20 mayo 2007

EL BUCLE

Un parque solitario y dos amigos que se encuentran, muy tarde ya en la noche, cada noche.

-¿Todavía sigues aquí?

-Sí... Y creo que va para largo. ¿Y tú? ¿Por qué has vuelto?

-No lo sé, no puedo evitarlo. No es algo consciente.

-Ya, debió crearte algo así como un bucle en tu cerebro, ¿no?

-¿Tu muerte? Puede ser, aunque tampoco éramos íntimos, quiero decir...

-Sé lo que quieres decir. A mí me ocurre igual con el parque. Tampoco éramos íntimos y ya ves, resulta que éste parece ser mi purgatorio.

-¿Y no puedes salir? ¿Lo has intentado?

-Supongo que eres tú el que no has intentado sacarme de aquí. O más bien tus recuerdos.

-No lo hago queriendo. En serio, si por mí fuera, te mandaba directo al cielo. Pero mis recuerdos de ti están asociados a este parque, a aquel sábado por la noche cuando Laura nos presentó.

-Ya. Estamos los dos condenados. Yo a estar aquí y tú a venir a verme cada noche.

-Seguro que cuando menos lo esperemos, todo esto se habrá acabado.

-Eso espero... Aunque en ese caso, no sé adónde iré a parar yo.

-Debes sentirte solo.

-Sí, pero ¿Sabes?Al menos me han dejado una botella de ron. ¿Quieres una copa?

-No, gracias. No suelo beber cuando sueño. Me da resaca.

10 mayo 2007

CIRCUNLOQUIOS

Apuró el ron mientras miraba al techo, borracho. Todos sus amigos se había ido y sólo quedaba él en el bar certificando la noche entre destellos de neón. El humo y el calor formaban nubes caprichosas contra las luces, y cientos de cuerpos apretados, sudorosos, borboteaban a su alrededor bailando. Pensó divertido que sobre aquellas cabezas crecía una borrasca de feromonas, dispuesta a descargar deseo. Un deseo que en su caso se encontraba abotargado por el alcohol y el tedio, pero que le impedía marcharse como si le atase los tobillos a la barra. Miró el reloj. Las cinco.

Muy cerca suya, una muchacha fumaba impasible como quien espera un autobús cotidiano, aburrida y resignada, balanceando la cabeza al compás de la música de cuando en cuando. Mientras miraba a la puerta del local, pensaba taciturna que en cualquier momento alguien aparecería con una claqueta, gritaría “corten” y todo el mundo se esfumaría. De hecho quizás lo gritara ella, por si surtiera efecto. Querer y no querer, la teta y la sopa, la rabia y porqué no decirlo, las ganas de sexo la mantenían tensa y la hacían sentirse patética. Miró el reloj. La pila se había gastado.

Le preguntó la hora y luego si tenía condones. El resto, no serían más que suspiros e inventos, otro de los ya conocidos por ambos breves circunloquios de la soledad.