11 mayo 2005

LA CORISTA

La señora Andrea quiso ser de pequeña corista de collar de perlas, rojas plumas y cigarrillo largo. Pero felizmente sus padres, el internado y aquel marido tan bueno que apenas la dejaba respirar sin permiso la apartaron de los focos y las miradas de marineros. Y ella vivió como consecuencia una vida tranquila y colmada como mujer de su casa, esclava de su marido, madre de sus hijos y vecina respetable.
Sólo un hecho dejó una extraña inquietud a los suyos mientras agonizaba, cumplidos ya los noventa y siete. Aseguran los presentes, achacando senilidad, que en el lecho de muerte las últimas palabras de la señora Andrea fueron, con cierto desdén y a modo de protesta: Wie einst, Lili Marlen.

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