme cuenta que en realidad sólo fue nuestro esclavo. Su influencia no provenía de unas dotes naturales para el mando, sino que derivaba de su dedicación absoluta a nosotros. Desde pequeños, y es algo que no me atrevería a comentar en voz alta, Gabriel supo que sólo era fuerte entre nosotros, y que sólo sería feliz junto a nosotros. Mientras sus amigos estudiaban una carrera, se echaban novia y, en definitiva, avanzaban en la conquista de nuevas relaciones sociales, Gabriel, por miedo a la vida o a la soledad, sólo era capaz de pensar en la siguiente fiesta. Como las monjas, que dicen casarse con Dios, Gabriel entregó su vida al concepto etéreo del grupo testosterónico.

Su liderazgo, sin embargo, estaba en franca decadencia. La última vez que estuve con él fue en la despedida de soltero de César, en Los Caños. Se pasó toda la semana organizándola: Casa, bebidas, strippers. Me llamó por teléfono al menos tres veces para confirmar mi asistencia. Montó una gran fiesta de acuerdo a su gusto para, ya borrachos, entrar en un estado de ensimismamiento que, ahora lo entiendo, venía motivado por el reconocimiento de una nueva fractura en su familia. Con una lógica impecable, inocua para casi todo el mundo, pero fatídica para gente como Gabriel, nuestro líder debió pensar que una esposa son hijos, que hijos son familia, y que familia no son amigos. Y si estoy convencido de que de haber ido a la boda no habría desentonado en ningún momento, también lo estoy de que para él ver a César pronunciando el “sí, quiero” hubiera sido una especie de funeral a la irlandesa. Aquel fin de semana, en Los Caños, los altibajos entre la euforia y el silencio definieron a Gabriel. Y sin embargo nadie le echó demasiada cuenta. Debimos pensar, inconscientemente, que su soledad formaba parte del precio del poder.

Gabriel se mató solo en su scooter, camino de la playa, conduciendo por el carril que existe entre Jerez y El Puerto para evitar una multa por conducir por la autovía. Al parecer perdió el control del ciclomotor por un bache de arena y se fracturó el cuello. Una verdadera lástima, una muerte tonta, una pérdida injusta. Todos estamos destrozados. Acompañamos a sus padres en el tanatorio y los arropamos con un hiperbólico muestrario de anécdotas virtuosas de su hijo. Nos abrazamos entre nosotros y lloramos. Nos reímos bromeando sobre el asunto del ataúd y las cenizas. Nos consolamos con su recuerdo. Pero como el pueblo que asiste al funeral de su dictador, algo por dentro nos dice que todo ha cambiado aunque nada haya cambiado, y que nuestra misión ha concluido permitiendo morir al líder en el poder. La vida sigue, no somos tan amigos, o es normal que cada uno tome su camino son frases que nos abordan a cada instante, pensamientos que nos atrevemos a compartir y a los que no queremos ceder. Pero mientras Gabriel asiste en silencio, de chaqueta y corbata, a la pompa de su despedida, la realidad es que el suyo fue un reinado triste al que se vio condenado y del que nadie quiso liberarlo por comodidad o egoísmo.

La industria de los ataúdes no gasta demasiado en diseño. Las cenizas de Gabriel...

09 junio 2008

ANUNCIO X PALABRAS

*
Hombre Calvo Soltero Encuentra

(Absténganse dermatólogos y casamenteras)

Razón... Para qué.

28 mayo 2008

LA EDAD DEL FAISÁN

Prohibido consumir drogas en este local es el típico cartel de los garitos donde es fácil conseguir de todo, un mensaje en clave para los no demasiado ingenuos parecido al que lanza Silvia cuando dice que tras dejarla Sandro está abierta a todo. Una frase que significa, para quien la conoce un poco, que ni de coña lo ha superado y que le aterra empezar una nueva relación. La música no está mal, pero hay demasiado humo y hasta yo, que fumo, tengo la sensación de estar asfixiándome lentamente. Mientras saboreamos lo que dicen que es ron, y que como el cartel significa que en realidad es garrafón, observamos como Silvia charla animadamente con un chico que se le ha acercado, moviendo el cigarrillo descontroladamente y mirando al cielo cada vez que exhala el humo. Aunque sabemos que el cortejo acabará en nada, y que a Silvia estos escarceos improductivos la debilitan como a Superman la kriptonita, no podemos dejar de observar la poderosa feminidad que es capaz de desplegar con aquellos que no somos sus amigos y que potencialmente pueden hacerla feliz. Pobre Silvia. Tan lista, tan guapa, tan torpe. Y es que a veces, por mucho que diga el barquero, las niñas bonitas sí acaban pagando dinero...

Iván rompe el ensimismamiento colectivo para dar cuenta de que ha descubierto que todos en el bar o, superamos los treinta, o no llegan a veintipocos, y lo hace señalando a un grupo de chicas que se han comprado las gafas de lucecitas esas que venden los chinos y se afanan en bailar una canción de Gotan project, en lo que es una demostración palpable de que son residentes de colegio mayor sin cultura musical. No son ni guapas y sin embargo, las estamos mirando con una mezcla de envidia y deseo que está lejos de la condescendencia y candor con el que mirábamos a Silvia. Entre ella y las danzantes no habrá más de cinco o seis años de diferencia y, sin embargo, parece que nuestra amiga fuera la inocente adolescente y las otras las experimentadas mujeres. Lo que hace el mercado laboral. Hay una edad, entre los veintipocos y los treinta años, de una extraña madurez en la que las personas nos adentramos en busca de la estabilidad, como si ésta fuera patrimonio inexpropiable de trabajadores con pareja que se dejan los sueños de sol a sol. De personas que salen al cine o a cenar fuera pero en ningún caso a garitos en los que se prohíbe explícitamente lo que todos sabemos que es ilegal. Y lo hacemos con vehemencia y serenidad, asumiendo los golpes que nos vienen en forma de ojeras como una granizada necesaria antes de ver el sol, antes de encontrar el equilibrio más allá de defecar con regularidad. Y aunque es una madurez falsa, por supuesto, la fe que ponemos en ella es casi tangible. Desgraciadamente, quien más quien menos, tarda poco tiempo en descubrir que sólo estaba viviendo una transición entre lo malo y lo peor, que todo es un rodar cuesta abajo en el que de vez en cuando hay baches que nos hacen sentir inmortales.

...Como el que está viviendo Silvia que, contra todo pronóstico, está enrollándose con el chico que se le acercó a probar suerte. Iván y Pedro, contagiados de su éxito, han decidido lanzarse al grupo de chicas, bailando torpemente y haciendo comentarios que de seguro tratan de sonar a chico interesante y mileurista lleno de experiencias, lo que es sin duda patético pero irreprochable, cada cual utiliza sus armas. Y en la barra hemos quedado Javi y yo, fúnebres como Tip y Coll, saboreando dignos el brebaje éste que nos sabe a humo y a domingo. Aunque todavía no son las dos de la mañana y esté sonando Dizzy Gillespie, creo que va llegando el momento de festejar la madrugada en solitario. El humo me asfixia y, como tomo ansiolíticos, no acabo de sentirme a gusto en un local en el que se prohíben las drogas. Así que decido irme. Para evitar el protocolo de “quédate éstas hecho un viejo media hora más y me voy contigo”, le digo a Javi que voy al baño y me pierdo entre la multitud camino de la salida. Y entre chicas en la edad del pavo y chicos en la edad del faisán, dejo solo en la barra a Javi con su vista cansada y su novia de toda la vida, ésa que trabaja a cientos de kilómetros y a la que sólo ve cada dos semanas. El bueno de Javi, el estoico de Javi, el único de nosotros que aún cree en el Mañana.

10 abril 2008

ESTA CALMA

Cada dos minutos despega un avión del aeropuerto. Desde la terraza, que está en la decimoquinta planta, puedo verlos ascender en silencio, perdiéndose al poco en la bruma marina, buscando a ciegas el destino a seguir. Apoltronado en la tumbona, con un cigarrillo en la mano, espero tontamente ser testigo de un eventual accidente aéreo que me saque del aburrimiento pero nada, todavía no he visto ni la más mínima anormalidad en sus maniobras.

Todos duermen dentro. Anoche nos acostamos a las tantas pero, como yo no bebo y extraño la cama, me he levantado sobre las nueve y no he encontrado nada mejor que hacer que irme a la terraza a fumar. Son las once y aún no hace calor, pero la playa empieza a llenarse de gente, seguramente turistas que no pueden permitirse el lujo de perder ni un solo día sin la oportunidad de opositar a un melanoma. Entre avión y avión, con los prismáticos del padre de Jaime, los observo como Rodríguez de la Fuente a las gacelas, con esa sensación de demiurgo que permite el distanciamiento y la ocultación. Junto al chiringuito hay varias chicas en topless y, alrededor de sus pechos, varios ancianos fingiendo leer la prensa. Como Rodríguez de la Fuente con las gacelas, el mundo me parece estúpido, cruel y previsible.

Un boeing 747 asciende lentamente por mi izquierda. Me pregunto qué gente irá allá dentro, y qué estarán pensando. Los aviones, o mejor dicho, los viajes en avión, son ideales para reflexionar. También para vomitar o tener relaciones sexuales, claro, pero fundamentalmente para pensar, porque son lugares en los que la sensación de proximidad a la muerte, aunque sea más improbable que en un coche o incluso en tren, siempre está en el subconsciente. Intento recordar cuando fue la última vez que viajé en avión, y en qué estaba pensando. Hace mucho y poco interesante, concluyo, una frase que pueden definir gran parte de mi vida.

Los pezones de la pelirroja son muy oscuros. O está teñida o debería ir al médico. Debería ir al médico en cualquier caso, resuelvo. Si está teñida porque necesita un psicólogo que le ayude a resolver porqué con esos pezones tan negros pretende ser pelirroja. Y si no lo está debería ir al ginecólogo, porque una mamografía no está de más hacérsela de vez en cuando. Por un momento he pensado en bajar a la playa y comentárselo, pero dudo que mi preocupación por su salud le parezca sincera. Chicas como ella ante tipos como yo, en lugares como la playa con conversaciones tan trascendentales son del todo incompatibles.

...Como el alcohol y los antidepresivos. Cuando la calma comienza a medirse en miligramos, uno no puede buscarla en mililitros, o al menos no pretendiendo que el resultado sea inocuo, si es que hay algo inocuo en la vida. Me enciendo otro cigarrillo mientras un Airbus A-320 sigue la estela invisible que dejó el anterior avión. Me imagino en él junto a la pelirroja y al viejo salido, hablando de nuestras cosas mientras nos pitan los oídos y planificamos un trío en el cuartito de azafatas. Tan improbable como un accidente aéreo, es que esta calma de prospecto me lleva a algún destino interesante. Tan improbable como que el avión se estrelle contra el hotel de viejos apolillados de enfrente y la pelirroja, fruto del pánico, decida raparse y acudir a las urgencias.

Jaime se ha despertado, y se ha sentado junto a mí con un zumo y un porro, somnoliento y resacoso. Me ha comentado algo de un sueño de bañeras en la nieve y no se qué de la comida, que estaba harto de... no me importa. Los amigos de verdad son esos a los que quieres y a los que puedes ignorar la mayor parte del tiempo, como a los perros. Mientras observo un Learjet que seguramente pertenecerá a algún jeque, Jaime me ha gritado no se qué de un tipo que se había tirado por la terraza. He girado los prismáticos y, en el parking del hotel de al lado, sobre un mercedes amarillo, un tipo con bermudas se ha estrellado como a cámara lenta, dejando el coche perdido de sangre y a una chica que pasaba por allí desmayada en el suelo. Jaime se ha ido corriendo con el porro y el zumo a llamar a la policía, torpe y resacoso mientras a mí, con esta calma tan artificial como el tinte de la pelirroja, sólo me ha dado por pensar cuántos aviones más que yo habrá visto aquel pobre desgraciado.

Decido, contra las recomendaciones de mi médico, comer hoy con cerveza.

24 febrero 2008

DOMINGO

Asumir este domingo indiferente
aderezado de semanario y siesta
de tendedero plancha y planning
de preludio de batalla sinsentido
no es ya difícil ni amargo
ni profundo ni literario
es simplemente
una mierda

Una mierda como un templo
pero plácida, en cierto sentido,
por lo que tiene de consciente.

Mañana, entre legañas,
volverán la ansiedad y la rutina
a vestirlo todo de idealismo.

06 febrero 2008

LOS CUERPOS EXTRAÑOS

No sé si recuerdas cuando hicimos el amor en casa de mis padres, aquella tarde lluviosa en la que ellos iban al supermercado y tú aparecías llamando a mi puerta con tus jeans y tus encuestas, tu súbito y mal remunerado interés por mis preferencias de compra. No sé si recuerdas que estabas mojada y cansada, que apenas sostenías el bloc y la sonrisa bajo un impermeable amarillo a lunares rosas. Que te invité a un té hecho en leche, sin azúcar, y que lo aceptaste sólo porque contestaría a las preguntas y porque no parecía un tipo raro, porque parecía decente. Lo tomaste con gesto serio en la salita, concentrada en las marcas de soja y mis hábitos de desayuno mientras el calefactor, no sé si recuerdas, iluminaba tu cara de tonos naranjas. Me dijiste tu nombre entre pregunta y pregunta, entre sorbo y sorbo, y era Marcela o Martina o Marita o Marta. Mientras, en la radio, creando atmósfecha, sonaba sweet lorraine con chet baker desde la ultratumba pero ni con su ayuda, pese a que yo insistía, cediste terreno a ninguna de mis pequisas. Empezaba a anochecer, fuera escampaba, y todavía te quedaban tres bloques para volver a casa.

No sé si recuerdas que hicimos el amor apenas te fuiste, seca y cansada, a seguir con tus margarinas y tus brioches, tus leches y tus chapatas. No sé cómo nos desnudamos, ni en qué momento de la encuesta se desataron las pasiones. Pero recuerdo bien tus pechos pequeños, tus escápulas aladas, tus mejillas naranjas y el impermeable amarillo. Y recuerdo también que fue nuestro amor tierno y privado, rápido y triste. Porque mientra te abrazaba, después del orgasmo, llegaron mis padres del supermercado sin avisar, como de costumbre, cargados de bolsas, cargados de realidad.

24 enero 2008

* - *


Bienvenidos aquellos que ruedan cuesta abajo. Bienvenida la noche, el neón y el humo, la duda y las certezas como cristales en los ojos. Bienvenidos los que
caminan entre palabras y engaños, aquellos que se debaten entre la poesía y el suicidio. Bienvenida la niebla, el café frío, también como no los cuerpos extraños.

Bienvenidos aquellos que cantan su miseria, que pintan sus miedos, que escriben profecías. El deseo inconfesable, el recuerdo marchito, el presente frío de los héroes destronados. Bienvenidos aquellos que se asoman al vacío, los rostros entrevistos en los baños y en los parques. Bienvenida la sombra, el tacto indeciso. Bienvenida la vida que nos queda y que nos huye.

Esta es vuestra casa, pero yo no soy vuestro hombre.
Perdonad el desorden, descorred las cortinas.