26 agosto 2005

EL PRÓFUGO

Cuando Jaime vuelve al pueblo sabemos que viene por poco tiempo aunque siempre haga ademán de quedarse, aunque realice el simulacro de comenzar una nueva vida donde siempre tuvo a sus amigos y, sin embargo, nunca tuvo su sitio.

La primera vez que se marchó acabábamos de terminar la carrera. Comentó que no se iría mucho tiempo, que el pueblo le quedaba pequeño y que no le bastaban dos meses de verano trabajando en Londres o Mallorca para decir que había visto mundo. Así que mientras el resto comenzábamos a buscarnos la vida por los alrededores, él se marchó a miles de kilómetros sin más propósito que subsistir y conocer gente, estudiar más y cargar el cuaderno de historias que contarnos. La aventura duró dos años.

Esos dos años, entre carta y carta, entre fotos en otra ciudad, con otros amigos y la inevitable comparación entre nosotros y su nuevo mundo, disfrazamos su ausencia de paréntesis en el camino, de pequeño castigo que dolía mucho pero que duraría poco tiempo. Recuerdo que nos reíamos pensando que nosotros éramos los fraguels y Jaime el tío aventurero que un día volvería harto de explorar mundo. Y así nos pareció cuando apareció sin previo aviso un viernes de febrero en el bar de Paco, con la maleta llena de anécdotas y proyectos.

Pero nuestra ilusión sólo duró quince días. Pasada la semana de bienvenida, en la que nos contó sus planes de buscar trabajo, alquilar un piso y realizar aquel ansiado curso de fotografía, comenzó, primero como pensamiento en voz alta, luego con convencimiento, a decir que se había quedado con ganas de vivir en otro sitio aún más lejos, que quizás era pronto para empezar a buscar un empleo serio. Que la primera ciudad a la que había ido le había cansado, pero que tenía en mente vivir algún tiempo en otra que le apasionaba tanto como la otra le había apasionado. Y aunque nosotros intentamos convencerle de que se quedara con nosotros, de que se le estaba acabando el tiempo de explorar territorios como si fuera un universitario becado, en el fondo entendimos que quisiera vivir más aventuras, al fin y al cabo quedaba mucho mundo por ver y no teníamos derecho a imponerle nuestros propios cercos. Así que se marchó dejándonos como ya nos hemos acostumbrado, con lágrimas en los ojos, algunos discos de grupos raros y la promesa, que es más bien su esperanza, de volver de nuevo y esta vez para siempre.

De su segunda partida hace ya como seis años. Desde entonces Jaime ha vivido en ya no sabemos cuántos sitios con no sabemos cuánta gente diferente, nuevos amigos cada vez que siempre le han llenado un tiempo y, llegado el momento, siempre le han sobrado. Por eso cuando Jaime vuelve al pueblo sabemos que viene por poco tiempo aunque siempre haga ademán de quedarse, aunque siempre diga que viene a cumplir su promesa que nosotros ya no le exigimos que cumpla. Ya hemos entendido, y así aceptamos nuestra carga como Ulises aceptó con amor la condena de Telémaco, que Jaime es sólo un prófugo y nosotros tan sólo su refugio, su salvavidas. Un prófugo que no huye de la policía, ni de amores perturbadores, ni del aburguesamiento, ni tan siquiera de este maldito pueblo.

Un prófugo que huye, ahora sabemos que para siempre, tan sólo de sí mismo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Soy yo el único al que le encantan tus relatos?
En muchas de las cosas que escribes me encuentro a mi mismo. Unas veces soy Jaime, otras el hombre sin sueños y otras me sorprendo a mi mismo de botellón...
Bueno, chaval, que sencillamente me encanta lo que escribes.
Un abrazo y sigue con esta racha de inspiración porque estás que lo tiras!.

ana dijo...

Supongo que todos tenemos algo de prófugos de nosostros mismos, aunque la mayoría de las veces lo reprimamos...
Me sigue encantando lo que leo.
Besitos!