18 mayo 2006

EL OJO DEL HURACÁN


Emma peinaba a tía Claire mientras que su marido, sentado en la mesa del salón, intentaba con su vieja emisora contactar una y otra vez con la estación de radio de la policía. Hacía tres días que el sol había salido, y sin embargo, la emisora de radioaficionado de Frank seguía sin recibir señal alguna del exterior. Todo parecía indicar que todavía, por muy extraño que pareciese, la granja de los Benson seguía inmersa en el ojo del huracán.

El último parte que oyeron a través de la emisora indicaba que Missie avanzaba a gran velocidad hacia el norte y se estimaba que, si un milagro no ocurría, el condado de Newsend sería alcanzado de lleno por el huracán. Frank y Emma acudieron entonces a la ciudad a comprar víveres, medicinas para la tía Claire y tablones para reforzar puertas y ventanas. Dispusieron todo para intentar paliar los daños que seguramente ocasionaría y, cuando empezaron las primeras lluvias, se prepararon resignados para soportar el primer envite del huracán, que duraría varios días.

Durante ese tiempo sobrevivieron a base de conservas, leche y sopas frías, iluminándose tan sólo con velas y rezando para que el viento no se llevase el establo con los animales dentro. Tía Claire se pasaba horas canturreando, ajena en su senilidad al paso del huracán mientras que el matrimonio, ausente, se dedicaba a leer y de cuando en cuando a revisar que no se formaban grietas ni goteras en ninguna de las habitaciones. En una tensa y a la vez tediosa calma, aquellos cinco días les parecieron años.

La mañana en que paró la tormenta, Emma pudo intuir desde la cama que la luz entraba clara por una de las rendijas de la ventana. Como las últimas noticias que escucharon indicaban que el huracán tenía un inmenso ojo de unas doscientas millas de diámetro y que tras él se extendían otras quinientas de tempestad, Frank consideró que estaban situados en el epicentro del mismo, y que por tanto, aquella calma era tan sólo una breve tregua. Sin duda el viento seguía soplando con fuerza y eso indicaba, según los cálculos de Frank, que en apenas cuatro o cinco horas tendrían que volver a encerrarse en casa.

Desayunaron rápidamente y, después de sentar a tía Claire a la entrada del porche para que le diera un poco de luz, se dispusieron a revisar cada palmo de la granja. Mientras Emma acudía a los establos para comprobar el estado de los animales (encontró tres gallinas muertas), Frank se dedicó a arreglar los destrozos que, aunque no eran irreparables, sí le supondrían algunas semanas de trabajo cuando el huracán pasase definitivamente.

Trabajaron sin descanso durante horas, mirando de vez en cuando al horizonte en busca de los primeros síntomas del fin del ojo. Quemaron a las gallinas muertas y repusieron de pienso y agua los depósitos. Colocaron plásticos nuevos sobre el motor del pozo y la segadora. Reforzaron las ventanas con nuevos tablones y planchas de metal, rellenaron el depósito de agua y llevaron a la casa las provisiones que guardaban en el cobertizo. Tan concentrados andaban en prepararse para el segundo asalto, que no repararon en que el huracán no daba signo alguno de volver hasta que tía Claire, a gritos, pidió que alguien le diera algo de comer.


Almorzaron poco, sin la ansiedad de la lluvia golpeando la casa y sin velas, pues aunque las ventanas seguían tapiadas, la puerta dejaba entrar un rotundo haz de luz. Después, mientras Emma llevaba a tía Claire a que descansase un poco, Frank cogió sus prismáticos y observó más detenidamente el horizonte. Aunque el sol todavía con timidez y el viento seguía ululando con fuerza, el cielo estaba completamente despejado. Estaba claro que sus cálculos estaban equivocados, pero por otra parte, su intuición de hombre de campo y la lógica de las predicciones le decían que el huracán no había podido desvanecerse. Intentó comunicarse por radio con alguien, pero el ruido indescifrable de las interferencias fue lo único que recibió por respuesta. Missie seguía merodeando por los alrededores.

Durmieron con el temor a despertarse entre truenos, pero al día siguiente, el sol seguía brillando incontestable y el viento seguía soplando con una fuerza a ratos moderada, pero siempre constante. Como por radio seguía siendo incapaz de comunicarse con nadie, Frank condujo su camioneta hasta la cercana carretera, esperando que algún vehículo pasase y pudiera informarle sobre qué estaba pasando. Estuvo fumando y leyendo durante al menos tres horas sentado en el capó del vehículo, pero en todo ese tiempo nada ni nadie pasó por allí. A la vuelta, contrariado, pensó en irse sólo a la ciudad, pero Emma le razonó que era muy peligroso y que tenía miedo a quedarse sola con tía Claire.

Así que pasaron el día revisando de nuevo todo y mejorando las reparaciones que habían hecho el día anterior, aunque si se trataba de prepararse para la tormenta, todo estaba ya hecho. Dejaron la radio encendida por si lograba interceptar alguna comunicación, pero salvo las retahíla de viejas canciones de tía Claire, el viento y las interferencias eran lo único que se escuchaba en la granja de los Benson. Al caer la noche, cenaron en silencio y, después de acostar a la anciana, el matrimonio se sentó preocupado en el porche a observar las estrellas como buscando alguna simbólica revelación.

El miedo al huracán dejó paso al terror de la incertidumbre. Durmieron poco y mal, deseando oír de nuevo la lluvia para entender qué estaba ocurriendo. Pero la mañana llegó con el mismo sol, el mismo viento y la misma calma en el horizonte. Ni nubes, ni lejanos truenos. Nada. Frank consideró de nuevo ir en su camioneta hasta la ciudad, pero el miedo a quedar atrapado por la tormenta dejando sola a su mujer y a la anciana se lo impedía. Quizás el huracán se hubiera desvanecido o cambiado de rumbo, pensó, pero si así fuera algún coche habría pasado ya por la carretera, y quedaba claro que nadie lo había hecho en todo ese tiempo. Además su emisora no lograba establecer contacto con la policía y, si el huracán había seguido su ruta pero su ojo era mucho más grande de lo previsto, éste ya se hubiera encontrado a la altura de la ciudad y por tanto, las comunicaciones estarían restablecidas.

¿Qué estaba ocurriendo? Frank revisaba su emisora una y otra vez, incapaz de encontrarle un sólo defecto que explicase la ausencia de noticias. Emma, por su parte, centraba toda su atención en tía Claire para apartar de su mente toda una suerte de pensamientos confusos. El azul del cielo se había vuelto tétrico, y el sol, inquietante. Sin hablar durante horas, cada habitante de la granja parecía sumirse por momentos en un extraño estado de introversión. Emma peinando la canosa cabellera de la anciana, Frank recitando como si fuese un mantra “holas” y “socorros” a través de la emisora y tía Claire, quizás a la postre la que mejor mantenía la calma en su locura, canturreando estremecedoramente “Over the rainbow”.

Los Benson lo pensaban, pero no se atrevían a decirlo. Quizás fueran ellos, y no el huracán, los que se habían desvanecido de la faz de la tierra.





La genial portada es de Javier, un socio en esto de crear. Va por ti.

8 comentarios:

pasmao dijo...

quillo, tú hablando de peinao, e broma? o ha visto un video de grupo jevis?

ana dijo...

¡Qué angustia! Se me venían imágenes de "Cuando el viento sopla" mezcladas con "El mago de Oz".
Buenísimo, guapo!!

Anónimo dijo...

Buah, jeje, muy bueno, tensión dramática e incertidumbre hasta la última línea...

javierdebe dijo...

Muy bueno!!!
Espero haber estado a la altura de las letras con la cabecera, porque sin duda lo dejas cada vez más difícil!!!.
Un abrazo, y ojo con el ojo!!!

ana dijo...

Felicidades, guapísimo!!!!

MaLena Ezcurra dijo...

Intenso el relato.

Estéticamente tu lugar es bellamente despojado.

Cariños.

Anónimo dijo...

Increíble Ángel!!!!! (como siempre)...
por cierto...¿debo decir, Feliz Cumple, o don Beamount me confundió?

FELIZ CUMPLESSSSS!!!!!!!!! (con besos)
laura (laveron)

el que deambula dijo...

Muchas gracias a todos. No sabéis cuánto me animan vuestros comentarios. Los que me conocéis sabéis que tengo poco tiempo para escribir, y que esta circunstancia, unida a que el hecho de escribir sea para mí algo vital, hace que el mantenimiento de este blog sea doloroso y a la vez sanador. Vuestros comentarios, la constatación de que que alguien invierte su tiempo en leer lo que creo, es lo único que me anima a seguir.

Cuando veo que hay un nuevo comentario, siento que todo esto merece la pena. Y más si es para felicitarme por mi cumpleaños.

GRACIAS A TODO. OS NECESITO.