31 agosto 2007

DESPEDIDA

Estoy sentando en un sofá en plena playa, rodeado de gente medio fumada medio feliz que escucha Max Romeo como una letanía, con los ojos entornados y expresión de placidez. He estado caminando casi una hora, así que he decidido pedirme un café y descansar un rato en este sitio perdido, dejar de pensar un poco antes de que anochezca.

A mi lado se ha sentado una chica morena con muchas trencitas y un mojito que me mira de vez en cuando, pero que no habla. Su perro, un labrador negro y taciturno, se ha echado a mis pies vencido por su peso. Ambos son hermosos y lejanos. La corbata me molesta un poco, así que me la he aflojado aunque sigo con la chaqueta, que se ha acartonado por el levante y la arena. Debo parecer un caballero recién desembarcado, un Hernán Cortés perdido en el paraíso.

Un chico delgado se me ha acercado y me ha pedido lumbre, y la chica de las trencitas le ha alargado el mechero. Luego han empezado a hablar despacio, sin demasiado entusiasmo, con palabras extrañas. Son de por ahí arriba, se les ve sorprendidos ante todo lo que les rodea. Ambos me miran de vez en cuando, ambos me miran, se miran y siguen hablando. Ninguno de los dos, sin embargo, dice nada.

El sol va cayendo mientras el mar se tiñe de un color azul extraño. El levante sopla con fuerza y el mar, con la marea baja, parece una balsa de aceite sobre la que el sol flota como una vela. El labrador bosteza alargando su cuerpo lentamente. Apurando el café y colocándome la chaqueta como una capucha, he encendido un cigarro arrugado, un cigarro que me sabe a alquitrán y a sal, que me sabe a gloria pese a todo.

La chica de las trencitas se ha acabado el mojito, así que se ha levantado y se ha ido con el chico delgado a la barra o, quien sabe, quizás tras las dunas a amarse en silencio. Su perro ni se ha inmutado. Debe haberse quedado dormido, así que yo también me he tendido a lo largo del sofá y he cerrado los ojos... Max Romeo me canta al oído, solemne, I´m gonna put on an iron shirt and chase satan out of earth. Y yo le respondo que yo también llevo una armadura, que yo también lucho con mis demonios en vano...

He debido quedarme dormido, porque me han sobresaltado unos aplausos. Todo el chiringuito está aplaudiendo al sol, que acaba de ponerse como todos los días, naranja y verde, sin ceremonia. El perro también se ha despertado. Se va haciendo tarde, empiezo a tener frío y ganas de bañarme, también de nadar, de nadar mucho.

Las risas se confunden con el viento y la noche. Al dirigirme hacia la orilla, libre ya de horarios y proyectos, el perro me ha dicho adiós buena suerte con la mirada.