07 octubre 2005

EL GUETO DE LOS ADANES

La vida no es fácil en el gueto de los adanes. Cada vez nos permiten a menos hombres salir de él para ir a nuestros trabajos, y la pobre economía interna que surgió a raíz de nuestro confinamiento se tambalea por la escasa afluencia de alimentos y materias primas. Vivimos hasta doce hombres en cada vivienda y éstas, construidas por módulos prefabricados de ínfima calidad, van poco a poco deteriorándose por las lluvias y la falta de una higiene que se hace difícil con el racionamiento de agua y electricidad. A veces nos reunimos en uno de los yermos solares que se extienden entre los bloques y el resto de la ciudad y, al calor de las hogueras, intentamos analizar como si todo fuera un juego qué nos ha conducido a esta situación. Sin duda, son hechos que determinarán cambios irreversibles en la evolución humana, aunque hace no tantos años nos parecieron tan sólo descubrimientos curiosos y movimientos ideológicos perecederos, cosas sin demasiada importancia para ver en los últimos cinco minutos de las noticias.

Estamos de acuerdo en que uno de estos hechos cruciales se produjo con las conclusiones de la Bioquímico Dra. Frances Viladrau. Tras años de investigación, consiguió demostrar empíricamente que era el calcio que portaba el espermatozoide, y no el espermatozoide en sí, el que permitía al óvulo convertirse en embrión. Nadie pudo achacárselo a ella, pero poco tiempo después, según supimos por Internet, una sociedad secreta de mujeres científicas anunció el nacimiento de la primera niña nacida de una mujer y una aportación de calcio, la primera mujer libre de herencia biológica masculina. La repulsa global que generó este hecho pareció paralizar por algún tiempo las consecuencias terribles que podían derivarse de las tesis de Viladrau, pero no pudo borrar la certeza de que el hombre, como tal, no era un agente crucial y sine-qua-non del proceso de creación de vida humana.

Otro de los hechos en los que todos coincidimos como punto de inicio del proceso de nuestra extinción es la Teoría de la Evolución Dispar de Sexos de la antropóloga Dra. Wai Gwong, que desde Tailandia refutó el edificio de barro que había construido Darwin. Tras el análisis comparativo de los restos óseos de homo sapiens machos y hembras desde los primeros ejemplares hallados hasta individuos fallecidos en el siglo XIX, la Dra. Gwong demostró una evolución desigual de ambos sexos en la que, sin duda alguna, la mujer aventajaba claramente al hombre, dotado de un ciclo evolutivo imperfecto y retardado. También aquella teoría levantó ampollas en la masculina élite científica del momento, pero en general a nadie le pareció que dichas conclusiones pudieran ser más trascendentes que la de los estudios que probaron una mayor resistencia al dolor de la mujer respecto del hombre o una mayor esperanza de vida. En definitiva, ningún hombre de a pie sobre la tierra pareció verlo más allá del sonrojo de sabernos aún más inferiores.

Y es que, evidentemente, todos estamos de acuerdo en señalar ahora que esas tesis científicas y otras que surgieron por el estilo (como la teoría feminista-revisionista de la historia de Marta Müller) no fueron sino fermento del necesario movimiento social que gesta toda revolución, el combustible que todo motor necesita para poder funcionar. Y este motor, o el primero de una serie de motores que empezaría a funcionar en nuestra contra, fue el movimiento WOMA, que con una fuerza sólo equiparable a la que supuso el marxismo en la Europa decimonónica, logró que sus tesis segregacionistas, (la principal de las cuales situaba al hombre como lastre al saludable desarrollo de las civilizaciones) calaran en todos los estratos de la sociedad. Como una ola de fuego irrefutable, pues se basaba en rotundos descubrimientos como los de Gwong, Viladrau, Müller y otras tantas autoras, no tardaron en llegar a la mayor parte de los gobiernos de Europa leyes que no sólo regularon sólidamente, sino también instauraron como lógico, sano, ético y acorde a derecho el monomaternalismo, esto es, el comienzo del fin de la pareja hombre-mujer como común amparo de la procreación, la agonía del primero como factor necesario en la historia. Pronto, junto con el descenso implacable del nacimiento de varones, los que quedábamos empezamos a ser mal vistos por innecesarios, y el engranaje jurídico, ya dominado por el orden matriarcal, comenzó a tejer una red de leyes y reglamentos conducentes a nuestra represión y confinamiento en territorios sólo para hombres, sitios donde no pudiésemos enturbiar el nuevo renacer de la humanidad.

A veces, al calor de las hogueras, los más viejos restamos importancia a nuestro destino contándonos anécdotas de cuando hombres y mujeres sosteníamos frívolas discusiones de género. Nos hace gracia recordar cómo no hace demasiado tiempo, limábamos nuestras históricas desigualdades en un sutil juego de cesiones en el que reconocimiento de la necesaria coexistencia hacía de barra de equilibrio entre el orden y el desastre. Al amparo de los ponchos y el licor de cebolla que destilamos con viejas cacerolas y tubos oxidados, tratamos de disimular el trágico fin que nos espera. Pero nadie puede negar en la soledad de su catre, mientras las goteras calan hasta la memoria, que llegará el momento en que sólo tengamos sitio en museos y zoológicos, lugares donde la nueva humanidad nos coloque donde quizás en el fondo nos corresponde desde hace siglos: Junto a otros escalones inferiores de la evolución.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Genial, de los mejores!!!.
Perdona que sea tan parco en palabras.
Según iba leyendo, me ha recordado algún párrafo intermedio a algo de Asimov. Pero sin duda el toque final, como siempre digo, pertenece a tu propio estilo.
Increíble. Este también lo imprimiré para releerlo (como hice en su día, con Claves y Reset).
Un abrazo enorme y cuídate mucho.

Anónimo dijo...

¡Su vuelta por la puerta grande!
¿Has leído "El país de las últimas cosas" de P. Auster? Pues, es que es imposible no leer tu texto y no ver esa novela en tus líneas...
Nivelnivel

Besos.

ana dijo...

Ángel vuelve con fuerzas renovadas!
Magnífico, niño, como siempre!
Y bienvenido, te echábamos de menos..
Besotes.

Beaumont dijo...

Genial.

Anónimo dijo...

jeje, mujeres, definitivamente no hay quien las entienda...