30 octubre 2007

NADA LA NADIE

Y nadie la cura, y nadie la cura, nadie.
Nada cura la nada a nadie.
Vendo enciclopedias de la nada a domicilio,
Exquisitos volúmenes de hiel couché y pasta dura.
Inventario mortal riguroso
de los más estrictos dictámenes de mi vida.
Nadie cura la nada a nadie. Y nadie la cura, nada. Nadie.
Árboles me impiden mirar el bosque
que talé con mis insomnios, que talé con mis dientes.
Bosques ignífugos de recuerdos dolorosos
Selva desértica de mis tardes más oscuras.
Nadie me cura nada la nadie. Nada lo cura. Nada ni Nadie.
Lienzo inacabado de un pintor retorcido
castillo inexpugnable de arenas movedizas
Lavadoras, secadoras, hornos de mi cerebro
Esperanza cero en soñar las madrugadas.
Nadie me cura la nada. Nadie. Nada las gracias.
Gracias: De nadie.

23 octubre 2007

PROMESAS

Recordaré siempre la primera promesa que te hice y no cumplí, va ya para siete años. Mientras enciendo otro cigarrillo, recuerdo aquella noche en la que medio drogados, como dice la canción, nos dimos aquel primer beso que llegaba tarde pero que llegaba, muy tarde ya en la noche, mientras todos dormían la mona en una cama y tú y yo, balbuceantes de ron, pelábamos la pava en un sofá bastante estrecho. Recuerdo aquella noche, aquel beso y aquella promesa, tras dos mil quinientas cincuenta y cinco noches, no logro calcular cuántos miles de besos y me da pánico pensar cuántos paquetes de cigarrillos.

Como aquella promesa que guardo en mis pulmones, han habido muchas que aún siguen, a día de hoy, apolillándose en el armario de la enmienda. Algunas te las hice de forma solemne, como aquella mientras caminábamos hacia tu parada de autobús. Y otras, quizás la mayoría, con la boca pequeña del que se conoce y aun así se niega. No obstante todas, ten por seguro, las hice, las hago, pensando que un día me despertaré siendo el hombre perfecto que mereces tener a tu lado, la persona que siempre pueda arrancarte una sonrisa sin tenazas.

Ya sabes lo que opino de mí. Hay parcelas por las que no apuesto ni un duro. Sin embargo, en estas dos mil y pico noches que no siempre hemos podido compartir, me ha quedado claro que soy alguien capaz de amar y de ser amado, que soy alguien por el que otro alguien piensa que merece la pena no hacerlo todo de la manera más fácil. En estos no sé cuantos miles de besos que nos hemos dado, me ha quedado claro que soy alguien al que otro alguien considera único e irrepetible. Y que mi vida ya, de no haber aparecido tú, seguramente sería la vida de alguien que no soy yo, de alguien que seguramente sería un poco peor persona.

Así que prometo dejar de fumar, prometo quererme más a mi mismo, prometo tapar la pasta de dientes, prometo no ver el vaso medio vacío, prometo roncar menos, prometo no pasarme con la comida y también prometo no darte sustos escondiéndome en el pasillo. Mientras tenga tiempo a tu lado te prometeré mil cosas, y ten por seguro que no habrá ninguna que, tarde o temprano, no sea capaz de cumplir.

No sé si la nuestra será una historia de amor eterno. Pero entretanto espero haberte dado siete años de felicidad.

31 agosto 2007

DESPEDIDA

Estoy sentando en un sofá en plena playa, rodeado de gente medio fumada medio feliz que escucha Max Romeo como una letanía, con los ojos entornados y expresión de placidez. He estado caminando casi una hora, así que he decidido pedirme un café y descansar un rato en este sitio perdido, dejar de pensar un poco antes de que anochezca.

A mi lado se ha sentado una chica morena con muchas trencitas y un mojito que me mira de vez en cuando, pero que no habla. Su perro, un labrador negro y taciturno, se ha echado a mis pies vencido por su peso. Ambos son hermosos y lejanos. La corbata me molesta un poco, así que me la he aflojado aunque sigo con la chaqueta, que se ha acartonado por el levante y la arena. Debo parecer un caballero recién desembarcado, un Hernán Cortés perdido en el paraíso.

Un chico delgado se me ha acercado y me ha pedido lumbre, y la chica de las trencitas le ha alargado el mechero. Luego han empezado a hablar despacio, sin demasiado entusiasmo, con palabras extrañas. Son de por ahí arriba, se les ve sorprendidos ante todo lo que les rodea. Ambos me miran de vez en cuando, ambos me miran, se miran y siguen hablando. Ninguno de los dos, sin embargo, dice nada.

El sol va cayendo mientras el mar se tiñe de un color azul extraño. El levante sopla con fuerza y el mar, con la marea baja, parece una balsa de aceite sobre la que el sol flota como una vela. El labrador bosteza alargando su cuerpo lentamente. Apurando el café y colocándome la chaqueta como una capucha, he encendido un cigarro arrugado, un cigarro que me sabe a alquitrán y a sal, que me sabe a gloria pese a todo.

La chica de las trencitas se ha acabado el mojito, así que se ha levantado y se ha ido con el chico delgado a la barra o, quien sabe, quizás tras las dunas a amarse en silencio. Su perro ni se ha inmutado. Debe haberse quedado dormido, así que yo también me he tendido a lo largo del sofá y he cerrado los ojos... Max Romeo me canta al oído, solemne, I´m gonna put on an iron shirt and chase satan out of earth. Y yo le respondo que yo también llevo una armadura, que yo también lucho con mis demonios en vano...

He debido quedarme dormido, porque me han sobresaltado unos aplausos. Todo el chiringuito está aplaudiendo al sol, que acaba de ponerse como todos los días, naranja y verde, sin ceremonia. El perro también se ha despertado. Se va haciendo tarde, empiezo a tener frío y ganas de bañarme, también de nadar, de nadar mucho.

Las risas se confunden con el viento y la noche. Al dirigirme hacia la orilla, libre ya de horarios y proyectos, el perro me ha dicho adiós buena suerte con la mirada.

19 julio 2007

Amigos

Siento tener el blog tan abandonado... Pero me siento y nada, no consigo escribir nada.

Mi cabeza debe estar en obras. Disculpen las molestias.

13 junio 2007

NO ME PONE TRISTE LA LLUVIA

No me pone triste la lluvia
Sólo me nublan los paraguas,
la imposibilidad de los charcos
como recurso lúdico de urgencia.

Una vida impermeable
y el alma calada hasta los huesos.

07 junio 2007

SIAMESES

Ayer me perdí a mi mismo. No me ato corto y pasa lo que pasa, al menor descuido ya no estoy conmigo y me quedo con cara de bobo, buscándome por las calles. Eso pasó ayer. Andaba caminando después del trabajo, sin pensar demasiado en el cansancio para no hacer del mismo un lastre insoportable hasta llegar a casa. Caminaba a pasos lentos, entreteniéndome mirando los escaparates y las turistas mientras yo iba a mi lado con gesto contrariado, como me pongo cuando sé que después del trabajo vamos directamente a casa, que no hay discusión que valga al respecto. Contrariado pero no resignado, con ese gesto de niño travieso cuando quiere parecer que no está ideando alguna trastada. Ahí está el verdadero problema, que no crezco. Porque mi yo no se resigna a que las cosas son como son, y que va conmigo como yo voy conmigo también, como siameses de telediario. Soy testarudo y, claro, en cuando bajo la guardia aprovecho para escaparme en silencio y sin avisar. Eso pasó ayer, que mi yo me hizo, que me hice a mi mismo, una pirula.

Cuando miré a mi lado, ya no andaba conmigo. No sé si fue mientras miraba los libros del anticuario o mientras pensaba en la cena. Quizás fuera, ahora que lo pienso, mientras aquellos dos abuelos me preguntaban por no sé cual calle perdida. El caso es que cuando me pregunté si estaba cansado de andar, si quería que nos parásemos a tomar un refresco, ya no me encontraba a mi lado, y aunque ayer no fuese la primera vez que me fugo, me asusté al no verme porque no puedo evitar temer por mí mismo. Es cierto que al final nunca me pasa nada, que muchas veces cuando no me encuentro me voy solo a casa y al rato aparezco despreocupado, hablando de cualquier cosa para evitar los lógicos reproches que me hago por no hacerme caso. Pero ayer no pude dejar de pensar que me podía haber perdido para siempre, que mi vida estricta quizás me hubiera cansado, que quizás hubiera decidido andar por caminos separados consciente de que mis vidas no pueden armarse como las piezas del tente. Me asusté al considerar la posibilidad de no insistir en buscarme, de marcharme resignado a casa y una vez allí comprobar que pasaban días, o tal vez años, sin volver a verme en el sofá leyendo o gastándome bromas, o encargando una pizza cuando ya me he preparado una ensalada. Me aterrorizó la idea de vivir en un páramo gris grés, como tanta gente en tantos sitios.

Estuve durante horas buscándome desesperado entre la muchedumbre, haciendo y deshaciendo el camino del trabajo a casa. Entrando en tiendas, en bares, recorriendo callejones y plazuelas por si acaso alguien me había visto por allí. Pero nadie sabía nada de mí, nadie me conocía ni podía siquiera reconocerme tal y como me estaba describiendo. Finalmente, aturdido, me senté en un banco de la plaza nueva, por si acaso el también me estuviese buscando. Anochecía. Las palomas huían a los tejados, la estatua del rey mutaba en sombras y yo solamente pensaba en que no podía volver a casa sin la certeza de haberme encontrado. Al rato, obnubilado con mis presagios, no reparé en que alguien se había sentado a mi lado, en que alguien me ofrecía un cigarrillo. Miré sin entusiasmo y descubrí que era yo.

No me dije nada, tampoco me pedí disculpas. Fumamos despacio sin hablarnos y emprendimos la vuelta a casa. Las palomas ya dormían en los tejados y el rey había abdicado a favor de la noche. La masa se había dispersado y las tiendas y los bares comenzaba a hacer caja entre ruidos de cerrojos y platos. A través de calles solitarias, ambos caminábamos en silencio. Yo, contando derrumbado las farolas que nos guiaban por las calles. Mi yo, inquieto ante la posibilidad de haberme perdido con mi madurez, mis estrictas reglas y mis ensaladas.

01 junio 2007

PFF

Cierto, vale, calidad y cantidad, conceptos contrapuestos, aunque si además de escribir poco lo que escribes carece de calidad literaria... Bueno, siempre queda el ejercitar un poco la mente, quién sabe, quizás a fuerza de esto esté descartando de mis futuras enfermedades la demencia senil. Además, Ángel, has estado ocupado, se entiende. Creo que lo ha dicho cuando me ha visto la cara que he puesto, porque aunque me da caña y sabe que la necesito también sabe que llevo bastante regular cualquier crítica que no provenga de mí mismo. Es un defecto, lo sé, pero ya tengo bastante con mirarme al espejo y además, es cierto que he estado bastante ocupado. Al menos así me lo suelo vender yo, y la verdad, me lo compro bastante barato. Es lo bueno que tiene justificarse ante uno mismo, como te lo haces en casa no tienes que comprar fuera los materiales. Barcelona de todas maneras es una ciudad que no me viene bien al alma porque me gusta demasiado, y creo que ese el motivo por el que llevo toda la semana un poco jodido, sin ganas de escribir. Y mira que estoy convencido de que es una ciudad en la que el diseño y la cultura son un poco artificiosos, como de parque temático maquinado para sorprender, pero es que por más que me lo digo vuelvo luego al sur, me siento a la mesa y no dejo de sentirme durante unos días un poco barroco, como del siglo XVII. Qué estupidez, ahora que lo pienso. Lo que realmente me jode es que tengo un relato largo a medio terminar que no sé cómo acabará. Acudir a la lectura es bueno en estos casos, me digo. Aunque en mi mesilla están Tokyo Blues y El mal de Montano, no sé cuál es mejor. Por lo que llevo leído, con uno me terminaré cortándome las venas y con el otro volviéndome loco de literatura. Ni una cosa ni otra se me apetecen. La primera mancha demasiado y la otra es lo único que me faltaba para dejar de escribir para siempre. Pero ha sido un regalazo lo del viaje a Barcelona por sorpresa. Me ha quitado las ganas de escribir esta semana, pero pronto hará el efecto rebote. Estoy seguro. Me lo vendo así y lo compró de inmediato. Al final, resulta otra buena justificación para no considerar que se me están acabando las oportunidades de mantenerles a la expectativa. Calidad y cantidad, literatura y ego, este blog terminará siendo, como no me lo curre, otro diario más de un gordo sentimental medio calvo, otro caso más del que quería ser guardia civil y acabó de portero de discoteca. Y qué coño me importará a mí, dirá más de uno. Cierto, vale. Me callo.

20 mayo 2007

EL BUCLE

Un parque solitario y dos amigos que se encuentran, muy tarde ya en la noche, cada noche.

-¿Todavía sigues aquí?

-Sí... Y creo que va para largo. ¿Y tú? ¿Por qué has vuelto?

-No lo sé, no puedo evitarlo. No es algo consciente.

-Ya, debió crearte algo así como un bucle en tu cerebro, ¿no?

-¿Tu muerte? Puede ser, aunque tampoco éramos íntimos, quiero decir...

-Sé lo que quieres decir. A mí me ocurre igual con el parque. Tampoco éramos íntimos y ya ves, resulta que éste parece ser mi purgatorio.

-¿Y no puedes salir? ¿Lo has intentado?

-Supongo que eres tú el que no has intentado sacarme de aquí. O más bien tus recuerdos.

-No lo hago queriendo. En serio, si por mí fuera, te mandaba directo al cielo. Pero mis recuerdos de ti están asociados a este parque, a aquel sábado por la noche cuando Laura nos presentó.

-Ya. Estamos los dos condenados. Yo a estar aquí y tú a venir a verme cada noche.

-Seguro que cuando menos lo esperemos, todo esto se habrá acabado.

-Eso espero... Aunque en ese caso, no sé adónde iré a parar yo.

-Debes sentirte solo.

-Sí, pero ¿Sabes?Al menos me han dejado una botella de ron. ¿Quieres una copa?

-No, gracias. No suelo beber cuando sueño. Me da resaca.

10 mayo 2007

CIRCUNLOQUIOS

Apuró el ron mientras miraba al techo, borracho. Todos sus amigos se había ido y sólo quedaba él en el bar certificando la noche entre destellos de neón. El humo y el calor formaban nubes caprichosas contra las luces, y cientos de cuerpos apretados, sudorosos, borboteaban a su alrededor bailando. Pensó divertido que sobre aquellas cabezas crecía una borrasca de feromonas, dispuesta a descargar deseo. Un deseo que en su caso se encontraba abotargado por el alcohol y el tedio, pero que le impedía marcharse como si le atase los tobillos a la barra. Miró el reloj. Las cinco.

Muy cerca suya, una muchacha fumaba impasible como quien espera un autobús cotidiano, aburrida y resignada, balanceando la cabeza al compás de la música de cuando en cuando. Mientras miraba a la puerta del local, pensaba taciturna que en cualquier momento alguien aparecería con una claqueta, gritaría “corten” y todo el mundo se esfumaría. De hecho quizás lo gritara ella, por si surtiera efecto. Querer y no querer, la teta y la sopa, la rabia y porqué no decirlo, las ganas de sexo la mantenían tensa y la hacían sentirse patética. Miró el reloj. La pila se había gastado.

Le preguntó la hora y luego si tenía condones. El resto, no serían más que suspiros e inventos, otro de los ya conocidos por ambos breves circunloquios de la soledad.

24 abril 2007

(sin título)

Proclama de felicidad:

Cansados de hacer el amor
nos declaramos una guerra
de almohadas.

17 abril 2007

COMPAÑEROS

Me hubiera gustado conocer a Cortázar, a Gil de Biedma, sin duda alguna también a Baroja o incluso a Borges pese a su famoso mal carácter. Sus textos me acompañan muchas veces y, en cierto sentido, configuran parte de mi carácter estético, de mi forma de entender la belleza y el horror de la vida. Soy de esos que aún no han comprendido que por ser buenos escritores no tenían porqué ser ni amables, ni interesantes, ni tan siquiera buenas personas. De hecho, alguna que otra biografía seria deja constancia de sus ajetreadas vidas y, sin embargo, no han conseguido convencerme del todo de que no hubieran sido magníficos compañeros de piso, de farra o de tertulia.

Me pregunto si existe alguien que sólo me conozca por lo que escribo en estas páginas y me intriga, si así fuera, si ha tenido la tentación de imaginarme como persona. Yo lo hago constantemente con lo que leo por ahí, me es inevitable, y aunque debo confesar que no deja de ser una inquietud un tanto ególatra, me resultaría curioso entrar en el surrealista mundo de las terceras impresiones, esas que van más allá del contacto visual o sonoro, esas que se atreven a proyectar imágenes de los demás en mundos paralelos. ¿No os ha pasado nunca? Vas en el tren, ves a una persona, la oyes hablar con el revisor y de pronto te parece conocer ya toda su vida. La colocas, por arte de la magia, positiva o negativamente, en un universo paralelo prejuzgado en el que no obstante, todo tiene sentido. A todos nos han dicho alguna vez –antes de conocerte pensaba que eras de tal o cual manera- y a todos nos ha ocurrido lo contrario. ¿Pero qué dicen de nosotros las palabras que escribimos?

Cuando leo mis textos no pocas veces he pensado que no he sabido expresar exactamente lo que quería decir y, sin embargo, luego ha llegado algún amigo y me ha comentado qué he dado en el clavo con una idea que ni se me había pasado por la cabeza. También me ha ocurrido que he necesitado sacar fuera algo completamente íntimo, lo he disfrazado de mil maneras para no sentirme desnudo, y luego ha llegado ese otro amigo entendiendo a la perfección qué he querido decir. La cuestión es que bastantes veces lo que uno escribe y lo que los demás entienden, así como lo que uno entiende y termina escribiendo, no es más que un azaroso cruce entre nuestros prejuicios y los de los demás, entre lo que uno quiere ser y lo que lo que lo demás quieren que uno sea. Un intento de mostrar un yo que nunca acaba de descubrirse y, en resumen, un fenómeno que pese a que pueda resultar frustrante, es absolutamente maravilloso.

El post anterior iba de una pareja que no se entendía por mucho que hablasen. Y al respecto hay un refrán que dice que somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras. Pero contrariamente a lo que expresé en el post anterior, yo creo que es al revés. Nuestras palabras, acertadas o no, se hacen libres en la mente de los demás, y sólo el silencio, como el que calló las voces de aquellos irrepetibles autores de los que hablaba al comienzo, nos esclaviza y anula. Porque mientras haya una voz que hable, que se siente ante una mesa y lance su mensaje al mar de las interpretaciones, siempre queda la posibilidad de que alguien la oiga, la escuche, la transforme a su gusto...

...y nos quiera como compañeros.

12 abril 2007

ESPIRALES

¿Me quieres?
-Te quiero
¿Cuánto?
-Mucho
¿Y qué significa mucho?
-Significa más que bastante
¿Bastante más que qué?
-Bastante más que poco
¿Poco? ¿Me quieres poco?
-No... Te quiero mucho.
Me quieres poco. Lo has dicho.
-Sólo he dicho bastante más que poco.
Pero me quieres poco, a fin de cuentas.
-A fin de cuentas, aquí estoy.
¿Ves? Ya no me quieres.
-Sí que te quiero... ¡Te quiero!
¿De verdad? ¿Me quieres?
-De verdad. Te quiero.
¿Cuánto me quieres?
-Mucho.
Vale.
-Bien.
¿Y qué significa querer?
-...

29 marzo 2007

PLAQUETAS

Todavía recuerdo aquel mail y la llamada de Carmen, angustiada. Un niño esperaba urgentes transferencias de plaquetas en nuestra ciudad y los padres, desesperados, habían mandado cientos, miles de mensajes pidiendo ayuda a través de Internet. Un poco raro que lo hagan por correo, le dije yo, a ver si no va a ser otro de esos correos basura. Pero Carmen tenía un pálpito, y los dos, plaquetas. Todavía recuerdo las llamadas a todos los demás, la dura negociación para lograr que su incredulidad inicial, como la mía, se transformara en acción. Lupe, Ana, Jaime, Antonio, César, todos dejamos lo que estábamos haciendo y seguimos el pálpito de Carmen. No pasó ni una hora cuando, a la puerta del Hospital, todos nos disponíamos a entregar nuestra sangre por aquel chico, por aquel mail pero, sobre todo, porque Carmen nos lo había pedido. Y todavía recuerdo la cara que se le quedó, roja de vergüenza, cuando nos dijeron, un poco con sorna, que ningún niño se estaba muriendo por falta de plaquetas. Que de ser así habría habido, como mínimo, setecientos médicos y enfermeras dispuestos a evitar el colapso, anuncios en la radio, coches por la ciudad pregonando la agonía. Que gracias, pero que no.

Hoy me he cortado en la cocina, nada grave, no manden correos en mi auxilio. Pero cuando he visto mi dedo sangrando me he acordado de aquella historia. Del tiempo en el que todo era más sencillo y no había distancias, ni trabajo, ni compromisos. Los años en los que bastaba una llamada para tener al rato a alguien cerca. Y quizás sea una imagen simbólica, una ocurrencia sin más, otro recurso creativo. Pero he añorado el tiempo en el que todos éramos, para los otros, plaquetas.

27 marzo 2007

RECETA CASERA

Llegamos a casa, tiramos la corbata y la camisa al sofá, nos descalzamos, nos ponemos una sudadera raída y, sin quitarnos el pantalón del traje, nos dirigimos a la cocina.

Elegimos una lata de cocido madrileño, la abrimos con cuidado de no manchar la encimera y la vertemos sobre un plato sopero, preferentemente. Disolvemos los grumos que puedan aparecer con un tenedor, procurando tirar el tocino a la basura si estamos a dieta, tapamos el plato de cocido con otro plato y, sin más preámbulos, introducimos el conjunto en el microondas durante tres minutos, a máxima potencia.

Mientras esperamos, debemos disponemos la mesa con una cuchara, una cucharilla (para el postre), un par de servilletas y, si deseamos un entrante, un plato de aceitunas o un poco de queso. No deben faltar asimismo una lata de cerveza de sabor acorde con el cocido (evitaremos cerveza negra o cerveza limonada), y un nutritivo flan industrial de huevo o vainilla (al gusto). Cuando suene el microondas, retiramos el plato con cuidado de no quemarnos, echamos el plato-tapadera al fregadero, y tras llevar el cocido a la mesa, ya podemos decir que tenemos todo a punto para disfrutar de un suculento almuerzo. Acompañaremos el festín, si nos apetece, con las noticias o un poco de música.

Sugerencia de la casa: Si creemos que podemos romper a llorar durante la comida, tendremos a mano pañuelos de papel.

16 marzo 2007

CALENTAMIENTO GLOBAL

Hace frío, ya es primavera.

Ni azahar ni flores ni faldas a lunares ni lunas luneras.

Lo tienen difícil los pintores costumbristas, el hombre del tiempo, los poetas.

El aire no se aclara.

Resfriados a golpes de calor, diez horas y media de sol y esa elección fatídica
cada viernes por la noche:

¿Jersey, abrigo, camiseta... Voy desnudo?

Vaya idea, me digo, ir desnudo.

Y caigo: Ya es primavera.

...Ya está aquí el calentamiento global.

08 marzo 2007

SU PALABRA

Te querré hasta que me muera, le dijo,

y cuando murió la dejó tirada como una colilla.

...Se esfumó como si tal cosa.

Un poco cabrón, el tipo,

Pero al menos cumplió su palabra.

23 febrero 2007

SÁNCHEZ

En uno de mis viajes por aquel país llegué a un pueblo donde los niños no tienen nombre propio. Allí la elección de éste se considera tan importante que son ellos mismos los que lo eligen, llegada una edad y madurez apropiadas. Entretanto, sus madres les llaman pequeños, nenes, enanos o cualquier otro nombre cariñoso, común y falto de personalidad.

Algunos lo tienen claro desde muy pequeños, otros dudan hasta el último momento. Hay quienes piden consejo a sus mayores y quienes, desesperados, lo terminan eligiendo a suertes entre los cinco o seis que más les gustan. Algunos niños toman el nombre de un personaje ilustre, pero la mayoría procura buscar uno que no exista en toda la comarca. Así, no es extraño encontrar en el pueblo a alguien llamado Atanasio, Braulio, Maurilia o Lugerica.

Cuando los niños deciden que nombre quieren tener se organiza una gran fiesta en el pueblo. Por todas las calles cuelgan banderolas de colores y en la plaza principal colocan un gran cartel con el nombre elegido. La escuela y los comercios cierran y, el alcalde, ante todo el pueblo y en un solemne acto, anota públicamente la nueva denominación en el registro. De ese día en adelante, el niño ya se considera un ciudadano más.

Esta y otras curiosidades me las contó el dueño de la pensión en la que me quedé durante aquellos días. Era anciano, alto, ágil, risueño, nunca se había casado y nunca había salido de la comarca. Se llamaba Juan María, pero todos le llamaban Sánchez. Entusiasmado como estaba por la original costumbre de los nombres, no entendía porqué él prefería su apellido, pero él siempre evitó contestarme. Hasta el día en que me marché.

Aquella mañana las calles amanecieron engalanadas por una nueva ceremonia. Una tal Teresa sería la próxima chica en dejar de ser anónima, y todo el pueblo ultimaba los detalles antes de acudir al Ayuntamiento. Preparé la maleta, revisé el coche, y cuando fui a despedirme del anciano lo encontré fumando en el patio, sombrío y pensativo, dispuesto a confesarme su secreto.

Sánchez prefería su apellido porque éste no tenía género. Y es que aunque pudo elegir su nombre, aquel hombre nació, como tantos otros, dentro un cuerpo impuesto. Un mero disfraz de carne, cruel ante los espejos.

16 febrero 2007

LA LAVADORA

Llegué destrozado a casa. Ya sabes, había tenido un día horrible, de esos en los que llegas a pensar con lucidez que todo lo que hagas, incluso preparar la cena o lavarte los dientes, va a salir mal. Pese a todo consideré oportuno darme un baño antes de irme a la cama. Me sentía tan sucio por dentro que necesitaba, al menos, que mi cuerpo estuviese limpio. A fin de cuentas, pensé, si resbalaba en la bañera o se me caía la radio en el agua tampoco sería para tanto.

Total, que me desnudé, entre en el cuarto de baño y justo cuando iba a meterme en la bañera caí en la cuenta de que el termo no estaba encendido... En circunstancias normales hubiera considerado aquel hecho parte de la secuencia lógica del día que llevaba, pero cuando asocié el agua fría a la hora a la que llegas a casa, y la hora que era a que te habías ido de viaje... No exagero, estuve a punto de bañarme con agua fría. La rotundidad de saberme solo durante toda la semana me golpeó en las sienes. Llevamos dos meses viviendo juntos y ya me tienes mal acostumbrado. Cuando llego a casa ya estás duchada, el termo encendido, la música sonando y sí, lo dos estamos tan cansados que casi no podemos mantenernos la mirada, pero estamos juntos... Con todo me contuve. Ni lloré ni nada.

Me fui a la cocina dispuesto a encender el termo, a hacer un último esfuerzo por dotar de normalidad a mi casa sin agua caliente y sin ti. Y en esto que veo la lavadora. Me vas a llamar loco, pero lo vi claro. Una de esas ideas que siempre te parecieron extrañas pero que de repente se te antojan sencillas y geniales. Un simple baño, aun caliente, no me hubiera proporcionado el punto y aparte que necesitaba después del día que llevaba. Y nuestra lavadora, porque insististe en ello, es grande y de carga superior. Así que ni lo dudé. Programé un lavado largo con agua caliente, encendí la radio y me metí dentro.

Debes probarlo cuando vuelvas. Nuestra lavadora no tiene nada que envidiar a una de esas modernas duchas de hidromasaje. Salí limpio, suavizado, aclarado, centrifugado... Llegué incluso a pensar, ingenuo, que aquel lavado había marcado un antes y un después, que podría acostarme con una mínima sensación de tranquilidad. Pero no fue posible. Tus bragas rojas, esas bragas de hellokitty que a ti tanto te gustan, se habían lavado conmigo... Y cuando fui al baño y me miré en el espejo comprobé, asustado, que mi cuerpo entero era rojo. Que me había quedado desteñido por tu ausencia.

¿Sabes? No suelo contarte ciertas intimidades porque no me parece apropiado. Pero ya en la cama, deprimido, sólo pude hacer una cosa: Lavar a mano, entre sollozos, las manchas de tu recuerdo.

08 febrero 2007

NONADAS #12

(velatorio en el cielo por la muerte de un muerto)

-Que triste, ¿no?

-Sí, bueno...

-...Estoy consternado. No sabía que aquí también nos teníamos que morir.

-Ya... Para mí también fue una sorpresa. Pero claro, ante la falta de espacio...

-Pobre hombre, ¿verdad?. Lo conocía de vista, pero me pareció buen tipo. ¿De qué murió?

-Ya sabes, de la muerte natural del muerto...

-¿De muerte natural?. ¿Y cuál es nuestra forma natural de morir?

-De olvido, amigo mío, de olvido.

1901-2007 - RE-descanse en paz

02 febrero 2007

EL ÚLTIMO AMIGO

Llamen a su memoria al último amigo que perdieron, llámenlo de inmediato. Pero no llamen ni al traidor ni al traicionado, no llamen a quien un claro desencuentro lo alejó de sus vidas. A fin de cuentas, si se analiza con frialdad, a ese amigo nunca le perderán en el recuerdo y su amistad es, en cierto modo y por difícil que pueda suponer, recuperable. Llamen a ese otro que jugando al escondite diario se marchó en silencio sin terminar la partida. A ese que al que, sin razón aparente, los teléfonos olvidaron. Llámenlo, nómbrenlo de inmediato en su memoria.

Puede que no sea fácil, que yerren a la primera. Es probable que hayan llamado a otra persona por equivocación. A alguien que, por la urgencia de este ejercicio que les planteo, consideren que fue su amigo y en realidad nunca lo fue. Discúlpenme entonces, no lo mencioné antes, es culpa mía. Al igual que no deben llamar ni a traidores ni a traicionados, no es cuestión tampoco de llamar a conocidos o a habituales. A los primeros nos lo impone la propia vida, se conoce a tanta gente al cabo de tan pocos años que es difícil e incluso desaconsejable trabar amistad con todos. En cuanto a los segundos, los habituales, estos vienen impuestos por otros amigos. Y la amistad, salvo excepciones, no sigue secuencias lógicas de afinidad. Los amigos de mis amigos pueden ser soportables, interesantes, divertidos, entrañables. Pero raras veces alcanzan, por antigüedad, el mismo estatus de los originarios. En cualquier caso, tras mi disculpa, hay que reconocer que no es fácil encontrar a esa persona. Si hacemos una criba rigurosa de amigos y conocidos, ésta deja en pie a muy pocos y estos, afortunadamente, nunca suelen andar demasiado lejos.

No obstante, si pese a todo lo dicho ya tienen en mente al último amigo que perdieron, a ese amigo de verdad que se marchó entre el silencio de los cláxones y la luz de las chimeneas, mucho me temo que también se han equivocado. Que no han dado exactamente con la persona buscada. Les he tendido una trampa o mejor dicho, la vida nos la ha tendido a todos. Una trampa clara y concisa, en la primera línea, que seguramente algunos de ustedes no hayan podido evitar. Y es que el último amigo es el último en sentido estricto... De su marcha aún no tenemos conciencia, su muerte fraternal aún no se nos ha comunicado. Forma parte todavía de nuestro más íntimo inventario, aquel que repasamos cuando hablamos orgullosos a los demás de nuestro patrimonio de fotos y anécdotas. Pero ese amigo ya anda escondido en medio de la partida diaria. Ya forma parte del pasado de nuestras confesiones.

El último amigo perdido aún no nos viene con dolor a la memoria. Pero ya marcha, silencioso, por el limbo de las excusas.

19 enero 2007

LA SOLITARIA

Como la solitaria, que se instala en el esófago paciente, silenciosa, huésped traidora del hambre más primitivo. Engaña a los alimentos con su leve tintineo y usurpa sus nutrientes con parsimonia, sin sentimiento de culpa aunque consciente como es (por más que sea un bichejo) que ningún acto deja de tener su consecuencia. Invicta y condenada a un tiempo, la solitaria come sin resentimiento, se alarga y engorda, hunde los cimientos del organismo que la alberga. Así, inútiles y mortales, se han instalado tus frases, aquella conversación, en mi cabeza. El hambre primitivo de saber de ti me contagió. La gula del conocimiento ha sido, está siendo, mi pecado penal. Pero ya es tarde. Debí haberme conformado con picarte, con probar tus mieles como en los cócteles diplomáticos, harto y curioso, sin más deseo que el de cumplir con la obligación social de no rechazar el alimento. De haber sido así no hubieran mediado las palabras y el tiempo, cabizbajo, se hubiera marchado por los bulevares buscando historias de amor. Pero no fui prudente, y aquella noche, en el “Chicks”, no me conformé con buscar el calor de tus pechos, con aprisionar mi lengua entre tus muslos, con desbaratar tu cama y haberme marchado en silencio. Seguí allí, en tu dormitorio, sudoroso y pensativo, esperando a que amaneciese para poder preguntarte tu nombre. Pero no es él el culpable de esta situación, ni saber de dónde venías, ni a qué te dedicabas, ni a qué hora salías del conservatorio para buscarte y tomarnos algo. Ni tan siquiera saber cómo son tus padres, tus hermanos, tu casa y tu ciudad. Todos esos son datos accesorios, apenas hilos moribundos que sostienen cualquier biografía. No. De hecho, de haber construido algo sobre esos datos nada de lo que me está ocurriendo sería posible. Hubiéramos seguido acostándonos y tapeando, paseando y hablando de Satiè o de “The Bad plus”, nuestros favoritos. Hubiéramos podido incluso habernos casado, haber tenido hijos, hacernos ancianos sin más necesidad de saber del otro el nombre, los apellidos, la leve ubicación espacial y temporal de nuestro pasado menos sincero. No fui prudente, ni con tu cuerpo ni mucho menos con tu mente. Un amigo me lo dijo, tienes la peligrosa costumbre de entrar en los cuartos oscuros de quienes te rodean. Razón le sobraba. Aquella tarde cerca del Promontorio, en el café de Zouzanne, recuerdo que te vi llegar y pensé que no te conocía. Que ya habían pasado seis meses y sólo sabía de ti breves apuntes desordenados, trazos claros pero sin posibilidad de una composición con sentido. Te acosé suavemente, pero con firmeza. Mientras sonaba Paolo Conte despreocupado, fui buscando en mis palabras, una a una, las claves de apertura de tu pasado. Entre besos y risas, entre un café nauseabundo y el bourbon a palo seco, una puerta se abrió en tu mente. Y aquello que me contaste, el inventario de tu cuarto oscuro, se instaló en mi cerebro, paciente, silencioso, huésped traidor de mi vida, como la solitaria. Olvidar hasta cierto punto, es fácil. De hecho es un verbo que está sobrevalorado. Hay quien dice que perdona pero no olvida, y años después, en una de esas ironías de la química, sufre alzheimer y olvida todo menos un rechazo primitivo a quien le ofendió un día. Olvidar es fácil, lo sé y lo intento. Puede que lo consiga. Pero hay algo que se queda para siempre dentro de la mente, que como la solitaria es capaz de permanecer años aletargado hasta ser descubierto sin esperanza de resolución. Y no hay método científico para esos daños cerebrales imperceptibles. Contaba mi abuela que antiguamente a las solitarias se las sacaba del cuerpo con ayuno y leche. Dejabas al enfermo dos días sin comer y al tercero, de madrugada, colocabas un plato de leche frente a su boca abierta. Horas después, entre vómitos y sacudidas, surgía la solitaria desde la garganta, ciega y hambrienta, directa a su patíbulo. No te he vuelto a ver desde aquella tarde. No volveré a verte más si puedo evitarlo. Sé que habrás llorado y te habrás preguntado porqué escapé de tu vida, pero acaso debes saber que es tu vida la que no quiere escaparse de mi cerebro. Como el método de mi abuela, sólo me queda una esperanza. Escucho a cada hora, en silencio, el piano que tan bien tocabas esperando que un día, entre insomnio y dolores de cabeza, pueda sacarte a través de mi oído. A ti y a tu historia, huésped traidora de nuestro amor.



Gracias a Aitor, que me planteó el juego de escribir con una imágen y cincuenta minutos.
Perdón por las erratas, he querido colgarlo tal cual.

17 enero 2007

QUÉ MONO

Soy Licenciado en Química Asistida Termonuclear por la Universidad de Baelo Clavdia y Doctor en Filosofía Medieval por la de Río Verde, si bien me vi obligado a estudiar Arquitectura en Wülford para satisfacer las expectativas familiares. Trabajo para el Centro Internacional de Análisis Bioestadístico Tom Darkhole, en La Turna, donde desarrollo tareas de secuenciación, parametrización y control de incidencias biotérmicas, un trabajo divertido pero mal remunerado. El poco tiempo libre que me deja lo aprovecho para potenciar mis aficiones artísticas, colaborando en lo que puedo con las Revistas Culturales Mojitolindo y Másmedievo, de la que soy redactor jefe e ilustrador. He escrito doce libros de tablas estadísticas, ilustrado cinco tomos del Libraco Gordo de Petete Edición Virtual y cuatro poemarios, dos de los cuales han sido finalistas de los premios Esperanza Cero y Nuevos Talentos de la Poesía Rural. Soy accionista-entrenador-utillero del equipo de mi barrio, presidente de mi comunidad de vecinos y campeón español absoluto en la modalidad de petanca dinámica nigromántica para zurdos, algo que me llena de satisfacción y rubor.

...También me la machaco más que un mono. Me encanta hacerlo delante del espejo.

15 enero 2007

UN MAL DÍA

Y después del día que llevaba, imagina, aparece un tipo al que no conocía de nada y me dice que me quiere dar un abrazo, que están regalando abrazos por toda la ciudad...

...Luego me sentí mal. La verdad, me pasé un poco.

10 enero 2007

YO, MI, ME... SIN MÍ

Debiera ser fácil, en una de esas tardes tontas sin trabajo, sentarnos ambos en la sobremesa, frente al balcón, y contarnos qué tal nos ha ido la semana, el año, qué tal la vida. Con esa forma tan natural en la que los viejos amigos pasan de hablar del tiempo a cuestionar la muerte misma, debiera ser fácil hacer balance de cómo lleva cada uno su condena. Cómo pasas las horas perdido en algún planeta, esperando que yo venza la pereza y te rescate, te siente y te dicte, o me dictes tú entre insultos a mi torpeza. Cómo vives tu cruz, la sumisión absoluta a mis vaivenes, tu tibia existencia muchas horas al día, muchos días de la semana. Sabes bien, aunque no lo creas, que yo llevo mal la mía. Que domino tu destino y, sin embargo, no soy capaz de invocarte justo a tiempo, como en esos días de gloria que bajo un relato tú y yo hemos tenido. Por eso, porque nos queremos, debiera ser fácil viviendo en un mismo cuerpo sentarnos, frente al balcón, y ver oscurecer el tiempo haciendo balance de lo nuestro.

Pero te he callado tantas veces, te he callado tantas veces, que ya somos una pareja anodina, haciendo vidas en paralelo.

02 enero 2007

PASADO, PRESENTE, PASADO

La mañana en que se levantó y sintió la respiración de Manuel a su lado no pudo evitar llorar de alegría. Su marido había resucitado, y aunque el proceso había sido caro y larga la espera hasta la recomposición de su cuerpo, María estaba convencida de que ella también había vuelto a nacer con él.

Llevaban casados treinta años cuando él murió de un infarto fulminante mientras paseaba al perro. Toda una vida en común en la que sin hijos ni discusiones, sin holguras ni incomodidades, ambos habían convivido apaciblemente con ese amor silencioso que se profesan las parejas maduras.

Él era alto, recio y romo. A ella le gustaba observarlo leyendo el periódico concentrado en cada noticia, como un juez que observa las pruebas consciente de la gravedad de su veredicto. Y también le gustaba verlo afeitarse cada mañana muy temprano, alegre y pensativo. Le relajaba. Se sentía una princesa cuando tras la siesta le preparaba un café con pastas, y siempre que iba a comprar el pan, a la vuelta le traía alguna revista o un cuadernillo de pasatiempos. María lo quería, y por eso nunca fue consciente de lo completa que era su vida hasta que murió. Aunque pudo superar el hecho objetivo de su desaparición, le fue imposible aceptar la realidad de su soledad. Un vacío físico, tangible, incómodo y a la vez atrayente. Recuperar a su esposo fue para ella una pura cuestión de supervivencia.

Y ahí estaba, tan alto y tan recio, leyendo el periódico y comentando las noticias con severidad. Comprando el pan, poniendo la mesa, ayudándola a hacer café, paseando al perro de ambos con esa bondadosa paciencia que siempre había tenido. Todo había vuelto al pasado, y ese era para ella el mejor presente posible. Manuel había aceptado con sencillez su muerte y resurrección médica tres años después, y parecía dispuesto a vivir aquella segunda oportunidad sin alterar lo más mínimo sus costumbres. Ella, a cambio, evitaba cualquier plan de futuro, y simplemente disfrutaba de nuevo de cada registro de la personalidad de su marido: Su gusto por el rojo, por los sabores picantes, por Satiè y las películas en blanco y negro. Observarlo sonriente la tuvo obnubilada durante varios días.

Pasado un tiempo, sin embargo, María comenzó a sentirse extraña junto a él, y su presencia se fue haciendo, si no molesta, al menos sí perturbadora. Su respiración en la cama a veces la desvelaba, otras le provocaba pesadillas. Acostumbrada como estaba al silencio más absoluto, tenía que hacer grandes esfuerzos para concentrarse sintiendo a su marido merodeando por las habitaciones. No podía olvidar que había estado muerto, y aunque por Manuel parecía no haber pasado el tiempo, ella comenzó a entender que entre ellos había existido un desfase de tres años separados. Había adquirido una forma de vida tranquila, solitaria pero constante, y a su edad, casada de nuevo como estaba, le costaba adaptarse a los nuevos cambios. Ya no podía salir con sus vecinas de paseo al caer la tarde, ni perderse sola en el mercado entre los puestos de verduras. La televisión volvía a ser el cetro de su esposo, y aunque él siempre había sido generoso y servicial, poco dado a los enfrentamientos, sus manías no eran menos incómodas que antes. Aunque estos pensamientos eran vanales comparados con su regreso de entre los muertos, no podía asumir aquellos sentimientos encontrados, y se sentía cruel.

Porque a veces, mientras su marido paseaba al perro, María se sorprendía recordando con nostalgia el día de su funeral.