11 octubre 2005

ÉXODO

Intentamos a duras penas retirar cadáveres de las orillas con excavadoras y grúas hidráulicas mientras, en el otro lado del estrecho, hace días que los servicios de rescate marítimo y el ejército han preferido posponer la limpieza del mar al reforzamiento de las barreras que delimitan la frontera. Una tarea que se antoja inútil ante la noticia de que, al menos un millón de hombres, mujeres y niños, organizados y decididos al objetivo de llegar a Europa, llevan semanas cruzando el Sáhara y se encuentran ya a unos pocos cientos de kilómetros de Ceuta.

Hace días que a este lado del estrecho tampoco damos abasto. Somos ya efectivos de cinco países los que tratamos de desalojar el mar de restos humanos nauseabundos pero que no han podido ser asimilados por las corrientes y los peces. La población civil, por razones de salud pública, no puede sumarse a nuestras labores, y sólo puede permanecer horrorizada ante la visión de sus playas llenas de cadáveres que apenas si dejan navegar entre ellos a las lanchas de rescate. El tráfico marítimo está prohibido desde hace semanas por el riesgo de extender la marea humana flotante a otros países del mediterráneo, y todos nuestros esfuerzos parecen inútiles ante un fenómeno que, entre lo inexplicable y lo macabro, desborda todos los escenarios catastrofistas jamás imaginados.

Desde hace dos meses, que empezaron las apariciones masivas de restos humanos en el mar, el número de muertos no sólo no ha descendido, sino que se ha multiplicado exponencialmente. Estimamos que hemos recogido cerca del millón de cadáveres, y por cada nuevo cuerpo que consigue ser rescatado, surgen cinco más, como si existiese una capa de varios metros de profundidad de carne agolpada, una siniestra marea que al principio pensamos podía deberse a varios naufragios espectaculares de barcos con inmigrantes ilegales, pero que la mera lógica nos impone como un hecho carente de toda explicación. Parece como si intentásemos vaciar el mar con dedales o llenar un cubo de nubes, y el dolor físico, las náuseas y la depresión hacen mella en nosotros a cada golpe de mar.

En los breves descansos que nos concedemos cada cuatro horas de penoso trabajo observamos el horizonte con pánico e incredulidad. Y mientras el olor nauseabundo logra vencer a las mascarillas y los trajes de un solo uso que utilizamos para prevenir epidemias, no podemos evitar pensar que debemos estar asistiendo al cumplimiento de alguna profecía de dimensiones bíblicas. Como si este mar, incapaz de abrirse en dos como en el libro del Éxodo para permitir el paso de los millones de seres humanos hambrientos que esperan cruzarlo en busca de pan y justicia, hubiera preferido hacer salir a sus muertos para establecer un puente entre la inanición y las despensas, un fogonazo de realidad mística para este “primer” mundo ciego a la infamia durante décadas.


(Basado en una viñeta de “El Roto” de hace años)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Los pelos como escarpias


C.F

ana dijo...

Conozco algún funcionario botarate incapaz de sacar la nariz de las leyes impresas que debería leer cosas como éstas.
Besos, Ángel.