02 enero 2007

PASADO, PRESENTE, PASADO

La mañana en que se levantó y sintió la respiración de Manuel a su lado no pudo evitar llorar de alegría. Su marido había resucitado, y aunque el proceso había sido caro y larga la espera hasta la recomposición de su cuerpo, María estaba convencida de que ella también había vuelto a nacer con él.

Llevaban casados treinta años cuando él murió de un infarto fulminante mientras paseaba al perro. Toda una vida en común en la que sin hijos ni discusiones, sin holguras ni incomodidades, ambos habían convivido apaciblemente con ese amor silencioso que se profesan las parejas maduras.

Él era alto, recio y romo. A ella le gustaba observarlo leyendo el periódico concentrado en cada noticia, como un juez que observa las pruebas consciente de la gravedad de su veredicto. Y también le gustaba verlo afeitarse cada mañana muy temprano, alegre y pensativo. Le relajaba. Se sentía una princesa cuando tras la siesta le preparaba un café con pastas, y siempre que iba a comprar el pan, a la vuelta le traía alguna revista o un cuadernillo de pasatiempos. María lo quería, y por eso nunca fue consciente de lo completa que era su vida hasta que murió. Aunque pudo superar el hecho objetivo de su desaparición, le fue imposible aceptar la realidad de su soledad. Un vacío físico, tangible, incómodo y a la vez atrayente. Recuperar a su esposo fue para ella una pura cuestión de supervivencia.

Y ahí estaba, tan alto y tan recio, leyendo el periódico y comentando las noticias con severidad. Comprando el pan, poniendo la mesa, ayudándola a hacer café, paseando al perro de ambos con esa bondadosa paciencia que siempre había tenido. Todo había vuelto al pasado, y ese era para ella el mejor presente posible. Manuel había aceptado con sencillez su muerte y resurrección médica tres años después, y parecía dispuesto a vivir aquella segunda oportunidad sin alterar lo más mínimo sus costumbres. Ella, a cambio, evitaba cualquier plan de futuro, y simplemente disfrutaba de nuevo de cada registro de la personalidad de su marido: Su gusto por el rojo, por los sabores picantes, por Satiè y las películas en blanco y negro. Observarlo sonriente la tuvo obnubilada durante varios días.

Pasado un tiempo, sin embargo, María comenzó a sentirse extraña junto a él, y su presencia se fue haciendo, si no molesta, al menos sí perturbadora. Su respiración en la cama a veces la desvelaba, otras le provocaba pesadillas. Acostumbrada como estaba al silencio más absoluto, tenía que hacer grandes esfuerzos para concentrarse sintiendo a su marido merodeando por las habitaciones. No podía olvidar que había estado muerto, y aunque por Manuel parecía no haber pasado el tiempo, ella comenzó a entender que entre ellos había existido un desfase de tres años separados. Había adquirido una forma de vida tranquila, solitaria pero constante, y a su edad, casada de nuevo como estaba, le costaba adaptarse a los nuevos cambios. Ya no podía salir con sus vecinas de paseo al caer la tarde, ni perderse sola en el mercado entre los puestos de verduras. La televisión volvía a ser el cetro de su esposo, y aunque él siempre había sido generoso y servicial, poco dado a los enfrentamientos, sus manías no eran menos incómodas que antes. Aunque estos pensamientos eran vanales comparados con su regreso de entre los muertos, no podía asumir aquellos sentimientos encontrados, y se sentía cruel.

Porque a veces, mientras su marido paseaba al perro, María se sorprendía recordando con nostalgia el día de su funeral.

1 comentario:

ana dijo...

Te sales, niño. Te sales.
Feliz 007, Bond. Y besos, siempre besos ;)