28 febrero 2006

ME ABRASA

Ayer volvió a ocurrir, aunque por suerte estábamos en mi casa, completamente adaptaba para los envites de mi rara enfermedad. Padezco el Síndrome de Bonzo, o lo que es lo mismo, mi cuerpo sale espontáneamente ardiendo cuando sufro algún tipo de alteración emocional.

Estábamos viendo una película Ana, Andrés y yo. Era una tarde de julio, y aunque hacía bastante calor en la calle, mi casa está acondicionada para no sobreexponer mi organismo a temperaturas demasiado altas. Andrés había traído un clásico tan aclamado como aburrido, de tal manera que mientras Ana y él miraban absortos la pantalla, yo prefería pasar el tiempo observando a mi amiga, que aquella tarde estaba radiante con aquella camiseta ajustada, su collar de conchas y sus jeans de campana.

No sé en qué momento exacto ocurrió, pero de repente Ana se giró hacia mi horrorizada y, sin darme tiempo a preguntarle porqué me miraba de aquella forma, vi como mi brazo se envolvía en llamas y un denso humo negro salía de mi oreja. Ana quedó paralizada por la impresión, ya que nunca había presenciado una de mis crisis, pero afortunadamente Andrés salió disparado a por el extintor y en apenas unos segundos el fuego se había extinguido, dejándonos a mi amiga y a mí cubiertos de un gran manto de espuma blanca.

Pasado el susto, y tras la risa nerviosa que suele provocar este tipo de situaciones, me fui a la ducha mientras Ana en mi dormitorio buscaba una camiseta para cambiarse, mojada como estaba la suya tras el baño de espuma. Mientras comprobaba feliz ante el espejo que sólo me había quemado parte de la mano, pude ver por un resquicio de la puerta del baño como Ana se desnudaba, todavía con la cara desencajada por el trance vivido. Tiene pechos pequeños, aperados y firmes, y aunque es su carácter lo que la hace tan especial para mí, aquel día me maravilló la suavidad de su piel y esos tonos que, milagro de la irrigación sanguínea, jugaban del rosa pálido de la base al malva oscuro de sus pezones.

Cuando ambos se marcharon de casa, y mientras me vendaba la mano para evitar infecciones, la imagen de Ana desnuda volvió a mi mente como un cuadro de Caravaggio, envuelta en la penumbra de la memoria. Comprendí que de nada servía que hiciera dietas estrictas, que evitara el vino, el picante, la sal. De nada servía que cuidara mi piel con cremas hidratantes, con sales de baño, con barros sanadores de las playas más remotas. Porque mi mal era, de una forma y otra, la propia causa de mi vida. Constituía, paradojicamente, la fuente de mis escasos momentos de felicidad. Aquella visión de Ana desnuda, resolví resignado, bien había valido un par de dedos calcinados.

...Y es que el amor que siento por ella es tan intenso, tan literal, que poco a poco me está abrasando.

19 febrero 2006

16 febrero 2006

TU VAS FATAL, MACHO...

(Kingston Road, dos tipos en una rave).


Oye...

Qué

Que estoy viendo dragones...

¿Cómo?

Que estoy viendo dragones, tío, putos dragones...

¿Dragones? ¿Hablas en serio?

Juraría que son dragones, así a primera vista...

Joder, tú estás fatal, macho...

...Son dragones, ¿no?

¿Dragones? Tío, esos bichos no son dragones ni de coña.

08 febrero 2006

...COMO UNA ENORME BOLSA DE AGUA

Contaba un amigo que hace años presenció la muerte súbita de una paloma mientras volaba. Paseaba por la rambla al atardecer cuando, delante suya, cayó al suelo desde no sabe bien qué altura. Me relató que lo más desagradable de aquel episodio no fue la visión de la paloma muerta, sino su sonido al estrellarse contra el asfalto. Parecido, decía, al que hace una enorme bolsa de agua lanzada desde un edificio por un niño travieso. Aquel día mi amigo fue incapaz de cenar nada, colapsado por el sorprendente ruido de las vísceras del pobre animal.

Son también sorprendentes las travesuras de la memoria. Mientras observaba esta tarde como te alejabas calle abajo con tus maletas y tu jarrón, me ha venido a la mente mi amigo y su historia sobre el macabro final de la paloma. Y es que es curioso, hay sonidos que, aún diferentes, deben tener en común una misma pauta melódica, deben albergar una misma realidad. Acabo de escuchar, imperceptible pero visceral, el sonido de una vida rota: La mía, estrellada como una enorme bolsa de agua contra el asfalto recio y frío de tu ausencia...

...Me temo que yo tampoco podré cenar nada.

02 febrero 2006

BAMBALINAS

Arriaga asiente dándole la extrema unción a un cigarrillo. Era cierto lo que decía Manolito, más que los porteros de un local de streeptease ahora parecían gárgolas de un hogar del pensionista. Los espejos aún podían ofrecerles un atisbo de esperanza, pero la caja del negocio, cada vez más escueta, mucho les hacía temer que ni siquiera llegarían a la edad de jubilación en “Bambalinas”, el último cabaret de la ciudad.

-Los tiempos han cambiado-, mascullaba Arriaga. Y Manolito entornaba los ojos y le parecía estar viendo a Lola Varcell, la antigua dueña del cabaret, firmar autógrafos en la entrada, tan bajita pero con tanto glamour y las tetas tan bien puestas. Fueron tiempos bonitos lo del destape, años en los que por fin dejaban de ser vistos como macarras y la actividad del local, en otro tiempo semiclandestina, pasaba a ser considerada incluso de interés público por la nueva conciencia progresista. Cada noche el local se abarrotaba para ver a Lola y a sus niñas, las chicas más guapas y bordes del país: “La Tremenda”, “Susanita la gallega”, “Remedios Linares”, todas ellas pasaron por “Bambalinas” con sus números picantones pero nunca escatológicos, como parece que ahora les gusta al público. -¿Te acuerdas Arriaga?-, Aquellas noches llovían las propinas por el aparcar el coche o cubrir a los señoritos con los paraguas. -Ahora ni siquiera para tabaco, Manolito-. Ambos subsistían en pisos de renta antigua, tan quejumbrosos como la puerta del local.

Y es que “Bambalinas” hacía años que no se reformaba. Los neones funcionaban según el grado de humedad del ambiente y el parquet rojo, en otro tiempo eléctrico y sugerente, ahora parecía un campo de amapolas minado por quemaduras de cigarrillos. –Si Lola levantara la cabeza, ¿Verdad Arriaga?- Pero Lola hacía años que había muerto y con ella, la gracia del cabaret. A manolito se le erizaba el vello recordando los últimos meses de la jefa, que con el cáncer invadiendo hasta su sombra, todavía tenía ovarios para subirse al escenario y hacer reír al público quitándose la peluca. Ya por entonces el negocio estaba menguando, pero todavía la gente acudía a “Bambalinas” para ver a las niñas o el famoso número del recluta y la pastilla de jabón de José María “La revoltosa”. Sin embargo, fue morir Lola Varcell y todos dieron la espantada, conocedores de que los tiempos exigían números más extremos y carentes de ironía. Desde entonces, el local pareció heredar la enfermedad de la fundadora, y las numerosas manos por las que había pasado la gestión sólo lograron degradarlo en elegancia y calidad, de tal manera que ahora, para la mayoría de la gente, “Bambalinas” era un sitio casposo y repugnante. Chicas escuálidas, con la mirada perdida por la humillación de abrirse de piernas ante borrachos y enfermos, eran el único cartel que ofrecía el local. Pobres mujeres de países el este que apenas hablaban español pero que tenían que soportar el sobeteo y hasta la violación por apenas mil euros al mes. Esclavas del sexo, su sueño de comenzar una nueva vida en España había sido tan efímero como la fantasía de Manolo de adquirir el local, un imposible que sin embargo, nunca había dejado de rondarle la cabeza.

Si me tocara la lotería, Arriaga, volvería a hacer de esto lo que era- Y Arriaga encendía otro cigarro mientras Manolo imaginaba “Bambalinas” repleto de nuevo de señoritos y estudiantes, empresarios y seminaristas, viendo a Lola Varcell resucitada, Chemita La Revoltosa y las niñas en un local de maderas finas y parquet rojo eléctrico, en un cabaret con clase forrado de plumas, charol, risas y ron de caña. –Hora de cierre, Manolito, baja ya de las nubes, que hace frío- Ambos emprendieron el viejo ritual de cerrar la persiana y quitar los carteles, apagar el cuadro de luces y contar la caja en la barra con un vermut entre las manos huesudas y llenas de manchas. Las pobres rusas bebían cansadas y el camarero, Saturnino, limpiaba el polvo de las botellas tarareando My sweet Valentine. –Vamos recuperando, Arriaga, veinte mil pesetas esta noche- Y Arriaga sonreía sin ganas pero con alivio, ignorante como todos de que aquella noche era la última que pasarían en el cabaret.

Y es que no hay mayor enemigo para cualquier negocio que sus ladrillos. Hoy “Bambalinas” es otra inmensa, rentable y lúgubre tienda de ropa.