19 diciembre 2006

¿JOSE O MARTA?

- ¿Qué tal ayer?

- ¿Ayer? Bien, bien... Sí, vamos, muy bien.

- ¡Qué julay! Ya sabía yo que cuando Jose se fuera te tirabas a Marta... ¿Y?

- Pues nada, muy bien, tío, todo muy bien.

- ¡Qué cabrón! Triunfaste... Aunque te advierto una cosa, segundas partes...

- Ya, lo sé... ¿Sabes? Jose es un tío realmente increíble....

- mmm, ¿Jose o Marta?

- Bueno, los dos muy bien...

17 diciembre 2006

Noticias dmb

Bueno, en primer lugar el blog ha cambiado. Espero que os guste y que me vayáis ayudando a mejorar los pequeños fallos que pueda haber en el código. Este será el nuevo marco para el blog en el 2007, y aunque como siempre irá variando de vez en cuando los dibujos, el aspecto general será el que estáis viendo.

Por otro lado, anunciaros el nacimiento de la Revista Literaria De Otros Nos, auspiciada entre otras personas por mi amiga Laura Verón. En ella encontraréis semanalmente obras de autores muy variados de ambos lados del océano, y supongo que muchas más cosas que irán surgiendo conforme el proyecto vaya tomando fuerza. Un proyecto de colaboración literaria en el que podéis participar y del que seguro disfrutaréis.

Por último, os recomiendo el penúltimo vídeo de El Hombre Delgado, "La novia Voladora", producido por mis amigos Aitor Aguirre y Javier Del Rosal. El Hombre Delgado es un proyecto musical y artístico tan interesante como su protagonista, un hombre que aprendió a vivir del aire para no morirse del asco en esta sociedad. Tampoco olvidéis su web.

Besos y abrazos. Espero colgar algo esta semana. ;)

01 diciembre 2006

DOS AÑOS YA

A veces uno considera importante lo vano, y fútil lo importante. Qué es si no este espacio en medio de los millones de textos que circulan, punto a punto, por toda la red. Nada. Un callejón oscuro y sin salida dentro de la gran ciudad. Un tiempo preciso en el devenir de los siglos. Nada, lo dicho. Seria vano considerar importantes mis palabras si las coloco justo al lado de otras palabras del presente o del pasado. Se ha dicho tanto, y de tantas maneras diferentes, que si todo no está dicho, sí se puede afirmar que es difícil hacerlo de forma más concisa, o de forma más completa. Lo contrario, pregonar la belleza de una voz irrepetible, la mía, como es irrepetible la voz de cualquier otra persona, sería fustigar el ego con el látigo de la individualidad. Unos azotes peligrosos, placenteros al principio, pero tendentes a crear escaras en lo más profundo de la confianza en uno mismo.

Una vez hablando de esto con una amiga, expliqué que para mí escribir no es un habilidad, sino más bien un defecto poco práctico de mi personalidad. La necesidad de expresar y de exhibirme al hacerlo, se convierte no pocas veces en una fuente de sinsabores. Unas, por no ser capaz de plasmar de forma escrita lo que mi mente ve, huele, oye o toca. Otras, por no entender, como en la mecánica, qué piezas de un texto hacen funcionar la emoción del que los lee y cuáles entorpecen su empatía. Las más, y de eso me siento un triste esclavo, por pretender con todo lo que escribo ser querido y respetado. Por intentar resumirlo del modo lo más gráfico posible, aquella vez le expliqué para mí escribir es como tener hambre y a la vez náuseas.

Sinceramente, me siento perdido con todo este asunto. Al principio pensaba que escribir sólo tenía sentido si uno alcanzaba la publicación, el premio, la foto con cara de interesante. Después consideré que sólo tenía sentido si escribiendo uno era capaz de perfeccionar su lenguaje, de adquirir esos elementos mágicos que hacen de un conjunto de palabras un ser vivo, independiente a su creador. Ahora, unos cuantos años después, creo que escribir no tiene sentido salvo la profundización en el conocimiento de uno mismo a través de los demás. Y me da miedo. Porque una persona puede alcanzar la fama y retirarse, puede convertirse en un ingeniero de formas y dejarlo un buen día. Pero desnudarse, mirarse al espejo y contarle a los demás honestamente quién eres, por muchas metáforas que quieras aplicar para disfrazarlo, es un proceso que no tiene marcha atrás.

A veces uno considera importante lo vano, dejando atrás la verdadera esencia de las cosas. Porque este espacio no es nada, y sin embargo me ha permitido conocer a algunas personas que son ahora parte esencial de mis días. También porque no hay demasiadas visitas, ni comentarios, ni referencias, y sin embargo me ha permitido, con altibajos, ir mejorando la manera de equilibrar lo que mi mente augura y mi lenguaje fabrica. Pero sobre todo porque “dmb”, que un día, quizás pronto, desaparecerá como empezó, por casualidad, ha descubierto ante mi la imagen desnuda de mi interior. El terreno pantanoso, el cuarto oscuro, el laberinto del insomnio en el que, siga o no escribiendo, debo seguir explorando.

Por eso, y por todo lo demás, gracias por seguir ahí, cogiéndome de la mano.

22 noviembre 2006

EL BUENO DE PABLO

Sálvame de las aguas mansas, que de las bravas ya me salvo yo

No podría decirte nada bueno de él, si acaso que hay algo divertido que impregna todos sus movimientos, una serie de acciones estereotípicas que le confieren el aire de chico vulnerable y bien parecido: La manera de fumar como si temiese quemarse los dedos, la forma de acariciar la copa voluptuosamente mientras el hielo se derrite, o ese gesto de niño acomplejado que bizquea un poco cuando se limpia las gafas cabizbajo. Salvo eso, y te lo cuento a ti porque aún no me has tachado de paranoico, no podría decirte nada bueno de Pablo, del bueno de Pablo, como todos lo llaman.

Todos piensan que le tengo manía, que mis esfuerzos por mantener con el una cordial ausencia de relaciones pueden calificarse como grosera o envidiosa, pero nunca razonada. Y probablemente no haya razón alguna para mis reservas, pero sí una intuición, un pellizco en mi interior que me dice que hay algo en él inquietante y malvado. Un hedor a ira que rezuma bajo su carácter de chico sano y carente de prejuicios. He analizado cada uno de los aspectos de su vida y ni en su trabajo, ni en su círculo de amigos, ni en su familia, ni tan siquiera con sus ex-parejas, Pablo ha tenido el más leve altibajo. Ni una amonestación, ni un divorcio, ni una pelea, ni una borrachera, ni unos celos, ni una infidelidad, nada empaña lo más mínimo su biografía. Es un encefalograma plano, un estanque lleno de nenúfares asfixiantes. Cómo decirte. Sería demasiado fácil afirmar que hay algo en su mirada que me repugna. Si así fuera muchas personas habrían captado lo que yo, y su disfraz no sería nada efectivo. Pero es mucho más sutil y, por eso, cuando lo descubres, más rotundo. La bondad de Pablo consiste en la completa asepsia de su personalidad: Su tono de voz pausado, su retirada en cualquier discusión en la que su opinión sea levemente cuestionada, su control absoluto de aquellas emociones que puedan manchar su aura. Todo él es tan poderosamente revelador y a la vez tan inerte que nadie, excepto yo, es capaz de mantener sus sospechas por mucho tiempo. Ni tan siquiera tú lo harás cuando lo conozcas, estoy completamente seguro.

Por eso te lo cuento, por si un día tienes que decirle a los demás que yo tenía miedo y que lo dije porque no hubieran querido escucharme. Sí, tengo miedo. Presiento que Pablo me observa continuamente, como si pudiera leer mis pensamientos o como si se deleitara imaginándome sufriendo de mil maneras diferentes. Lo hace en silencio, incluso mientras habla o se limpia las gafas con ese aire de vulnerabilidad tan divertido no deja de estar pendiente de cada uno de mis gestos. Sabe que yo sé su terrible secreto, y lo peor, que ninguna de las armas que ha utilizado toda su vida han surtido efecto conmigo. Primero intentó seducirme como a los demás, con sus charlas de música, sus libros, sus anécdotas históricas, su gusto por el cine de autor. Viendo que no resultaba intentó que mis amigos me considerasen un tipo hosco, resentido y amargado para que me convenciesen de mis delirios y me hicieran reconsiderar mi postura respecto a él. Pero ahora Pablo sabe que nada ha resultado, y que aunque estoy solo sigo convencido de lo que siento. No sé como será ni cuando, pero estoy seguro que tiene claro que sólo le queda una opción. Soy su enemigo, y el bueno de Pablo sólo acepta a amigos en su universo.

¿Ves? Ahora tú también piensas que soy un paranoico. Ahora tú también eres su aliado.

12 noviembre 2006

DIVAGANDO

Si la ciudad es un parque de atracciones yo debí perderte en la noria del tedio diario, en el mar de los coches locos, en las poco prácticas ralladas de mi tiovivo mental. Te debí perder aquella noche de la nube rosa, mientras comías distraída pensando en las mil maneras que había de dejarme, en el premio seguro que te esperaba, como en la piscina de patos, con una vida sin mi. Te debí perder aquella noche porque dejé que sonaran mis neuras, que como el pregonero de la muñeca chochona, mi cantinela desagradable te infectase los oídos. Probablemente fue por eso. O quizás esté sufriendo en vano y todo haya sido por puro proceso de evolución del marketing personal, ya se sabe, renovarse o morir. Yo fui tu payaso mientras te gustaron los payasos, y fui tu bufón mientras te hicieron gracia mis manías. Pero quizás un día apareció un mago con chistera, y como todo el mundo sabe, no hay chiste que pueda contra los polvos mágicos. Qué más da. A fin de cuentas yo no sabría cambiar según tu gusto, soy como esa máquina maldita que te adivina el futuro, sí, esa máquina en la que metes un euro, la mano y sólo escuchas lo que quieres oír: Soy feliz, no tengo miedo, vamos al cine lo que tú digas mi amor. Pero tú eres una niña caprichosa, no disfrutas con las carreras de camellos o con la tere y su tartana, no. Te gusta la velocidad, las curvas, y como en la montaña rusa, siempre quisiste que me subiera a tu vida sabiendo como sabes que me dan vértigo las alturas.

Qué cosas. Ahora que lo pienso, si la ciudad es como un parque de atracciones, mi piso, sin ti, debe ser lo más parecido a la casa del terror.

01 noviembre 2006

MIS TRES ABUELAS

Mi abuela Ana era una mujer morena, muy morena, de rasgos agitanados. La recuerdo casi siempre seria, aunque muchas veces se me viene a la cabeza sus risas cuando me llamaba tostaillo y a mí, no sé porqué, me molestaba tanto que me llamara así. No tengo muchas vivencias con ella, porque vivía con mi tía y murió cuando tenía yo nueve años. Pero sí se me quedó grabado algo que me contó una vez sobre una muñeca que le regalaron y que le encantó porque era tan alta como ella. Una de esas muñecas de cartón que ahora darían miedo, pero que a ella a sus ochenta y picos años se le antojaba una de las mejores cosas que le habían pasado en la vida. Jerezana, flamenca del barrio de Santiago, fue una mujer recia, sufrida, débil y a la vez llena de fuerza.

Mi abuela Mercedes era mi vecina, pero mi madre decía que su apellido y el de ella procedían originariamente de una misma familia de Jerez. Por ello, pero sobre todo porque de pequeño pasaba casi tanto tiempo en su casa como en la mía, ella era mi abuela, y su familia, mi familia. Tenía unos ojos azules impresionantes, como los de mi madre, y no había hora del día en la que mis impertinentes visitas no le alegrasen. Recuerdo de ella sus besos sonoros y su pelo blanco, y también cómo mataba a las gallinas que le traía el “tío” Federico de la granja: De un meticuloso tajo en el pescuezo. Recuerdo que me embobaba viéndola desplumar al animal, y aunque ahora me parecería una visión desagradable, lo hacía con tanta naturalidad (la propia de una vida tan diferente a la de ahora) que disfrutaba viendo aquel proceso en silencio, al calor de la cocina y de su perro mastín, waskarán.

Mi tercera abuela, mi abuela con mayúsculas, era mi abuela Trini, la que vivió en mi casa y la que prácticamente murió en mis brazos con la mente lúcida, cuando yo tenía catorce años y ella ya ochenta y ocho. Mi abuela Trini era de Baeza, estudió Magisterio y le hacía gracia de pequeño verme llorar al cantarme un tango de Gardel muy triste, el de la cieguita, que aún hoy me pone los vellos de punta. Me contaba que conoció a Machado cuando era pequeña, y que mi bisabuelo, que luchó en Cuba, dejó la isla llena de primitos míos. Siempre venía a despedirse de mi por las noches con un beso, y en los últimos años, al calor del brasero, los dos disfrutábamos cada tarde viendo a Miliki en la tele. Terca, tierna y llena de historias, ella es la culpable de muchos de mis relatos.

Yo he tenido tres abuelas porque no entendía ni entiendo de genes ni de parentescos. Tres mujeres viudas, excepcionales en lo cotidiano, que hicieron de mi infancia algo excepcionalmente memorable. Tres mujeres que ya, como tanta otra gente, no están para indicarme los caminos. Hoy me he acordado de ellas mientras veía a unas señoras mayores camino del cementerio, cargadas de cubos y fregonas, listas para limpiar concienzudamente las lápidas de los suyos. Y he tenido la necesidad de hacer lo mismo, sentarme unos minutos y limpiar, a mi manera, su recuerdo empañado por el tiempo. Dejar brillante y adornar con flores lo más profundo de mi memoria.

19 octubre 2006

ENTRE LÍNEAS

Quizás no quede nada por decir --------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
O quizás todo ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Pero ahora no, estoy cansado ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
hablo últimamente demasiado -----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
sin decir nada ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
o más bien -------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
sin decir nada ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
lo estoy diciendo todo. -------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Paciencia --------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Sobre todo paciencia ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Una vez más, resignarse -----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
a estos vaivenes -------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Reservar fuerzas ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
para cantar el milagro--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

01 octubre 2006

FUGACES


Soy un travestido, cobarde, infantil, garabato.

Marioneta de mis miedos, profeta de mi fracaso.


Ahogándome en mis días, fantaseando con lo incierto.

Sácame de aquí, me digo, sácame pero a dónde.

24 septiembre 2006

VOLVER

Son los cementerios visita obligada en nuestros viajes, porque aunque la muerte es la misma en todo el mundo y similares las formas de rendir tributo a los difuntos, muchas veces un cementerio dice más de la cultura de un país que sus calles o monumentos. Por eso, y por la notoriedad de sus moradores, reservamos parte de la tarde del jueves para el cementerio de Montparnasse.

Curiosa fue también la manera en que cada uno nos comportamos allí. Héctor, que había afrontado el viaje como un reto a su capacidad de planificación (muchas veces a costa de sufrir la ira de nuestro cansancio) echó un vistazo general al cementerio, visualizó el croquis de las tumbas más conocidas (situado oportunamente a la entrada por el Ayuntamiento) y se dispuso a encontrar el centenar de ellas lo más rápidamente posible, en parte por no demorar demasiado la visita y en parte por puro divertimento, como si jugara a un tétrico juego de pistas. Cámara de fotos en mano, corría de un lado a otro excitado, avisándonos cada vez que encontraba alguna particularmente escondida.

A mí, sin embargo, casi me seducían más las tumbas desconocidas que las de las celebridades. Lejos del espíritu casi festivo de Héctor, pero no demasiado del ludismo que permite la distancia emocional con respecto a aquellos difuntos, pasé el tiempo imaginando las vidas de muchas de aquellas personas en base a sus lápidas, intentando recrear cuál fue su mundo y también, con cierta pena, cuál la persistencia de su memoria en el tiempo a través del estado de conservación de sus mausoleos. Si por algo me pareció especialmente bello Montparnasse fue porque algunas tumbas conservan junto a la lápida guitarras o juguetes, signos físicos de que una vez hubo allí vida. Nadie muere mientras se le recuerde, pensé, y me descubrí rezando en un par de ocasiones.

Ni Héctor ni yo, sin embargo, vivimos tan intensamente aquella tarde como tú. Y es ahora, semanas después de aquello, cuando comprendo que visitar el cementerio fue la gota que colmó el vaso de un viaje que hiciste sabiendo que no era el momento. Pasaste la tarde sentado en la entrada, mirando el amasijo de mármol sin apenas prestar atención a las llamadas de Héctor. Y después, mientras tomábamos a sorbos lentos un café crème en un bar que nos pareció barato por el desaliñado aspecto del camarero, no paraste de repetir en voz baja que el mundo es muy grande y que tú eres muy pequeño. Entonces me pareció más fruto de la melancolía que de un pensamiento elucubrado, pero ahora que revivo cada día de aquella semana, me doy cuenta de que todo aquel tiempo estuviste peleándote contigo mismo. Y es que quizás el mundo no sea tan grande, sino que el conocimiento de uno mismo, si se mide en kilómetros, es demasiado vasto como para recorrerlo en una vida. No sé cómo no nos dimos cuenta de que estabas y no estabas.

Cuando Héctor descubrió la tumba de Cortázar, viniste y estuvimos los tres leyendo los mensajes que algunos visitantes dejan sobre su tumba escritos en billetes de metro. Breves agradecimientos y algunas frases de sus relatos eran las únicas flores que decoraban la lápida. Pero uno nos llamó la atención. Sobre un billete sin usar, alguien había escrito una hermosa frase: Para que vuelvas. Sé que se lo decía a Julio, pero ahora que te recuerdo allí ensombrecido por tus pensamientos, quiero pensar que aquel billete era para ti aún escrito por un desconocido. Un billete de metro para que un día puedas volver a Paris pensando que el mundo sigue siendo muy grande, pero que tú ya no eres tan pequeño. Quizás entonces vuelvas a ver a Julio, pero esta vez paseando por el bulevard.

11 septiembre 2006

ELOGIO DEL TURISTA

Supongo que no habrás reparado en mí, aunque las mujeres siempre simuláis mejor todo. En cualquier caso, tú acabas de llegar y seguro que estarás recibiendo demasiada información como para captar que te estoy estudiando. Eres Alemana, y por tanto te pido disculpas porque lo primero que he hecho al ver tu diccionario es imaginarte con un uniforme de la segunda guerra mundial. Es mitad prejuicio y mitad fetichismo puro, lo confieso. Pero en mi descargo, seguro tú te imaginabas a los españoles con el de campesino recién llegado a Frankfurt en los setenta, así que en cuestión de ideas absurdas estamos empatados.

Debes tener veintidós años. De tener menos no estarías sola en este tren y, de tener más, te acompañaría un Hans de metro noventa, deportista y con nociones de español. Tienes suerte de saber que estás haciendo lo que sólo se puede hacer durante pocos años en la vida. Viajar solo y por placer. A mí no me gusta viajar, o quizás sí, pero me provoca pavor la idea de tener que estar atado a una guía durante varios días. Reconozco que al final termino haciéndolo e incluso disfrutándolo, para qué mentirte, pero por asepsia procuro que quien viene conmigo tenga claro que seré un lastre, uno de esos tipos que prefiere una cerveza a ver dos monumentos de segunda.

Andas absorta viendo el paisaje, ojeando la guía de vez en cuando y haciendo y rehaciendo tu coleta rubia. Debes sentirte entre tanta gente morena extraña y preciosa, segura de gustar. Pero obvias que a mí por lo menos me resultas más atractiva por tu condición de turista que como mujer. Entiéndeme, los turistas me provocáis un sentimiento paternalista, de ternura. Dejáis por unos días vuestra cotidianidad, abandonáis vuestra piel de perro urbanita apaleado y os sumergís, con una gorra, una guía y una cámara digital, en la inocencia del que desea aprender todo como si fuera un niño. Me maravilla verlo en los demás, pero confieso que me asusta verme de esa guisa.

Supongo que tendrás una casa como cualquier otra, en un barrio cualquiera de una ciudad cualquiera de tu país. Unos padres como todos los padres, unos amigos que para ti serán los mejores como para mí son los míos. Puede que incluso tengas un Hans o un Otto que te esté rondando, todavía con granos de adolescente. Seguro que tendrás complejos, anhelos y frustraciones, y probablemente en tu país serás como cualquier otra joven de tu país. Pero disfruta del momento, muchacha. Aquí, en este tren, eres la guiri, y por tanto eres única, inocente y preciosa.

Cuando te vayas recordarás este primer tren recién llegada a Andalucía, los campos amarillentos, el cielo azul como un tapete, mucha gente morena con cara de pocos amigos. Y yo sin embargo te olvidaré casi por completo cuando pasen unas horas. Es curioso, lo que para ti será excepcional, para mí será otro domingo más de agosto. Porque aquí no soy ni único ni inocente, mucho menos precioso. Aquí soy tan sólo otro perro urbanita apaleado que, eso sí, disfruta como un niño coleccionando personajes.

ENGAÑO

¿Sabes? Si quieres que una gallina te ponga dos huevos al día sólo tienes que apagarle la luz del corral tras la primera puesta, esperar un rato, y encendérsela de nuevo. Creerá que ha pasado un día entero y estará preparada para poner un nuevo huevo. Como si me sorprendiera. A nosotros también nos hace lo mismo la vida, sabedora de nuestra peculiar tendencia al suicidio. Sumidos en la oscuridad, se empeña en encendernos de vez en cuando una luz para que pensemos que las malas tardes han pasado y sigamos produciendo esperanza, el verdadero motor de nuestras economías.

27 agosto 2006

PREVISIONES

En el norte de mi frente, intervalos nubosos con probabilidad de lluvias débiles por la tarde, en esas tardes plomizas y solitarias de siesta nauseabunda, café recalentado y diario de patricia como certeza de irrealidad. En el este de mis oídos, temperaturas agradables al caer la noche, aunque con lloviznas débiles si de forma aleatoria saltan los Smiths. En el oeste de mi olfato aumento de las temperaturas, mucho sol y brisas suaves de platos preocinados en calzoncillos, con algunos intervalos nubosos cuando sueñe con gazpacho, ensaladilla y tartas de queso con Rocío. En el centro de mi pecho sopor y, de dormir con aire acondicionado, alguna tormenta seca en esas mañanas brumosas mientras me afeito, murmuro sandeces y escucho en la tele alguna nueva catástrofe.

Y en el sur, como siempre, calor, mucho calor...

15 agosto 2006

DÍAS DE RESACA

Mmm, me apetecería un zumo de naranja recién exprimido, pero dudo que el servicio no se haya tomado en serio el día libre que les di ayer con la euforia y la borrachera. Hacen como que son tontos, pero las pillan al vuelo los muy cabrones. En fin, aguantaré la fatiga, me daré una ducha y acudiré al Richmond, el único hotel de esta puta ciudad donde te sirven un buen desayuno sea la hora que sea.

Fijándome bien ahora, la chica que está tumbada en mi cama boca abajo merece otro buen polvo. No sé quién la invitó ni como acabó aquí, pero no hay duda de que por muy ciego que esté siempre soy capaz de elegir un buen culo. Veo sin embargo su ropa tirada por el suelo y me parece tan vulgar que estoy por echarla de mi casa sin invitarla a desayunar. Pero bueno, en lugar de eso, la despierto y le digo que se vista, que nos vamos por ahí. No me acuerdo del nombre... ¿Sara? ¿Marcela? Ella me da un beso y creo que se está haciendo ilusiones, cómo debe gustarle el dinero a esta tipa.

Mientras se despereza agarro su bolso y, como me temía, tiene una cámara de fotos llena de imágenes de los dos follando. He decidido no montar un pollo, tengo resaca y además, es más divertido pensar la cara que pondrá cuando llegue a su piso cutre de las afueras y vea que no tiene una puta foto que vender a las revistas. Cuando ocurra su única esperanza se centrará en un posible embarazo, y ni me quiero imaginar la cara que pondrá cuando le venga la regla. Hice bien en seguir el consejo de Jorge, una vasectomía, que además es reversible, y fuera problemas.

En el salón de abajo ya no queda nadie. Se lo dije bien claro al servicio, no quiero despertarme y ver a gente pululando por mi casa y robándome cosas. Veo que han hecho bien el trabajo echando a todos antes de las cinco. Todo está un poco sucio, es normal, pero en general, no parece que hubiera ayer doscientas personas en mi casa. Y es que tengo que empezar a limitar el número y la clase de los invitados. Si no, dentro de poco seguro que me ofrecen hacer los anuncios esos de bombones.

Marcela o Sara se ha vestido y creo que ya se ha dado cuenta de que le he borrado las fotos. Baja un poco seria pero tratando de ocultar el disgusto. Yo, sin embargo, sigo desnudo y, como me duele mucho la cabeza, decido llamar al Richmond y pedirles que me traigan el desayuno a casa. Me permito pedir por los dos, a fin de cuentas seguro que le parecerá maravilloso sea lo que sea. Zumos, café, bollos y un par de botellas de agua mineral, saben quien soy en el hotel y ni se cuestionan que no hacen nunca servicios a domicilio.

Mientras mi amiga se enciende un cigarrillo, seguramente pensando qué opciones le quedan para pegarse la vidorra a mi costa, observo que algo del solarium no me encaja. Hay como más luz. Me acerco y observo que el techo de cristal está roto. Un haz de luz entra iluminando la piscina y, teatralmente, también a un tipo que está flotando boca abajo. Por su ropa parece un invitado. La verdad, ni me cuestiono cómo coño se ha caído el muy patoso. Odio los días de resaca. Tengo una gorrona en mi salón y a un desconocido flotando en mi piscina. Podría pensar opciones más sofisticadas, lo sé, pero me duele demasiado la cabeza. Así que tendré que estropearle el día a Mario, mi colombiano de confianza en el servicio.

Tendré que darme prisa antes de que llegue el desayuno. En fin, menos mal que nunca me acordaré bien de su nombre... ¿Era Marcela, Sara...?

13 agosto 2006

#V MEDIA DE RANCHERAS

El técnico de la compañía de teléfono se acaba de marchar y de nuevo, tras casi un mes de espera, vuelvo a tener adsl en mi nueva casa. Tras todo el proceso de abandonar un piso y ocupar otro, encender el ordenador y volver a ver mi correo o mis páginas favoritas constituye el punto y final a esta nueva mudanza.

Es la tercera que hago en tres años, pero tengo que reconocer que le voy cogiendo el truco. La cuestión es procurar que todas tus cosas vuelvan a estar en su sitio aunque hayan cambiado geográficamente de lugar. Cuadros, plantas, libros, ropa, despertadores, ceniceros... Colocando todo aproximadamente como estaba en la anterior casa consigues minimizar la conciencia de desubicación. Puede aumentar o disminuir el espacio en el que se encuentran, pero si consigues no alterar su posición espacial realmente todo se hace más llevadero.

La estabilidad, felizmente, vuelve a ocupar mis días. Mi despertador sigue estando en la cama a mi izquierda, mis libros en la estantería junto a la televisión, mi microondas en el extremo izquierdo de la encimera de la cocina, los cuadros en los dos extremos opuestos del salón. Mis pantalones siguen estando a la izquierda de las camisas y el cenicero junto al ordenador. Tengo en mi nueva casa un dormitorio de más y un balcón de menos, es cierto, pero el técnico del teléfono se ha ido y por tanto puedo decir que vuelvo a la normalidad.

Que exagerado fui en el anterior post, pensaba el otro día mientras desempaquetaba todo. Me he venido a vivir a treinta kilómetros de Sevilla (para bien) y pareciera que me iba a Japón a librar una batalla. Teniendo mis cosas en su sitio, la verdad, no sé porqué le di tanta importancia a las mudanza y al nuevo trabajo. Supongo que ese día estaría bajo de defensas.

Y es que a fin de cuentas (no merece la pena pararse a explicarlo) la gente como yo es insatisfecha por naturaleza: Viva donde viva siempre pensaré que mis amigos están lejos y duerma donde duerma mis enemigos rondarán cerca, dentro de mí.

22 julio 2006

Amigos míos:

Algunos ya lo sabéis, me mudo de localidad por motivos de trabajo. Me lo comunicaron hace dos semanas y la verdad, desde entonces, vivo en un estado de inconsciencia absoluta que me impide centrarme dos minutos seguidos en escribir algo decente. Hoy, además, he sabido que si bien la mudanza definitiva se producirá en esta semana que entra, el traslado de línea telefónica y adsl podría retrasarse hasta un mes o así. Como no tenía ya uno bastante con cambiar de casa y puesto de trabajo, encima me dejan incomunicado por las burocracias propias de las tecnologías.

CAMBIOS RÁPIDOS = INCONSCIENCIA = NECESIDAD DE REESTRUCTURAR CASI TODO

Pero qué le vamos a hacer. Todo tiene un coste y, la verdad, el traslado (aunque difícil) es muy positivo para mí. Trataré de volver lo antes posible por el blog (setiembre o así), y cuando lo haga, espero que podáis decir que la espera ha merecido la pena. Como no puedo dar una fecha exacta, sólo os pido que entréis de vez en cuando o que, si queréis, me dejéis vuestro mail en mi correo para que yo os mismo os pueda avisar de que vuelvo a dmb.

Entre tanto, intentaré seguir vuestros blogs desde algún cibercafé. Un abrazo.

09 julio 2006

EGO -ME- ABSOLVO

Y entonces ya lo viste, simplemente me empecé a elevar sobre el suelo. Si te digo la verdad, en ese momento sólo me dejaba llevar por la música, sin pensar nada en concreto, o al menos en nada de una forma fría y consciente. Porque mientras cantaba a las palabras del estribillo, completamente entregado al sonido y al calor de la multitud, simplemente aceptaba, sin reflexión previa alguna, que me reconciliaba conmigo mismo, que me concedía la amnistía sin misticismos, con una naturalidad pasmosa (ahora entiendo) derivada del puro cansancio de tantos años.

Me di cuenta de que algo estaba pasando porque mientras cantaba furioso la gente de mi alrededor empezó a callarse. Si antes mi voz no era más que una centésima parte del coro que repetíamos el estribillo, llegado aquel momento empezó a sonar por encima de la del resto, imponiéndose. Y Como me extrañó sentir mi voz con más fuerza, como mi percepción de estar rodeado de gente sudando y bailando empezó a disminuir, abrí los ojos sin dejar de cantar, y sólo entonces comprobé que realmente estaba levitando.

¿Sabes? No me sorprendió lo más mínimo, aunque no lo llegues a entender. Porque era consciente de que todo lo que estaba ocurriendo no era sino una consecuencia lógica de aquella noche. Por eso no entendí en aquel momento (ahora sí) que la gente saliera corriendo, o que el grupo dejara de tocar y se quedase paralizado en el escenario. Les hubiera querido tranquilizar explicándoles que simplemente era el momento más maravilloso de mi vida, que no tenían de qué preocuparse, que me dejaran flotar tranquilo. Sin embargo, me importaba tan poco qué opinaran al respecto... Sonriendo, ya me viste, sólo podía entretenerme en saborear el hecho de saber por primera vez en mi vida que tenía plena conciencia de mí mismo y entender que, cuando tocara de nuevo el suelo, sería capaz de mirarme al espejo sin temor a no reconocerme.

02 julio 2006

# IV MEDIA DE RANCHERAS

Andaba yo planchando esta tarde mientras escuchaba a Leño y pensaba en la de series y programas de televisión que no duran más de dos capítulos, como la que llevaba por título la famosa canción de ese grupo. El caso es que no era arrebatadora, pero aún así estremece pensar con qué facilidad se tira por tierra el trabajo de mucha gente amparándose en el veredicto de ese juez estadístico al que llaman “share”. Claro, si uno lo piensa, es lógico que si un programa lo ve poca gente pocas marcas publicitarias lo van a patrocinar y, por tanto, no va a ser rentable. Pero como ser que escribe sin oficio y mucho menos sin beneficio, no puedo menos que solidarizarme con todos esos espacios televisivos en los que tanta ilusión pondrían sus creadores y que con tanta rapidez decapitaron los directivos de las cadenas. Quizás, no sé, de haberles dado un par de programas más la audiencia le hubiera cogido el punto.

Mientras luchaba con la puñetera manga de una camisa, pensaba que menos mal que en Internet todavía te dan espacio gratis sin suprimírtelo a la primeras de cambio por visitas insuficientes. Porque de ser así todas o casi todas las páginas culturales que no pertenecen al entramado de las grandes empresas del sector no durarían ni un mes colgadas. Con todo, y por desgracia, son muchas las webs que dejan de actualizarse por el desaliento que supone echarle horas a algo que sólo ven los que acceden a la misma por un error del buscador de turno. He visto blogs, revistas y listas de correo que, de haber tenido la oportunidad de ser más conocidas, probablemente hoy serían muy visitadas. Lamentablemente, de ellas sólo quedan hoy tristes actualizaciones con fecha año 2000 o 2004.

Pero por suerte el milagro a veces sucede. Igual que la manga de mi camisa ha quedado perfecta con tesón pese a haber pensado en mandarla a tomar por saco y ponérmela mañana sin planchar, hay sitios de Internet que han sabido aguantar años con el único impulso de la ilusión. Páginas que empezaron desde la nada y que hoy son, gracias al boca-oreja, referentes bastante interesantes de la vida literaria y cultural que hay más allá de los circuitos oficiales. Una de ellas es Margen Cero, que en estas fechas celebra su quinto aniversario con un número especial y en la que a un servidor (permitidme un poco de vanidad) le han dado la oportunidad de publicar un relato. Un espacio que, antes del auge de los blogs, era el único medio para publicar de muchos nuevos autores.

Pero por si el hecho de haber colaborado yo en ella en este número despierta susceptibilidades, puedo decir que hay otras revistas igual de buenas que aquella y que llevan muchos años al pie del cañón. La Revista Voces, el Avión de Papel (y su delicioso Proyecto Cortázar), Poesía.com... No son muchas las que superan la barrera de los cinco años en la red, la verdad, pero éstas y otras que yo no conoceré merece la pena visitarlas y ayudar en lo posible a mantenerlas con colaboraciones.

Y es que, enlazando con lo que hablaba de esas series de televisión efímeras, el mayor peligro de la filosofía del “share” no es que se instale en los propietarios de blogger, 20six o geocities, sino en el lugar donde más estragos hace, que es en nuestros corazones. Mientras eso no ocurra, y aunque es muy difícil, todo es seguir en la brecha.

MARGEN CERO 5º ANIVERSARIO - www.margencero.com/aniv5/index_aniv5.html
REVISTA VOCES - www.revistavoces.com
AVIÓN DE PAPEL - www.aviondepapel.com
POESÍA.COM - www.poesia.com

20 junio 2006

TODO ES CUESTIÓN DE ORGANIZACIÓN

Juan estaba desesperado. Llevaba tres horas tratando de terminar de hacer la maleta, pero era demasiado pequeña. Por más que redujo el equipaje a lo indispensable para seis días y por más que aceptó cargar con dos mochilas aparte, la maleta se resistía a soportar la más mínima carga. A las tres de la mañana (por exceso de confianza), y saliendo el vuelo a las siete y cuarenta minutos, Juan no tenía opción ni de comprar otra maleta ni de pedir una prestada. Febril, osciló entre idear con papel y bolígrafo diversas maneras de organizar el contenido hasta por considerar, incapaz de cerrar la maleta, en llevarse lo puesto y comprarse todo cuando llegara a su destino. Ni esas, ni el resto de las opciones que ideó cada vez más histérico, logró solucionar el problema.

Rendido, Juan decidió darse una tregua. Se dirigió a la cocina, se echó un cubata y se dispuso a salir al balcón a fumarse un cigarro. No llegó a encenderlo. Distraído como estaba en mil y una ideas absurdas para hacer la maleta, no se percató del escalón que había antes de salir. Tropezó bruscamente y se dio de bruces contra la reja. Murió en el acto.

Jaime, su compañero de piso, llevaba borracho desde las siete de la tarde. Por eso, y por el shock que le causó ver a Juan en un charco de sangre en el balcón, lo último que pensó fue en llamar a la policía. Paranoico y al borde del coma etílico, consideró que si llamaba pensarían de inmediato que él había matado a su compañero, y por eso, presa del pánico, lo único que se le antojó acertado fue hacer desaparecer el cadáver.


Le costó mucho trabajo, pero por suerte había ascensor. Una hora más tarde, Jaime se dirigía hacia el río borracho y lloriqueando, arrastrando la pequeña y pesada maleta.

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ME VOY DE VIAJE, AMIGOS, PERO VOLVERÉ EN UNA SEMANITA O ASÍ. MIENTRAS TANTO, GRACIAS POR SEGUIR AHÍ PESE A MIS LAPSUS CREATIVOS.

12 junio 2006

NONADAS #11

(dos conocidos se encuentran por la calle)


-Qué, ¿de fiesta esta noche?

-No, que va, venía del supermercado, de comprar algunas cosas.

-Patatas, aceitunas, Coca-cola, lo típico para una fiesta ¿no?

-Que no, tío, que no voy a ninguna fiesta, que son cosas de casa, leche, pan, lo típico.

-Jeje, claro, jeje. Qué máscara tan chula, ¿no? ¿La has comprado o te la has hecho?

-¿Qué?

-Joder, la máscara que llevas puesta, que si la has comprado o si ha sido idea tuya.

-¿La máscara? ¿Qué máscara? Tío, yo no llevo ninguna máscara.

-(asombrado) Ah, esto... Claro, claro, en fin... Que ya nos vemos, ¿eh?

30 mayo 2006

UN AMIGO


Siempre quiso ser alto, delgado y bien parecido, aunque no fue hasta los doce años cuando se dio cuenta de que las madres siempre piensan que sus hijos son los más hermosos. De esta tardía percepción de la realidad aún le quedan algunos posos, y hay días en los que se ve, si no arrebatador, al menos sí bastante resultón.

Tiene facilidad para hacer reír a los demás. Debe ser una compensación de la naturaleza, o un recurso desesperado para sentirse querido. El caso es que se le da bien, y no es raro verle en cualquier reunión contando chistes, enlazando ideas disparatadas o afilando los dardos de la ironía más desencajada. Con todo, para el que le observa detenidamente, hay algo en lo que dice, o en cómo lo dice, que siempre denota una leve amargura.

Y es que apenas se intima con él, uno descubre aspectos desconcertantes de su personalidad. Su desprecio hacia sí mismo, histriónico en algunas conversaciones cara a cara, contrasta con una sensación general de que en el fondo tiene una extraña percepción de ser especial, de estar un poco por encima del resto de la gente. Sin embargo, le preocupa tanto lo que de él opinen los demás, que a veces uno podría llegar a la conclusión de que en su vida nunca ha pensado, hablado o actuado como en el fondo hubiera querido.

Y en el fondo, en otra vuelta de tuerca, siempre ha hecho lo contrario a lo que los demás esperaban de él. Es curiosa su especial afición por llevar la contraria a quienes le quieren. Pocas veces sigue el consejo de los demás, pero no porque piense que es erróneo, sino porque no hacerlo le permite no convertirse en títere de los sueños y aspiraciones de lo demás. Siendo tan dependiente de los afectos de quienes le rodean, mantiene su independencia actuando como nadie espera, y al final, como él en el fondo no quiere actuar.

Quizás de ahí venga esa leve amargura. Una pena muy superficial pero que, en según que momentos (una canción puesta a destiempo, una noche demasiado larga) aflora con contundencia. Un ser especial necesitado de que se lo recuerden, un indeciso que rechaza los empujoncitos, un chistoso que se mira al espejo y solo a veces se hace gracia. Una leve amargura que, pese a todo lo dicho, es perfectamente soportable.

Hay muchos puzzles en los que siempre una pieza es más difícil de encajar que las demás, díscolas partes que requieren mayor dedicación y que generan mayor frustración a quien intenta encajarlas. Y él es un puzzle entero de esas piezas difíciles. Piezas que sin encajar, forman sin embargo una estampa uniforme, la imagen de alguien moderadamente feliz.

18 mayo 2006

EL OJO DEL HURACÁN


Emma peinaba a tía Claire mientras que su marido, sentado en la mesa del salón, intentaba con su vieja emisora contactar una y otra vez con la estación de radio de la policía. Hacía tres días que el sol había salido, y sin embargo, la emisora de radioaficionado de Frank seguía sin recibir señal alguna del exterior. Todo parecía indicar que todavía, por muy extraño que pareciese, la granja de los Benson seguía inmersa en el ojo del huracán.

El último parte que oyeron a través de la emisora indicaba que Missie avanzaba a gran velocidad hacia el norte y se estimaba que, si un milagro no ocurría, el condado de Newsend sería alcanzado de lleno por el huracán. Frank y Emma acudieron entonces a la ciudad a comprar víveres, medicinas para la tía Claire y tablones para reforzar puertas y ventanas. Dispusieron todo para intentar paliar los daños que seguramente ocasionaría y, cuando empezaron las primeras lluvias, se prepararon resignados para soportar el primer envite del huracán, que duraría varios días.

Durante ese tiempo sobrevivieron a base de conservas, leche y sopas frías, iluminándose tan sólo con velas y rezando para que el viento no se llevase el establo con los animales dentro. Tía Claire se pasaba horas canturreando, ajena en su senilidad al paso del huracán mientras que el matrimonio, ausente, se dedicaba a leer y de cuando en cuando a revisar que no se formaban grietas ni goteras en ninguna de las habitaciones. En una tensa y a la vez tediosa calma, aquellos cinco días les parecieron años.

La mañana en que paró la tormenta, Emma pudo intuir desde la cama que la luz entraba clara por una de las rendijas de la ventana. Como las últimas noticias que escucharon indicaban que el huracán tenía un inmenso ojo de unas doscientas millas de diámetro y que tras él se extendían otras quinientas de tempestad, Frank consideró que estaban situados en el epicentro del mismo, y que por tanto, aquella calma era tan sólo una breve tregua. Sin duda el viento seguía soplando con fuerza y eso indicaba, según los cálculos de Frank, que en apenas cuatro o cinco horas tendrían que volver a encerrarse en casa.

Desayunaron rápidamente y, después de sentar a tía Claire a la entrada del porche para que le diera un poco de luz, se dispusieron a revisar cada palmo de la granja. Mientras Emma acudía a los establos para comprobar el estado de los animales (encontró tres gallinas muertas), Frank se dedicó a arreglar los destrozos que, aunque no eran irreparables, sí le supondrían algunas semanas de trabajo cuando el huracán pasase definitivamente.

Trabajaron sin descanso durante horas, mirando de vez en cuando al horizonte en busca de los primeros síntomas del fin del ojo. Quemaron a las gallinas muertas y repusieron de pienso y agua los depósitos. Colocaron plásticos nuevos sobre el motor del pozo y la segadora. Reforzaron las ventanas con nuevos tablones y planchas de metal, rellenaron el depósito de agua y llevaron a la casa las provisiones que guardaban en el cobertizo. Tan concentrados andaban en prepararse para el segundo asalto, que no repararon en que el huracán no daba signo alguno de volver hasta que tía Claire, a gritos, pidió que alguien le diera algo de comer.


Almorzaron poco, sin la ansiedad de la lluvia golpeando la casa y sin velas, pues aunque las ventanas seguían tapiadas, la puerta dejaba entrar un rotundo haz de luz. Después, mientras Emma llevaba a tía Claire a que descansase un poco, Frank cogió sus prismáticos y observó más detenidamente el horizonte. Aunque el sol todavía con timidez y el viento seguía ululando con fuerza, el cielo estaba completamente despejado. Estaba claro que sus cálculos estaban equivocados, pero por otra parte, su intuición de hombre de campo y la lógica de las predicciones le decían que el huracán no había podido desvanecerse. Intentó comunicarse por radio con alguien, pero el ruido indescifrable de las interferencias fue lo único que recibió por respuesta. Missie seguía merodeando por los alrededores.

Durmieron con el temor a despertarse entre truenos, pero al día siguiente, el sol seguía brillando incontestable y el viento seguía soplando con una fuerza a ratos moderada, pero siempre constante. Como por radio seguía siendo incapaz de comunicarse con nadie, Frank condujo su camioneta hasta la cercana carretera, esperando que algún vehículo pasase y pudiera informarle sobre qué estaba pasando. Estuvo fumando y leyendo durante al menos tres horas sentado en el capó del vehículo, pero en todo ese tiempo nada ni nadie pasó por allí. A la vuelta, contrariado, pensó en irse sólo a la ciudad, pero Emma le razonó que era muy peligroso y que tenía miedo a quedarse sola con tía Claire.

Así que pasaron el día revisando de nuevo todo y mejorando las reparaciones que habían hecho el día anterior, aunque si se trataba de prepararse para la tormenta, todo estaba ya hecho. Dejaron la radio encendida por si lograba interceptar alguna comunicación, pero salvo las retahíla de viejas canciones de tía Claire, el viento y las interferencias eran lo único que se escuchaba en la granja de los Benson. Al caer la noche, cenaron en silencio y, después de acostar a la anciana, el matrimonio se sentó preocupado en el porche a observar las estrellas como buscando alguna simbólica revelación.

El miedo al huracán dejó paso al terror de la incertidumbre. Durmieron poco y mal, deseando oír de nuevo la lluvia para entender qué estaba ocurriendo. Pero la mañana llegó con el mismo sol, el mismo viento y la misma calma en el horizonte. Ni nubes, ni lejanos truenos. Nada. Frank consideró de nuevo ir en su camioneta hasta la ciudad, pero el miedo a quedar atrapado por la tormenta dejando sola a su mujer y a la anciana se lo impedía. Quizás el huracán se hubiera desvanecido o cambiado de rumbo, pensó, pero si así fuera algún coche habría pasado ya por la carretera, y quedaba claro que nadie lo había hecho en todo ese tiempo. Además su emisora no lograba establecer contacto con la policía y, si el huracán había seguido su ruta pero su ojo era mucho más grande de lo previsto, éste ya se hubiera encontrado a la altura de la ciudad y por tanto, las comunicaciones estarían restablecidas.

¿Qué estaba ocurriendo? Frank revisaba su emisora una y otra vez, incapaz de encontrarle un sólo defecto que explicase la ausencia de noticias. Emma, por su parte, centraba toda su atención en tía Claire para apartar de su mente toda una suerte de pensamientos confusos. El azul del cielo se había vuelto tétrico, y el sol, inquietante. Sin hablar durante horas, cada habitante de la granja parecía sumirse por momentos en un extraño estado de introversión. Emma peinando la canosa cabellera de la anciana, Frank recitando como si fuese un mantra “holas” y “socorros” a través de la emisora y tía Claire, quizás a la postre la que mejor mantenía la calma en su locura, canturreando estremecedoramente “Over the rainbow”.

Los Benson lo pensaban, pero no se atrevían a decirlo. Quizás fueran ellos, y no el huracán, los que se habían desvanecido de la faz de la tierra.





La genial portada es de Javier, un socio en esto de crear. Va por ti.

09 mayo 2006

#III MEDIA DE RANCHERAS

Supongo que tienen razón, el pesimismo está culturalmente sobrevalorado. Por eso no os diré que últimamente no escribo nada porque estoy pasando una mala racha personal. Para qué. A fin de cuentas, ninguna de las dos cosas tiene demasiada importancia. Ni es la primera vez que me paso semanas sin escribir algo decente ni tampoco la primera en que me cuesta trabajo dormir tranquilo. Darle un tinte de excepcionalidad es, además de repetitivo, patético. Se me da bien dar pena a los demás, lo reconozco, pero no os creáis que no pienso que es moralmente reprobable.

Por eso no pienso andar contando qué neuras literarias me obsesionan ni tampoco qué oscuros presentimientos me rondan la cabeza. Para qué. Todos tenemos ese tipo de cuestionamientos y los míos no tendrían porqué ser más originales que los vuestros. Sé que hay gente a la que le gusta escuchar esas cosas, pero hoy no voy a dar la vara esa clase de temas. En lugar de eso, y para variar un poco, diré que si no escribo últimamente es porque mi mente está madurando un relato tan fino, tan puro, que no tiene tiempo en hacerme vivir de una forma estable ni mucho menos de idear historias menores. Algo así. O dicho con pedantería, otro de mis puntos fuertes, que me encuentro actualmente en un estado de vigilia creativa. Sí, suena bien. Me encuentro en un estado de vigilia creativa.

¿Y a qué se debe este arrebato de optimismo, señor cascarrabias? No sé, quizás se me pase mañana. Los que me conocen desde siempre saben que yo solito me hundo y me refloto con relativa facilidad, que sólo es cuestión de dejarme a mi aire. Pero estoy empezando a cansarme del proceso, sobre todo, de la verborrea del mismo. Me hundo me refloto, me hundo me refloto, me hundo me refloto. Es un coñazo hasta para el que lo cuenta. Por eso hoy os diré que me encuentro en un estado de vigilia creativa y que, por tanto, es importante que si alguien se ha preocupado por mí en estos días deje de hacerlo inmediatamente. Tiene mi permiso. Dentro de poco todo habrá pasado y los relatos y mi vida volverán a fluir como de costumbre, está claro.

Supongo que tienen razón, el pesimismo está culturalmente sobrevalorado. A fin de cuentas, las grandes revoluciones (incluso las que no sobrepasan al individuo) las llevaron a cabo personas optimistas.

Gente como yo.

21 abril 2006

II - MEDIA DE RANCHERAS

Volviendo a casa, me llamaba la atención el anuncio de un cerrajero “de urgencia”: Una persona dispuesta, día y noche, a acudir a cualquier punto de la ciudad para abrir puertas que se resisten a ceder o a cambiar cerraduras de otras que, una vez abiertas, no pueden cerrarse.

De haberlo sabido, lo hubiera llamado el domingo, de madrugada, porque no podía quedarme dormido tratando de encontrar salida al laberinto en el que, sin saber porqué, había entrado al caer la noche. No suele pasarme a menudo, pero sí más veces de las que desearía. Mi mente se equivoca de puerta y, en lugar de abrir la del descanso, abre la de la angustia, condenándome a la búsqueda infructuosa del sueño.

La puerta del descanso conduce a mi habitación, a mi cama, a mi mesilla de noche con su despertador y su libro. La otra, a un entramado de callejones muchos de ellos sin salida y otros, la mayoría, que acaban en puertas que nunca se sabe si conducen a la paz de mi dormitorio, o a nuevos callejones igual de oscuros y amenazadores.

No suele pasarme a menudo, ya lo he dicho, pero después de muchos años comienzo a adivinar algunos de los secretos de ese laberinto. Hay puertas que llevan a otras puertas como vasos comunicantes, puertas que albergan recuerdos que, misterios de la bioquímica, llevan a otros recuerdos aparentemente sin relación. Imágenes alegres que sin causa lógica están asociadas a otras inquietantes y estas, a su vez, a otras imágenes neutras. Estas puertas siempre tienen salida, aunque nunca una salida que pueda adivinarse del todo.

Luego hay puertas que no llevan a ningún sitio, que tras de sí sólo esconden o el vacío o muros de cemento que parecen querer tapiar alguna escena dantesca. Estas puertas me intrigan, aunque como no depende de mí traspasarlas, porque la inmensidad del universo se escapa a todo intento de lógica, no dejan de ser las menos peligrosas, y por tanto, las que menos perturban mi búsqueda del descanso.

Por último hay un tercer tipo de puertas y son estas las que sólo un cerrajero “de urgencia” podría ayudarme a abrir o cerrar. Las primeras, las que desearía abrir, parecen albergar pequeños tesoros, revelaciones que me ayudarían a entender mejor quién soy, a poder conciliar las distintas caras de mi personalidad. Pero o están fuertemente cerradas con cerrojos de mil tipos o, si no tienen candados, su dintel está tan deteriorado que abrirlas sin delicadeza podría derrumbar toda la estructura del laberinto. Entre estas suele encontrarse la que lleva a mi dormitorio, aunque su ubicación siempre cambia, y no por muchas veces de haberla traspasado puede saberse con certeza en qué callejón se encuentra.

Las segundas, las que una vez abiertas no se pueden cerrar sin unas manos expertas, son las de los momentos más turbios de mi vida o la de los temores más recónditos y espantosos. Son puertas ambiguas, porque aparentemente no esconden peligro alguno (de lo contrario jamás las abriría) pero que, una vez abiertas, quedan para siempre entornadas dejando escapar el aliento caliente y putrefacto de lo que contienen. Son puertas de desesperanza, de culpabilidad, de inseguridades, de odio hacia mí mismo. Son puertas que matan poco a poco, como un veneno suavemente letal, al que busca sin cesar una luz que ilumine todo ese laberinto.

Volviendo a casa me llamaba la atención el anuncio del cerrajero de “urgencia”. Me hizo gracia al recordar todas estas cosas. Si lo hubiera llamado el domingo, no quiero imaginar la cara que hubiera puesto aquel pobre hombre al conocer que las puertas que yo necesito abrir y cerrar requieren algo más que una caja de herramientas.

Puertita que yo abría // y no podía escapar // más puertas aparecían (Bulerías Turcas, Radio Tarifa)


Arcos de la Frontera, Cádiz

09 abril 2006

Ósmosis // MEDIA DE RANCHERAS

El otro día leí que las personas que conviven juntas muchos años acaban pareciéndose físicamente entre sí. Las experiencias vitales determinan las expresiones faciales y, por tanto, las alegrías y las penas vividas por una pareja a lo largo de los años hacen que sus rostros terminen pareciéndose.

No me había fijado hasta ayer. Mis padres, que llevan juntos más de treinta años, tienen similitudes que, viendo sus fotos de boda, no tenían al casarse. Ciertas líneas de expresión de mi madre aparecen hoy, por arte del tiempo, en el rostro de mi padre. Y la mirada de este, cansada por los años pero profunda, bondadosa, vive ahora en los ojos de mi madre. Mi padre a sus setenta años está más guapo que nunca y los ojos de mi madre, en su juventud más inexpresivos, son ahora absolutamente reveladores.

Dice esa teoría que las experiencias vitales determinan las expresiones faciales, que las alegrías y las penas marcan el rostro de una pareja. Pero también la admiración y el respeto mutuo, estoy seguro, deben jugar un papel importante en esa ósmosis de la que mis padres, tras toda una vida juntos, son un ejemplo de mutuo enriquecimiento.

Intento extrapolar esa teoría a todo lo que me rodea. Y dejando a un margen a las personas a las que admiro y respeto, sobre todo a Rocío, no puedo dejar de esbozar una sonrisa mientras miro la estantería de mi salón. Si las personas que conviven juntas mucho tiempo acaban pareciéndose entre sí, también puede ocurrir que un escritor pueda terminar pareciéndose a quienes, con sus palabras, lo han acompañado desde que era un niño.

Y si esa teoría es cierta, pese a los sinsabores, tengo motivos de sobra para seguir escribiendo.



(Nota: El título de esta nueva sección de textos inclasificables se la debo a Carlos y a sus continuas coñas, bajo las cuales hay una persona genial a la que conocí en un bar imaginario, el Charming, una noche en este blog. Va por ti, Cocó.)

26 marzo 2006

LOS COLUMPIOS

Mientras disfrutaba en la plaza de mi tarrina de helado de chocolate con naranja, observaba a los niños que, en el pequeño parque infantil, jugaban en el columpio. Un niño y una niña, ambos de unos seis o siete años, se entretenían mientras sus padres, desde los bancos de la plaza, charlaban de sus cosas bajo el sol de mediatarde.

El chico se columpiaba con vehemencia, dispuesto a alcanzar la máxima altura posible. Sudando, fruncía el ceño y estiraba o encogía las piernas de una forma sincronizada, buscando instintivamente realizar la mayor parábola posible. Parecía no importarle nada salvo alcanzar las ramas de los eucaliptos que envolvían la plaza.

La chica, sin embargo, no se columpiaba. Risueña, se concentraba en trenzar la cadena del columpio, girando sobre si misma con los pies apoyados en el suelo. Cuando ya no podía girar más, y las dos cadenas formaban un sólo nudo, se soltaba y, echando el cuerpo hacia atrás, dejaba entre risas que la violencia de los movimientos la sacudieran hasta marearla.

La luz daba a la plaza una atmósfera de tranquila irrealidad. Mientras mi helado se derretía y los trozos de naranja confitada flotaban en la crema de chocolate, pensé divertido que las formas de jugar revelan qué busca cada persona en la vida. Aquellos dos niños, ajenos a mis reflexiones, se me antojaron dos arquetipos de la gente que me rodea.

Muy cerca, tras la valla, otro niño los observaba muy serio mientras comía un cucurucho. Absorto, dejando derretir su helado, no mostraba interés alguno en que los columpios se quedaran libres. Al contrario, parecía que jugara a retener cada una de las pinceladas que percibían sus sentidos...

Cuando me marché del parque, pensé que aquel niño será algún día escritor.

21 marzo 2006

PIECES OF...

Menos mal que he visto esta oreja, si no, el viaje en tren sería bastante aburrido. Hacer cada día el mismo trayecto sería insoportable de no descubrir, como hoy, que una oreja excepcional viaja en mi mismo vagón.

Una oreja femenina, sin duda. Y eso que no todas las de mujer lo son necesariamente, hay orejas que son sexualmente independientes de sus propietarios, las hay incluso que son asexuadas. Pero esta es una oreja femenina y de mujer, lo sé porque aunque el asiento de delante no me deja ver nada, intuyo una coleta por encima del tapete de RENFE.

Es también una oreja de clase media, un poco encorsetada en su entorno. Podría equivocarme, pero creo que la perla que la hiere y afea es propia de la burguesía. Con todo, me alegra intuir que parece resistirse a las imposiciones porque, aunque aguanta estoicamente el aguijón que la atraviesa, leves tonos rosáceos alrededor del agujero parecen revelar que de vez en cuando la oreja protesta contra la pesada carga de los pendientes.

También es una oreja bella. No hay lunares que la ensombrezcan, ni caprichos en la curvatura del cartílago. Tampoco hay, porque de haberlo no estaría observándola, rastro alguno de cerumen o vello. No quiere decir esto que no haya orejas cuyo carácter lo determinen precisamente esas imperfecciones. Ni que dejen de ser del todo atractivas por eso. Pero esta oreja, comparándola con las del resto del vagón, la verdad, es simplemente perfecta.

Es desde luego la clásica oreja de la que cualquier hombre se enamoraría. De hecho, me ha parecido que el revisor se ha quedado mirándola con avidez mientras le picaba el billete a su dueña. Y no es que el trayecto en tren me vaya a permitir coger confianza con ella, pero me he sentido celoso, no sé, creo que nadie la querría tanto como yo.

Aunque no sé con certeza si oye o no, es la oreja ideal para susurrar palabras bonitas, incluso, para llegado el momento, susurrar ideas picantes. Lo es también para poder observar, en plena apoteosis del amor, cómo se colorea y adquiere tonos malvas. Es una oreja femenina, coqueta, pero salvaje.

Qué pena que dure tan poco el trayecto, si no, me sentaba al lado de ella. Me colocaría enfrente con cualquier excusa y, con aire desinteresado, entablaría conversación. Aunque una oreja no habla, utilizaría a su dueña como catalizadora de sus emociones. No sé si es posible, pero me gustaría pensar que, al rato de escucharme, tomaría el control de su anfitriona y hablaría por sí misma.

Y es que estoy convencido que su dueña no me interesa. Aunque sólo veo de ella la coleta que se intuye por encima del tapete de RENFE, una persona que es capaz de llevar un pendiente en una oreja tan excepcional, la verdad, no merece mi respeto. Aunque no es la única. La mayor parte de la gente se deprimiría si no tuviese oreja, pero por contra no es capaz de sentirse dichosa de tener una que roce la perfección, qué mundo éste.

Una lástima que la oreja ideal lleve pareja a una persona que seguramente no es la ideal. Así es mi vida, me enamoro siempre de partes de personas, y luego no soy capaz de asumir el conjunto. Si es guapa, porque no es inteligente, si es ambas cosas, porque tiene miopía. Si ve como un águila, porque tiene el pelo demasiado seco, si tiene una melena de valquiria, porque no le gusta la literatura. Sé que soy un poco raro, pero no me puedo enamorar del todo si detecto que existe una parte mejor por ahí suelta.

Helena con sus ojos, el pelo de Lidia, la nariz de Susana, el sarcasmo de Vanesa, la inteligencia de Silvia, la fogosidad de María y las orejas de esta desconocida, serían mi amor verdadero, aunque puede que, por más que busque, nunca encuentre a nadie que reúna una proporción aceptable de partes perfectas.

Pero por soñar, que no quede. Hago cada día el mismo trayecto, observando el mismo paisaje, camino del mismo trabajo... No estoy seguro, pero creo que en el fondo, si me gusta tanto esa oreja es porque, después de todo, ella significa que todavía quedan en mi vida grandes pequeños tesoros por descubrir.

Para Laura.

15 marzo 2006

OFRENDA PARA UN RELATO

En estos casos, se decía Fausto para intentar calmar la angustia, la mejor actitud es tener paciencia, actuar con las palabras como los modernos padres con sus hijos: Dejarlas llorar de rabia, permitirles patalear hasta la extenuación y, cuando se hartan de hacerlo, llevarlas ordenadamente, con benevolencia pero de forma estricta, hasta el editor de textos. El problema es que las palabras no tienen padres. Que son los hombres en todo caso sus hijos y que ellas, lejos de dejarse dominar, parecen disfrutar resistiéndose a los moldes del escritor.

Son caprichosas, desconsideradas, pensaba Fausto desesperándose. Y aunque cada día elaboraba un nuevo método para sobrellevar el bloqueo creativo, lo cierto es que ninguno de ellos lograba aplacar su ansiedad. Llevaba semanas sin escribir un sólo párrafo con sentido y, por más que sus amigos le recomendaban que no se obsesionara, estos no entendían que la necesidad creativa, como la sed, o se tiene o no se tiene, y que a un hombre sediento no le sirve de nada resignarse a no poder beber en semanas o incluso meses.

Aun así, Fausto había intentado seguir el consejo de sus amigos. Había probado a no encender el ordenador durante días, a dar largos paseos escuchando música, a ir al cine, al teatro, a salir de copas hasta el amanecer. Había intentado por todos los medios olvidar que él era escritor, que una vez había conducido a las palabras a través de los laberintos de su mente. Pero hay cosas que no pueden olvidarse, aunque no se sepa bien cómo se consiguieron.

Las palabras son orgullosas, les gusta ser conscientes de su poder, se decía Fausto cada vez más lejos de la realidad. Ningún consejo había servido para nada ni nada podía consolar al pobre autor. La situación llegaba al límite de la normalidad y por eso Fausto decidió rendir culto a sus diosas, realizar una ofrenda a las palabras para que ellas, magnánimas en su soberbia todopoderosa, entendieran que él era su fiel esclavo y le otorgaran de nuevo la dicha de la creación.

Fausto cogió un cuchillo de la cocina, se dirigió al baño y allí, ante el espejo, tratando de ritualizar su propia mutilación con Pío Baroja y Julio Cortázar como testigos en forma de libro, se hizo un corte en la mejilla. Un fino hilo de sangre manó por su cara y Fausto, sobreponiéndose al dolor, murmuró: -Ya tenéis lo que querías, zorras, ahora dadme lo que os pido-.

Aquel día se pasó la mitad del tiempo escribiendo, y la otra mitad, intentando cortar la hemorragia. Había cortado donde no debía, y la herida, aunque aparentemente superficial, no dejaba de sangrar. Pero eso a Fausto no le preocupaba. Tenía siete litros y se podía permitir el lujo, tras semanas de bloqueo, de perder algo de sangre para poder terminar su relato. A las diez de la noche, débil pero satisfecho, envió el texto a sus amigos, y mientras un sueño aplastante le invadía, supo con certeza que aquel relato era el mejor que había escrito nunca.

Y lo era, porque no volvió a escribir ninguno. Las palabras son palabras, y aunque su poder es inmenso, no saben vivir sin nosotros. A tenor de cómo lo encontró la policía, muerto en un enorme charco de sangre, está claro que Fausto debería haber sido más paciente.

28 febrero 2006

ME ABRASA

Ayer volvió a ocurrir, aunque por suerte estábamos en mi casa, completamente adaptaba para los envites de mi rara enfermedad. Padezco el Síndrome de Bonzo, o lo que es lo mismo, mi cuerpo sale espontáneamente ardiendo cuando sufro algún tipo de alteración emocional.

Estábamos viendo una película Ana, Andrés y yo. Era una tarde de julio, y aunque hacía bastante calor en la calle, mi casa está acondicionada para no sobreexponer mi organismo a temperaturas demasiado altas. Andrés había traído un clásico tan aclamado como aburrido, de tal manera que mientras Ana y él miraban absortos la pantalla, yo prefería pasar el tiempo observando a mi amiga, que aquella tarde estaba radiante con aquella camiseta ajustada, su collar de conchas y sus jeans de campana.

No sé en qué momento exacto ocurrió, pero de repente Ana se giró hacia mi horrorizada y, sin darme tiempo a preguntarle porqué me miraba de aquella forma, vi como mi brazo se envolvía en llamas y un denso humo negro salía de mi oreja. Ana quedó paralizada por la impresión, ya que nunca había presenciado una de mis crisis, pero afortunadamente Andrés salió disparado a por el extintor y en apenas unos segundos el fuego se había extinguido, dejándonos a mi amiga y a mí cubiertos de un gran manto de espuma blanca.

Pasado el susto, y tras la risa nerviosa que suele provocar este tipo de situaciones, me fui a la ducha mientras Ana en mi dormitorio buscaba una camiseta para cambiarse, mojada como estaba la suya tras el baño de espuma. Mientras comprobaba feliz ante el espejo que sólo me había quemado parte de la mano, pude ver por un resquicio de la puerta del baño como Ana se desnudaba, todavía con la cara desencajada por el trance vivido. Tiene pechos pequeños, aperados y firmes, y aunque es su carácter lo que la hace tan especial para mí, aquel día me maravilló la suavidad de su piel y esos tonos que, milagro de la irrigación sanguínea, jugaban del rosa pálido de la base al malva oscuro de sus pezones.

Cuando ambos se marcharon de casa, y mientras me vendaba la mano para evitar infecciones, la imagen de Ana desnuda volvió a mi mente como un cuadro de Caravaggio, envuelta en la penumbra de la memoria. Comprendí que de nada servía que hiciera dietas estrictas, que evitara el vino, el picante, la sal. De nada servía que cuidara mi piel con cremas hidratantes, con sales de baño, con barros sanadores de las playas más remotas. Porque mi mal era, de una forma y otra, la propia causa de mi vida. Constituía, paradojicamente, la fuente de mis escasos momentos de felicidad. Aquella visión de Ana desnuda, resolví resignado, bien había valido un par de dedos calcinados.

...Y es que el amor que siento por ella es tan intenso, tan literal, que poco a poco me está abrasando.

19 febrero 2006

16 febrero 2006

TU VAS FATAL, MACHO...

(Kingston Road, dos tipos en una rave).


Oye...

Qué

Que estoy viendo dragones...

¿Cómo?

Que estoy viendo dragones, tío, putos dragones...

¿Dragones? ¿Hablas en serio?

Juraría que son dragones, así a primera vista...

Joder, tú estás fatal, macho...

...Son dragones, ¿no?

¿Dragones? Tío, esos bichos no son dragones ni de coña.

08 febrero 2006

...COMO UNA ENORME BOLSA DE AGUA

Contaba un amigo que hace años presenció la muerte súbita de una paloma mientras volaba. Paseaba por la rambla al atardecer cuando, delante suya, cayó al suelo desde no sabe bien qué altura. Me relató que lo más desagradable de aquel episodio no fue la visión de la paloma muerta, sino su sonido al estrellarse contra el asfalto. Parecido, decía, al que hace una enorme bolsa de agua lanzada desde un edificio por un niño travieso. Aquel día mi amigo fue incapaz de cenar nada, colapsado por el sorprendente ruido de las vísceras del pobre animal.

Son también sorprendentes las travesuras de la memoria. Mientras observaba esta tarde como te alejabas calle abajo con tus maletas y tu jarrón, me ha venido a la mente mi amigo y su historia sobre el macabro final de la paloma. Y es que es curioso, hay sonidos que, aún diferentes, deben tener en común una misma pauta melódica, deben albergar una misma realidad. Acabo de escuchar, imperceptible pero visceral, el sonido de una vida rota: La mía, estrellada como una enorme bolsa de agua contra el asfalto recio y frío de tu ausencia...

...Me temo que yo tampoco podré cenar nada.

02 febrero 2006

BAMBALINAS

Arriaga asiente dándole la extrema unción a un cigarrillo. Era cierto lo que decía Manolito, más que los porteros de un local de streeptease ahora parecían gárgolas de un hogar del pensionista. Los espejos aún podían ofrecerles un atisbo de esperanza, pero la caja del negocio, cada vez más escueta, mucho les hacía temer que ni siquiera llegarían a la edad de jubilación en “Bambalinas”, el último cabaret de la ciudad.

-Los tiempos han cambiado-, mascullaba Arriaga. Y Manolito entornaba los ojos y le parecía estar viendo a Lola Varcell, la antigua dueña del cabaret, firmar autógrafos en la entrada, tan bajita pero con tanto glamour y las tetas tan bien puestas. Fueron tiempos bonitos lo del destape, años en los que por fin dejaban de ser vistos como macarras y la actividad del local, en otro tiempo semiclandestina, pasaba a ser considerada incluso de interés público por la nueva conciencia progresista. Cada noche el local se abarrotaba para ver a Lola y a sus niñas, las chicas más guapas y bordes del país: “La Tremenda”, “Susanita la gallega”, “Remedios Linares”, todas ellas pasaron por “Bambalinas” con sus números picantones pero nunca escatológicos, como parece que ahora les gusta al público. -¿Te acuerdas Arriaga?-, Aquellas noches llovían las propinas por el aparcar el coche o cubrir a los señoritos con los paraguas. -Ahora ni siquiera para tabaco, Manolito-. Ambos subsistían en pisos de renta antigua, tan quejumbrosos como la puerta del local.

Y es que “Bambalinas” hacía años que no se reformaba. Los neones funcionaban según el grado de humedad del ambiente y el parquet rojo, en otro tiempo eléctrico y sugerente, ahora parecía un campo de amapolas minado por quemaduras de cigarrillos. –Si Lola levantara la cabeza, ¿Verdad Arriaga?- Pero Lola hacía años que había muerto y con ella, la gracia del cabaret. A manolito se le erizaba el vello recordando los últimos meses de la jefa, que con el cáncer invadiendo hasta su sombra, todavía tenía ovarios para subirse al escenario y hacer reír al público quitándose la peluca. Ya por entonces el negocio estaba menguando, pero todavía la gente acudía a “Bambalinas” para ver a las niñas o el famoso número del recluta y la pastilla de jabón de José María “La revoltosa”. Sin embargo, fue morir Lola Varcell y todos dieron la espantada, conocedores de que los tiempos exigían números más extremos y carentes de ironía. Desde entonces, el local pareció heredar la enfermedad de la fundadora, y las numerosas manos por las que había pasado la gestión sólo lograron degradarlo en elegancia y calidad, de tal manera que ahora, para la mayoría de la gente, “Bambalinas” era un sitio casposo y repugnante. Chicas escuálidas, con la mirada perdida por la humillación de abrirse de piernas ante borrachos y enfermos, eran el único cartel que ofrecía el local. Pobres mujeres de países el este que apenas hablaban español pero que tenían que soportar el sobeteo y hasta la violación por apenas mil euros al mes. Esclavas del sexo, su sueño de comenzar una nueva vida en España había sido tan efímero como la fantasía de Manolo de adquirir el local, un imposible que sin embargo, nunca había dejado de rondarle la cabeza.

Si me tocara la lotería, Arriaga, volvería a hacer de esto lo que era- Y Arriaga encendía otro cigarro mientras Manolo imaginaba “Bambalinas” repleto de nuevo de señoritos y estudiantes, empresarios y seminaristas, viendo a Lola Varcell resucitada, Chemita La Revoltosa y las niñas en un local de maderas finas y parquet rojo eléctrico, en un cabaret con clase forrado de plumas, charol, risas y ron de caña. –Hora de cierre, Manolito, baja ya de las nubes, que hace frío- Ambos emprendieron el viejo ritual de cerrar la persiana y quitar los carteles, apagar el cuadro de luces y contar la caja en la barra con un vermut entre las manos huesudas y llenas de manchas. Las pobres rusas bebían cansadas y el camarero, Saturnino, limpiaba el polvo de las botellas tarareando My sweet Valentine. –Vamos recuperando, Arriaga, veinte mil pesetas esta noche- Y Arriaga sonreía sin ganas pero con alivio, ignorante como todos de que aquella noche era la última que pasarían en el cabaret.

Y es que no hay mayor enemigo para cualquier negocio que sus ladrillos. Hoy “Bambalinas” es otra inmensa, rentable y lúgubre tienda de ropa.

30 enero 2006

NONADAS #10

(Extraña autoestopista en la carretera, la típica de las leyendas urbanas, se sube a un vehículo con su cara de muerta y sus ademanes de presagio.)

-¿Adonde te llevo?

-Yo ya no voy a ninguna parte.

-Pues tú me avisas, que casi me pego una leche por no hacerme la señal con tiempo.

-Ibas muy rápido... Yo también solía ir muy rápido por esta carretera.

-Ya, los límites de velocidad, que están muy mal puestos.

-Yo me maté en ese punto de la carretera.

-No jodas...

-Te he parado para evitar que te mataras tú... Ahora me tengo que marchar.

-No, no, espera un segundo... ¿Y con qué derecho te crees tú a impedirme que yo me mate si me da la gana?

-¿Qué?

-Que ya estoy hasta los huevos de que todo el mundo intente dirigirme la puta vida.

-...Soy un fantasma, un espectro, un espíritu.... ¿No te doy miedo?

-Mira, bonita, me parece muy bien que andes por ahí haciendo de guardia civil del purgatorio, pero bastante película de miedo tengo yo a diario con el curro y la hipoteca.

-Esto...

-Nada, que te bajes y me dejes tranquilo. La culpa la tengo yo, por ir subiendo al coche a todos los putos majaras del mundo.

-...Perdona

(desaparece el espectro, quedan la noche y el conductor)

-Miedo me dan a mí los vivos, no te jode la tía rara...

23 enero 2006

TIEMPO DE ESPERA

Como hay noches
en las que da miedo

dormir o soñar
hay días en los que da pena
vivir sin darse cuenta.

Como hay tardes
en las que leer o escribir

da pereza,
hay mañanas en las que me da miedo
tanta realidad.

Es éste, estoy seguro,
un tiempo de espera.
A veces, incluso para llorar
hay que tener paciencia.

19 enero 2006

En respuesta al reto...

He sido invitado por Victoria y Carlos a describir cinco de mis extraños hábitos. Hay un reglamento detrás de este reto que podéis consultar en sus respectivas páginas, pero yo prefiero no cumplirlo a rajatabla porque hay pocas cosas que me desagraden más que el rollo pásalo pisha que tanto abunda en Internet. Así que, si bien acepto con gusto la parte principal del reto, permitidme que sea el cortafríos que rompa la cadena.


Dicho esto, sí, lo reconozco, soy el típico que cuando todos tienen el punto en una fiesta dice que se va a su casa. La gente que no me conoce mucho se sorprende, pero lo cierto es que siempre he preferido retirarme a tiempo antes de sacar a relucir mi punto más patético. Con todo, hay veces que no consigo evitar que mi instinto payasete tome el control, y no son pocos los que conocen mi punto cupletera en los lugares más insospechados. Francisco alegre y olé, vaya vashilón chim pon.


También me da por ponerme el despertador muy temprano, incluso en días de resaca. Bueno, el despertador, no, los cuatro despertadores que tengo. Evidentemente cuando suenan o no los oigo o no puedo levantarme, pero si hay algo que me caracteriza como persona es que nunca llevo a cabo lo que me prometo a mi mismo, como por ejemplo madrugar y disfrutar de un saludable día de domingo después de salir la noche anterior hasta las mil.


Fumo. Extraño hábito porque además soy hipocondriaco, soy el típico que cambia de canal cada vez que oye la palabra tabaco. Soy una pura contradicción. Lo peor del caso es que no lo termino de reconocer, es decir, sigo afirmando a propios y extraños que o lo estoy dejando o que no fumo tanto. Incluso mi madre, que grande eres guapísima, no lo sabe después de cinco años. Pretendo dejarlo antes de que lo descubra, otro propósito para no cumplir.


Soy melindroso con la comida, pero al contrario que casi todo el mundo me encantan los potajes, las berzas y las habichuelas, pero odio la paella y el pescado con espinas. Desde que de pequeño oí en la tele que alguien murió atragantado con una espina, juré que yo no acabaría mis días retorciéndome y babeando espuma delante de Matías Prats Jr. y sus chistes.


Se me saltan las lágrimas con facilidad. Esto podría parecer algo normal e incluso tierno, pero cuando a uno le pasa incluso con algunos anuncios de la tele es para preocuparse. Me he sorprendido a mi mismo con los ojos brillantes ante un anuncio de un coche de lujo. Y no por el coche en sí, sino por el tipo que juega con su mano y le encanta conducir. Mi chica dice que eso es porque soy un niño muy lindo y sensible, pero la verdad es que yo creo que es más bien porque soy gilipollas. No tiene mucho sentido que me emocione un anuncio y sea capaz de comer viendo el telediario.


No me gusta que me hagan fotos, no soy cinéfilo, no me gusta leer libros traducidos... Todo un regalito, como dice mi churri.


...Angelito de la O, que desgraciaito gitano tu eres teniendolo tó.

12 enero 2006

VER, OIR, OLVIDAR

Olvidar es más fácil de lo que cree. Yo mismo olvido a cada instante dónde he dejado aparcado el coche o a qué hora tengo que recoger a mis hijos del colegio. De acuerdo, puede que sea en parte por la edad, no se lo niego, pero también creo que es porque la mente es muy eficiente, ¿sabe? no gasta energía en recordar cosas sin importancia. Incluso las escenas más escabrosas puede que no se olviden nunca, pero sí es posible “aparcarlas” en la memoria, como mi coche. En un sitio donde al rato no recuerde uno muy bien dónde las dejó.

Claro que entiendo que denunciara en comisaría aquel secuestro, como lo llama usted. Yo también lo hubiera hecho, es un gesto de buena ciudadanía acudir a la policía si uno cree que ha presenciado un delito. Lo que no acabo de entender es que no se conformara con las explicaciones que se le dieron, sobre todo teniendo en cuenta que le dijeron la verdad. Cualquiera que hubiera sido testigo de una operación secreta antiterrorista aceptaría las explicaciones y se marcharía a casa orgulloso de su país. Pero usted, en lugar de eso, se ha dedicado a jugar a bombardear nuestras instituciones con teorías tendenciosas y carentes de pruebas. Sinceramente, no entiendo por qué se ha complicado la vida de esta manera tan absurda.

¿Sabe? A veces uno tiene la mala suerte de ver escenas desagradables y oír comentarios inquietantes. Yo tampoco he sido ajeno a eso, créame que he vivido momentos muy tensos a lo largo de diez años en la Unidad. Pero yo no voy pidiendo explicaciones de los sucesos que no me incumben. Estamos de acuerdo en que usted vio lo que vio, y entiendo perfectamente el desasosiego que le debió producir aquella aparatosa detención. Pero debería haberse limitado a denunciarlo y seguir con su vida, no que ahora, después de todo el revuelo que ha montado... La verdad, no quiero asustarle, pero le aseguro que le ha quitado el sueño a personas muy importantes de este país.

Ya sé que usted no sabía, que se le ha ido de las manos, que está dispuesto a ayudarnos a pasar página de todo esto. Yo sé que usted es buena persona, y crea que estoy dispuesto a hacérselo a entender a mis superiores. Mire, si usted se porta bien, prometo que en pocos meses recuperará la vida que tenía antes sin cajones revueltos, correspondencia manipulada y coches de vigilancia a la puerta de su casa. Un par de apariciones en televisión, unas cuantas declaraciones juradas y todo habrá sido, con su esfuerzo y el nuestro, un episodio sin importancia aparcado en su memoria y nuestros archivos. Ya sé que usted lo hará, si no ni siquiera me habría tomado la molestia de hacerle venir aquí. Pero no, ahora no es el momento, tiene que descansar un poco, quitarse el susto de encima. Váyase a casa tranquilo, duerma el comienzo de su nueva vida y mañana le llamaré por teléfono para citarle con los periodistas.
...

Cuando el joven salió del despacho, el oficial espero un par de minutos en silencio, intentando borrar de su mente la cara del muchacho. Después realizó una llamada. -Todo bien, señor, este asunto está liquidado-. Abrió una lata de cerveza y empezó a ojear el periódico. Una breve reseña hacía referencia a los quince muertos en accidentes de tráfico en el último fin de semana. –Por suerte la mitad de la gente no se entera de nada- pensó. Y mientras comprobaba felizmente que su memoria empezaba a desfigurar los rasgos de su último trabajo, trató de calcular cuánto tiempo pasaría desde que el joven firmara las declaraciones hasta que los del equipo especial, como siempre hacían en estos casos, consiguieran que su muerte pareciera otro terrible suceso en la carretera.

08 enero 2006

LA RIBERA DE LOS DIFERENTES

Fue en la ribera porque allí era donde solíamos pasar todas las tardes del verano. El resto del pueblo prefería ir a la piscina municipal, más limpia y con menos mosquitos, pero Rodrigo y yo desde pequeños nos acostumbramos a dormir la siesta bajo los pinos, bañarnos en el río y pescar peces no comestibles. Allí jugábamos a espadachines, allí empezamos a fumar y allí fue donde, borrachos, los dos conocimos a la vez los misterios de las chicas del pueblo, las primeras que nos quisieron. Allí matábamos el tiempo arreglando el mundo o renunciando a él, despotricando sobre nuestros amigos o soñando planes de futuro lejos del pueblo. Allí también nos separamos una tarde para siempre.

Era el último verano antes de comenzar la Universidad. Por entonces yo iba detrás de Merche, más por su fama de chica fácil que por su atractivo o simpatía. Rodrigo acaba de terminar con Lucía, la hija del alcalde, la chica más deseada por sus pechos y sus modales de niña bien. Estábamos tumbados desnudos después de habernos bañado, secándonos como lagartijas mientras los mosquitos revoloteaban a nuestro alrededor. Yo me lamentaba en voz alta de que Merche no me hiciera ni caso, entregada como estaba al joven policía municipal. Y Rodrigo, para animarme, me decía que hasta las chicas más guapas como Lucía dejaban de ser interesantes pasado un tiempo, ya que todas empezaban a verte como el futuro padre de sus hijos y eso les quitaba el encanto. Se es joven para siempre si nunca te atas a una chica, Antonio, sentenciaba. Y a mí me parecía que tenía más razón que un santo, qué lastima que ningún amigo tuviera el culo que tenía Merche. Ambos nos reíamos de nuestras desgracias, y el sol secaba nuestros cuerpos preparando el terreno para los mosquitos, que amenazantes, esperaban darse un banquete a nuestra costa.

En uno de esos silencios que se dan cuando dos personas hablan más para sí mismas que para el otro cerré los ojos, y mientras pensaba al calor del sol en Merche y Lucía juntas conmigo en la ribera, me quedé dormido. No sé cuánto tiempo transcurrió antes de despertarme, pero lo hice excitado, tocado por unas manos que me acariciaban las piernas de abajo a arriba, fuertes y temblorosas. Me levanté sobresaltado y vi que era Rodrigo, que acurrucado junto a mí, me miraba sin mirarme a los ojos, delatado y sudoroso. Qué coño haces, maricón, grité, y sin que pudiera reaccionar le pegué un puñetazo que me hizo sangrar los nudillos y a él hinchársele la cara por momentos. Pero Rodrigo no se defendió, se limitó a quedarse sentado en el suelo y a decirme que me quería. Fuera de mí, desconcertado y poseído por un odio tan visceral como contradictorio, me vestí lo más rápido que pude y le dije que no volviera a dirigirme la palabra en su puta vida, recalcando maricón de mierda como si con mis palabras pudiera matarle.

Esa tarde la recuerdo como una pesadilla de imágenes rápidas e inconexas. Me fui a casa corriendo, llorando de miedo y rabia. Me duché frotándome fuerte con la esponja mientras mi mente sólo barajaba qué clase de castigo podría infringir a mi amigo, el traidor que había osado tocarme y decirme que me quería. Me vestí atormentado por la visión de su cuerpo desnudo junto al mío, y mientras mi madre me miraba asustada por mi estado de nervios, le dije que Rodrigo era maricón y que había intentado propasarse conmigo. Como sólo quería hacerle daño, sabía sin ningún tipo de dudas que contárselo a mi madre era la garantía de que todo el pueblo lo supiese, como efectivamente ocurrió.

Fue el último verano antes de la Universidad, en la ribera, donde tantas tardes me había sentido dichoso de tener a mi lado a Rodrigo. Cuando el escándalo se hizo público, porque para el pueblo ser homosexual era equivalente a ser un violador o un exhibicionista, Rodrigo fue enviado por sus padres interno a un colegio mayor de curas, lejos de la vergüenza de saberse padres de un enfermo. Ninguno de sus antiguos amigos nos despedimos de él, lejos de eso recuerdo que incluso algunos plantearon ir a pegarle una paliza. Pero el caso es que todo fue tan rápido que prácticamente nadie lo vio después de aquella tarde. Lucía sí lo había hecho, y mientras lloraba en mis hombros, avergonzada de seguir estando enamorada de él, me contó que cuando le preguntó si era verdad lo que yo había dicho, él sólo respondió entre sollozos que me quería como nunca había querido a nadie y que quería morirse. Yo, consciente del daño que había hecho, sólo podía apagar los remordimientos reafirmando su traición, convenciéndome a mí mismo de que Rodrigo me había intentado violar, tapando con mi odio algo que, ahora lo sé, siempre había sabido pero nunca había querido aceptar.

Han pasado los años y Rodrigo no ha vuelto a aparecer por el pueblo. Dicen que se peleó con sus padres, abandonó la Universidad y ahora vive en Londres, a salvo de las bestias que nos hacíamos llamar sus amigos. Han pasado los años, el mundo ha cambiado y la ribera ya no es nuestra, son otros los chicos y las chicas diferentes que pasan las tardes en ella, disfrutando al sol de la libertad de saberse exentos de dudas y pesadillas. Ahora entiendo porqué me levanté excitado, porqué me sentí sucio, porqué lloré con miedo, porqué intenté hacerle todo el daño que pude. Ahora entiendo las tardes desnudos, los juegos en el agua, nuestro natural desprecio por las mujeres... Destruí a la única persona importante para mí en el mundo sólo para proteger mi secreto, el que me ha condenado a una vida sin amor. Sin Rodrigo, mi hombre, el mejor amigo que he tenido y al que ya nunca podré besar.


A todos los hombres y mujeres que sufren o han sufrido por ser diferentes.

04 enero 2006

RARA COMUNIÓN

Quedaron en el apartamento de ella a las siete. Él llevó el ron y un par de libros de poemas. Ella las velas, el incienso y los discos de Pompougnac. Dos amigos y sólo un par de reglas para conducirlos a la planeada comunión, tantas veces hablada en noches de bares y humo, fantasías que bromean entre verdades como dardos. La primera no esconder nada; por eso apenas llegó él, ambos se desnudaron y se sentaron en la alfombra verde, cómodamente pero sin tocarse, dejándose anestesiar por la música relajante y el mantra de algunos versos de Jaime Gil, aquellos que a él se le antojaron más vitales y perturbadores. La segunda norma, beber hasta no distinguir el bien del mal. Vasos anchos de ron, limón exprimido y mucho hielo que apenas descansaban entre calada y calada, entre verso y canción.

Era la primera vez que se veían desnudos desde que se conocieron, hacía ya muchos años. Nunca habían sentido una especial atracción el uno hacia el otro, pero tenían una amistad tan fuerte que ambos sabían que aquella tarde era la cima de su mutuo conocimiento. Él descubrió en ella los lunares más íntimos, los tonos más maternales. Ella el vigor de su torso, la ternura de su sexo. Y quizás entre Días de Pasanjan y Yachts llegó el momento en que descansaron los vasos y callaron los cigarros, sus manos se rebelaron y primero con la boca, después con todo el cuerpo, ambos descubrieron sonidos desconocidos, sabores primitivos y olores misteriosos. Borrachos, sin distinguir al fin la amistad del instinto, hicieron el amor de una forma lenta pero inconsciente, carente de toda afectividad anterior. Se miraron fijamente cuando llegó el orgasmo, y a través de sus pupilas penetraron en sus mentes los años de experiencia, las vivencias compartidas, los secretos revelados de tanto tiempo, de tantas tardes de café y libros.

Bebieron una última copa y fumaron un último cigarrillo, desnudos y sudorosos, recuperando poco a poco la cordura y el pudor. Conscientes de que nunca más se repetiría aquello, de que jamás lo mencionarían entre ellos o a cualquier otra persona, dejaron que sus cuerpos se enfriaran sin decir una sola palabra, porque todo estaba ya dicho. Y mientras las velas, el incienso, la poesía y la música volvían a los rincones de aquella casa, ambos se vistieron y se dijeron adiós, hasta mañana, entendiendo al fin los mejores versos del poeta.