24 abril 2007

(sin título)

Proclama de felicidad:

Cansados de hacer el amor
nos declaramos una guerra
de almohadas.

17 abril 2007

COMPAÑEROS

Me hubiera gustado conocer a Cortázar, a Gil de Biedma, sin duda alguna también a Baroja o incluso a Borges pese a su famoso mal carácter. Sus textos me acompañan muchas veces y, en cierto sentido, configuran parte de mi carácter estético, de mi forma de entender la belleza y el horror de la vida. Soy de esos que aún no han comprendido que por ser buenos escritores no tenían porqué ser ni amables, ni interesantes, ni tan siquiera buenas personas. De hecho, alguna que otra biografía seria deja constancia de sus ajetreadas vidas y, sin embargo, no han conseguido convencerme del todo de que no hubieran sido magníficos compañeros de piso, de farra o de tertulia.

Me pregunto si existe alguien que sólo me conozca por lo que escribo en estas páginas y me intriga, si así fuera, si ha tenido la tentación de imaginarme como persona. Yo lo hago constantemente con lo que leo por ahí, me es inevitable, y aunque debo confesar que no deja de ser una inquietud un tanto ególatra, me resultaría curioso entrar en el surrealista mundo de las terceras impresiones, esas que van más allá del contacto visual o sonoro, esas que se atreven a proyectar imágenes de los demás en mundos paralelos. ¿No os ha pasado nunca? Vas en el tren, ves a una persona, la oyes hablar con el revisor y de pronto te parece conocer ya toda su vida. La colocas, por arte de la magia, positiva o negativamente, en un universo paralelo prejuzgado en el que no obstante, todo tiene sentido. A todos nos han dicho alguna vez –antes de conocerte pensaba que eras de tal o cual manera- y a todos nos ha ocurrido lo contrario. ¿Pero qué dicen de nosotros las palabras que escribimos?

Cuando leo mis textos no pocas veces he pensado que no he sabido expresar exactamente lo que quería decir y, sin embargo, luego ha llegado algún amigo y me ha comentado qué he dado en el clavo con una idea que ni se me había pasado por la cabeza. También me ha ocurrido que he necesitado sacar fuera algo completamente íntimo, lo he disfrazado de mil maneras para no sentirme desnudo, y luego ha llegado ese otro amigo entendiendo a la perfección qué he querido decir. La cuestión es que bastantes veces lo que uno escribe y lo que los demás entienden, así como lo que uno entiende y termina escribiendo, no es más que un azaroso cruce entre nuestros prejuicios y los de los demás, entre lo que uno quiere ser y lo que lo que lo demás quieren que uno sea. Un intento de mostrar un yo que nunca acaba de descubrirse y, en resumen, un fenómeno que pese a que pueda resultar frustrante, es absolutamente maravilloso.

El post anterior iba de una pareja que no se entendía por mucho que hablasen. Y al respecto hay un refrán que dice que somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras. Pero contrariamente a lo que expresé en el post anterior, yo creo que es al revés. Nuestras palabras, acertadas o no, se hacen libres en la mente de los demás, y sólo el silencio, como el que calló las voces de aquellos irrepetibles autores de los que hablaba al comienzo, nos esclaviza y anula. Porque mientras haya una voz que hable, que se siente ante una mesa y lance su mensaje al mar de las interpretaciones, siempre queda la posibilidad de que alguien la oiga, la escuche, la transforme a su gusto...

...y nos quiera como compañeros.

12 abril 2007

ESPIRALES

¿Me quieres?
-Te quiero
¿Cuánto?
-Mucho
¿Y qué significa mucho?
-Significa más que bastante
¿Bastante más que qué?
-Bastante más que poco
¿Poco? ¿Me quieres poco?
-No... Te quiero mucho.
Me quieres poco. Lo has dicho.
-Sólo he dicho bastante más que poco.
Pero me quieres poco, a fin de cuentas.
-A fin de cuentas, aquí estoy.
¿Ves? Ya no me quieres.
-Sí que te quiero... ¡Te quiero!
¿De verdad? ¿Me quieres?
-De verdad. Te quiero.
¿Cuánto me quieres?
-Mucho.
Vale.
-Bien.
¿Y qué significa querer?
-...