13 octubre 2005

MORIR, NACER, VIVIR.

Fallecí a los ochenta años en la localidad costera de Villasís, donde me retiré con mi hija Irene cinco años antes, al fallecer mi esposa Paula. Me había jubilado de gerente del Departamento de Investigación de Legajos de la Biblioteca Central de Ríos de Santa Eulalia, donde había conseguido la plaza tras acabar mis estudios de Historia Medieval. Un trabajo lo suficientemente tranquilo y de jornada flexible que me permitió atender con esmero a mi familia y a mi pequeño huerto, mis dos pasiones aparte de los libros. Pasaba las tardes con un ojo en las gardenias y otro en Irene, que al contrario que las primeras, iba menguando en inteligencia y tamaño, perdiendo agilidad física y mental, apartándose de nuestro mundo sin remedio. Hasta que un buen día nació tras nueve meses de agonía, dejó de llamarse Irene y nos sumió a mí y a mi antes esposa, ahora novia Paula en la más absoluta desolación… Tuvimos un noviazgo triste que fue perdiendo intensidad y caricias. Y como las desgracias nunca vienen solas, un día en la Universidad Nacional mi amor desapareció entre los desconocidos del campus, y me encontré solo en la capital, olvidando mis estudios. Al poco de ocurrir esto la única opción posible fue volver a Rubias, mi pueblo, con mis padres, a cursar bachillerato. Sin Historia Medieval, sin sus libros, sin flores como Irene y Paula sólo me quedaron la agilidad y las gamberradas en una pequeña clase junto a mis viejos amigos, jóvenes a punto de ser niños como yo. Con ellos paso mis últimas tardes soleadas en el río o en los pinares, mientras desmembramos el uso de razón, mientras nuestras charlas se diluyen y nuestros juegos se simplifican y empobrecen.

Concluye mi camino en este pueblo de montaña, hecho para la infancia y sus desdichas de pañal, biberón y babas. Su capilla, la fuente en la pequeña plaza, mi madre y sus gachas, mi padre y sus cuentos al calor del fuego, son las últimas pertenencias que me quedan en espera del fatal nacimiento. Un alumbramiento que llegará cuando menos lo esperemos todos, tras haber perdido mi vida y mi nombre, todo aquello que un día fui.
Mis agradecimientos a E. y A.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

de atrás adelante, de adelante a atrás, no hay tanta diferencia, ¿verdad?

juan antonio bermúdez dijo...

Muy bueno este relato. Creo que todos nos hemos planteado alguna vez la hipótesis de una "vida al reves". Hace poco vi un corto (no puedo recordar su título ni su director ahora mismo)que hacía lo mismo, contaba una vida del fin al principio. Y en cierto modo también me ha recordado tu relato a otro también muy bueno de Alejo Carpentier, que se llama "Guerra del tiempo". No sé si lo conoces, es muy recomendable.
Un abrazo, Ángel, ya veo que has vuelto al blog con muchas fuerzas.