04 diciembre 2005

EN EL BOTE DE CRISTAL

Cuco debe pensar que anoche estaba celoso porque él tenía plan en casa de Chano y yo no, pero lo cierto es que no me encontraba bien. Apenas llegué a la fiesta no sé, sentí que no estaba en el lugar adecuado, como si estuviera metido en un bote de cristal, igual que debe sentirse un niño burbuja rodeado de gente con chinchetas. Por eso empecé a beber como un cosaco, cuando tengo esa sensación a veces se me pasa después del tercer o cuarto cubata. Pero ayer el tratamiento de roncitos forte no surtió el efecto deseado, entre otras cosas gracias a Javier, el amigo de Chano de la biblioteca, que sin ser consciente de ello, fue el que terminó de cerrar el bote de cristal y extraer el poco aire que quedaba dentro.

La culpa en realidad no fue suya, él no sabía que me había presentado al Concurso Internacional de Relatos del Ayuntamiento. Fui yo el que tuvo la genial idea de, en vez de beber en silencio para calmar la ansiedad, preguntarle si sabía algo de las deliberaciones del jurado del que él formaba parte, no sé a razón de qué méritos personales. El caso es que él tampoco se limitó, como hubiera agradecido, a darme una información escueta sobre qué relatos estaban en la pugna final por las pelas del premio, sino que se dedicó a despedazar uno a uno todos los relatos que había leído, guardando el mío para el final como colofón y ejemplo de mediocridad.

Vale que por mi parte era un poco presuntuoso presentarme a ese certamen, pero yo tampoco sabía que sólo se habían recibido medio centenar de relatos de autores (se suponía) bastante conocidos. Si lo llego a saber, ni de coña me presento, sobre todo después de que el mierda me contara que no sólo no pasó la primera criba, sino que lo guardaron los del jurado para, en su primera reunión conjunta, criticar con ese espíritu de estoy-por-encima-del-bien-y-el-mal tan propio de este tipo de gente la falta de pudor de algunas personas que se presentan a los concursos literarios sin tener ni puta idea de escribir.

Javier me contaba todo esto como una gracia, sacando a relucir las incoherencias e imperfecciones formales de mi historia y confiándomelas como dando por supuesto que yo era mucho mejor escritor que el pobre desgraciado de “Tiempo de nueces”. Pero ahí no acabó la humillación. Mientras el aire salía inexorable del bote de cristal en el que me sentía aprisionado, Javier me confesó que tenía la firme idea de averiguar quién era el desgraciado que se ocultaba bajo el pseudónimo de “Hugo Isbert”. Demasiado para mí, los muertos del sistema de plicas.

Por eso me fui sin despedirme de nadie, excepto de Chano y Cuco, el primero demasiado borracho y el segundo demasiado cachondo. Me hubiera ido directamente a casa, pero sabía que si lo hacía no iba a dormir en toda la noche dándole vueltas al relato, golpeándome como una mosca contra el cristal de mis inseguridades. Necesitaba un contrapunto. Por eso me fui al Charming con la esperanza de encontrar a Sara, tiritando y con la mirada fija como si me acabara de bajar de una patera en Bolonia. Pero no estaba allí. Seguramente me había estado esperando hasta que decidió pasar la noche con otro pobre infeliz. Me bebí otro cubata más, intentando analizar hasta qué punto escribir relatos no era más que otra de las corazas con las que aparentaba ante el mundo ser alguien equilibrado e interesante. Creo que hasta me saltaron las lágrimas, pero puede que sólo fuera por el efecto de We are the pigs de Suede. Después de todo, cualquier cosa que pienso mientras estoy en el bote de cristal parece aumentado por una lupa colosal.

Al llegar a casa, encontré como siempre a mi padre viendo los dibujos animados, algo que me suele entristecer muchísimo pero que ayer sin embargo me pareció el único salvavidas al que poder aferrarme. Verlo tan ensimismado y feliz delante del televisor me tranquilizó, me hizo sentirme protegido. Me eché un vaso de leche, me puse el pijama y me quedé con él viendo El Capitán Harlock hasta que mi madre me despertó haciendo ruido en la cocina, preparando el desayuno.

6 comentarios:

ana dijo...

No está mal de vez en cuando permanecer un ratito en un tarro de cristal, que nos aisle del mundo mientras lo miramos a cobijo... eso sí, después hay que desplegar unas grandes alas y volar, volar allí donde queremos.
Besos, guapo. Se echaban de menos las aventuras de estos dos. Como siempre, ha merecido la pena la espera.

Anónimo dijo...

Dentro del bote de cristal todo parece grande por exceso, excepto la probabilidad de salir con éxito de él (que efectivamente lo es) y el espacio para moverse, para pensar. Sin embargo, para escribir no lo tengo tan claro...

Anónimo dijo...

Vuelven las aventuras de estos dos (nunca mejor definidos) y con esto parece que las aguas vuelven a su cauce. Siempre interesante :)

Anónimo dijo...

me río de las dudas literarias del alter ego y paisano del gran Bertín. Sigue así que me vas a obligar a llevarme el portátil a las reuniones con ese señor tan admirado por ti y por mi.

Anónimo dijo...

¿cómo llegué aquí? en realidad llegué hace unos días, de la mano de un amigo tuyo. y no comenté aún porque me gusta leer tranquila y me topé hoy con esto.
A ese amigo tuyo le dije que ayer me había venido un ataque brutal. levantar el blog. la mirada asesina (mía, por supuesto) ayer estaba de mal humor. De mal genio.
Y todo es negro en esas situaciones.
Hoy ya la cosa cambión un poco y al leer esto se me ocurrió contarte una cosa.
Hace unos años atrás me pesenté al único concurso de cuentos de uno de los tres diarios más grandes de mi país. Saqué un segundo premio. Nada mal. La mujer que sacó el primero se había presentado a más de 30 concursos literarios. Lo que pensé fue que tuve una gran dosis de suerte.
Con el tiempo me dí cuenta que los concursos son relativos. Que sabiendo quien integra el jurado se puede "trampear" escribiendo lo que sabes que a ellos les gustaría leer. No es difícil, pero es una traición. Despés pensé que Kafka casi quema todo y que a no se cuantos grandes los escupieron muchas veces.
Y bueno...que habrá que seguir sudando y bancando los derrumbes. Que tu relato (¿relato?¿ficción?¿obsesión propia ficcionada?)nos detecta en ese punto donde el fracaso ayuda a seguir andando.
El detalle de un padre mirando dibujos es bestial (o sea, el bestial de acá es sinónimo de genial). Es una imagen desoladora y dual. Porque en ese momento también es el mejor refugio.
Saludos
laura

el que deambula dijo...

Muchas gracias a los irreductibles, me encanta que comentéis las cositas que cuelgo. En particular a Antonio y a Laura, el primero por volver por estos lares y de paso descubrirme su nuevo fotolog. A la segunda (a través de Carlos) por su visita. Tu blog sí que es bestial. Me encantará charlar contigo personalmente sobre estas cuestiones, aunque realmente tiene más de autobiográfica la sensación de estar en un bote de cristal que la obsesión por los premios literarios.

Un beso a todos. Gracias.