10 abril 2005

EL CONGRESO DE LOS RECUERDOS.

Ayer por la noche de forma inesperada, siguiendo con la tradición de la espontánea convocatoria, se celebró en la calle Méndez Juárez nº 4, a las cuatro de la mañana, el congreso de los recuerdos. Apenas bebida la última copa de ron, con las calles desiertas y una humedad que barría la ciudad como una lengua de plata, la melancolía, como secretaria general vitalicia, realizó el llamamiento masivo de recuerdos al dormitorio de María.

Asistieron entre otros muchos, y por nombrar a los más ilustres, el olor de las sábanas maternas, que traía empanada para todos y regañaba a quien no se lavaba las manos antes de picar. La primera comunión, marcada por el numerito de la fatiga en la Iglesia y el padre Mateo escandalizado. El primer beso, con su eterna camiseta de metallica y ortodoncias hasta en el alma y la primera menstruación, que ni iba de rojo ni era tan pedante como la pintaban.

También asistió el recuerdo del primer camping, con Luis, su dermatitis y la solución del kalimotxo. El recuerdo de las olas de Zahara golpeando sus pechos desnudos por primera vez, el de la abuela Eloisa, sus tangos de Gardel y el ganchillo hasta en el lavabo. El de la operación de apendicitis, acompañada del complejo de cicatriz-demasiado-larga. Como novedad significativa, acudió el recuerdo de su sobrino recién nacido, de cuatro kilos de sobrino con ojos grises y peca a lo Monroe, que fue presentado al resto de los presentes por el recuerdo de los abrazos en la despedida del año erasmus, abrazos con lágrimas a la espalda y acento francés. Mientras, el recuerdo de los juegos infantiles ponía en jaque a toda la organización, escondiéndose entre los libros naranjas del barco de vapor.

Más de mil recuerdos se apiñaban en la almohada cuando alguien echó en falta al más cercano al dormitorio de María, aquel que tenía su sede en la cama desde hacía demasiado tiempo: El recuerdo de la siempre seria soledad, la eterna compaña de las noches frías y el corazón caliente. En su nombre, advirtieron los presentes, vino volando en los hombros de Javier el recuerdo-becaria de turno, la eterna eventual de aquellas reuniones sentada entre los dos cuerpos dormidos y abrazados: El recuerdo de la simple y llana felicidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Este me ha encantado especialmente.
Como siempre ese afilado instinto literario para hacer de algo tan cotidiano como recordar algo, un Congreso de los Recuerdos!!!
Genial, tio!!.